Fausto Fernández Borge.-Embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Jordania
Se acaba de producir a principios de diciembre en Caracas, Venezuela, un acontecimiento que las grandes corporaciones mediáticas apenas han reseñado. Se trata del acto fundacional de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que viene a cristalizar el sueño unitario e integracionista del Libertador Simón Bolívar. En efecto, hace casi doscientos años, precisamente en 1826, se reunió en la ciudad de Panamá el Congreso Anfictiónico Americano, que había sido convocado por Bolívar cuando ejercía la Presidencia del Perú, con el propósito de echar las bases de una confederación de estados latinoamericanos, no solamente en tanto contrapeso al poder creciente de los Estados Unidos en el continente, sino también en tanto entidad capaz de cohesionar sólida y durablemente a los recién independizados países de América Latina incluyendo a Brasil.
Aunque Bolívar estaba consciente de que la división de América Latina en estados independientes era ya un hecho consumado e irreversible, esperaba sin embargo que el denominador común que representaba una misma historia le permitiría a los latinoamericanos fortalecer entre sí los lazos de solidaridad y cooperación y hablar con una sola voz ante el mundo. Para Bolívar, la unidad latinoamericana fue siempre el ideal supremo. No le animaba ni la riqueza ni el poder y nunca cesó de denunciar los mezquinos intereses oligárquicos y neocoloniales que ya comenzaban a obrar por la desintegración latinoamericana. Ya en 1815, cuando se iniciaba apenas la larga guerra por la independencia en América Latina, en su célebre Carta de Jamaica, texto que contiene un lúcido análisis de la coyuntura histórica en toda la región, Bolívar expresó en los siguientes términos su anhelo unitario: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; [...] ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo.”
El hecho es que la reunión celebrada en Panamá en 1826 no tuvo el éxito y repercusión deseados. Solamente asistieron la Gran Colombia (que comprendía Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), Perú, México, y las Provincias Unidas del Centro de América (que comprendía Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica). Brasil designó delegados que finalmente no efectuaron el viaje; los representantes de Bolivia no llegaron a tiempo a las sesiones; Chile no envió delegación en ausencia de una sanción legislativa que permitiera el nombramiento de representantes; por su parte, Argentina y Paraguay decidieron no participar imbuidos en sus problemas internos. Finalmente, los acuerdos concluidos solamente fueron ratificados por la Gran Colombia.
En todo caso, nadie puede subestimar el hecho de que los jefes de 33 estados latinoamericanos y caribeños hayan decidido este año en Caracas crear una nueva organización panamericana sin participación estadounidense. El imperialismo y los poderes fácticos enfeudados al mismo han tratado de presentar a la nueva CELAC como una entelequia innecesaria e inconsistente, que no pasará de ser un escenario para tomar decisiones intrascendentes y que nunca logrará convertirse en el instrumento de la integración latinoamericana. Una vez más, el imperialismo y sus secuaces se equivocan, demostrando con su actitud que no sopesan el sentido y magnitud de los cambios que se vienen operando en el mundo en las últimas décadas. En realidad, la creación de la CELAC constituye un hito histórico que marca el inicio de la segunda y verdadera independencia de América Latina, como diría el Che Guevara. Hace 200 años nos liberamos del yugo español y portugués, solamente para transformarnos en neo colonias británicas y estadounidenses. Hoy día, la Declaración de Caracas y el Plan de Acción aprobados al término del encuentro caraqueño prefiguran lo que será un intenso proceso de integración en todos los ámbitos, principalmente en materia económica y de comunicaciones en general. Antes, encandilados por los falsos éxitos del capitalismo reinante, todos mirábamos hacia el norte, indiferentes ante nuestros países vecinos, desprendiéndonos de recursos naturales para obtener a cambio bienes manufacturados, convencidos de que nuestras ventajas comparativas radicaban en nuestra capacidad para producir productos primarios con escaso o nulo valor agregado. Ahora, llegó la hora de la integración. Somos 600 millones de habitantes, poseemos casi la mitad de la biodiversidad y del agua existente a escala mundial, sin hablar de los recursos energéticos y de un potencial inconmensurable para producir alimentos. Con plenitud de talento humano y una voluntad política real, a pesar de nuestras diferencias, América Latina representa en conjunto la tercera potencia económica mundial. El futuro de la humanidad reside en el Sur, nuestro norte de ahora en adelante es el Sur. La Patria Grande Latinoamericana renace y su proceso de desarrollo y consolidación es esta vez indetenible. El sueño bolivariano se está haciendo realidad. El Libertador visionario puede ahora descansar en paz. ¡Viva Bolívar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario