Jiddu Krishnamurti .-Ámsterdam, 10 de mayo de 1969
Parece extraño que no podamos encontrar una manera de vivir en la cual no haya conflicto, confusión ni desdicha, sino gran abundancia de amor y de consideración. Leemos libros de personas intelectuales que nos dicen cómo la sociedad debe ser organizada económica, social y moralmente. Entonces recurrimos a libros de escritores religiosos y de teólogos con sus ideas especulativas. Aparentemente es muy difícil para la mayoría de nosotros descubrir una forma de vida que sea dinámica, pacífica, llena de energía y claridad, sin depender de otros. Se supone que somos gente muy madura y sofisticada. Los mayores entre nosotros hemos vivido dos guerras espantosas, revoluciones, levantamientos, y toda forma de infelicidad. Y a pesar de ello aquí estamos en una mañana encantadora, hablando de todas estas cosas, esperando quizá que se nos diga qué hacer, que se nos muestre una manera práctica de vivir, de seguir a alguien que nos pueda ofrecer alguna clave hacia la belleza de la vida y la inmensidad de algo más allá de la rutina diaria.
Me pregunto -y también pueden hacerlo ustedes- por qué escuchamos a otros. ¿Por qué no podemos encontrar claridad por nosotros mismos en nuestras propias mentes y corazones, sin distorsión alguna, y por qué tenemos que estar recargados de libros? ¿Es que no podemos vivir sin perturbaciones, plenamente, con gran éxtasis y realmente en paz? Ese estado de cosas me parece muy extraño en verdad, pero así es. ¿Se han preguntado alguna vez si es posible vivir plenamente, sin esfuerzo ni lucha? Estamos esforzándonos constantemente por cambiar esto, transformar suprimir esto, aceptar aquello, por imitar y por seguir ciertas fórmulas e ideas.
Y no estoy seguro de que nos hayamos preguntado alguna vez si es posible vivir sin conflicto -no en aislamiento intelectual o de manera emocional, sentimental, y más bien confusa- sino vivir sin ninguna clase de esfuerzo en absoluto. Porque el esfuerzo, no importa lo agradable (o desagradable), satisfactorio o provechoso que pueda ser, deforma y corrompe la mente. Es como una máquina que está siempre moliendo, que nunca funciona suavemente y que por lo tanto se desgasta muy pronto. Entonces, uno se hace la pregunta -y creo que es una pregunta importante- si es posible vivir sin esfuerzo, pero al propio tiempo sin volverse perezoso, solitario, indiferente, falto de sensibilidad, sin convertirse en un ser humano inactivo. Toda nuestra vida, desde el momento en que nacemos hasta que morimos, es una lucha interminable por adaptarnos, cambiar o llegar a ser algo. Esta lucha y conflicto traen confusión, embotan la mente, y nuestros corazones se tornan insensibles.
¿Es posible, por lo tanto -no como una idea, o como algo sin esperanza, más allá de nuestro alcance- encontrar una manera de vivir sin conflicto, no sólo en lo superficial sino también muy hondo en el así llamado inconsciente, en las profundidades de nuestro propio ser? Quizás esta mañana podamos penetrar hondamente en esta cuestión.
Ante todo uno se pregunta por qué inventamos los conflictos, sean placenteros o desagradables, y si es posible terminar con ellos. ¿Podemos poner fin a esto y vivir una clase de vida totalmente distinta, con gran energía, claridad, capacidad intelectual, racionalidad, y así tener un corazón pleno de abundante amor en el verdadero sentido de la palabra? Creo que debemos dedicar nuestras mentes y nuestros corazones a investigar este problema y a compenetrarnos de él completamente.
Es obvio que el conflicto existe debido a la contradicción en nosotros mismos, la cual se manifiesta exteriormente en la sociedad, en la actividad del "yo" y del "no yo"; es decir, el "yo" con todas sus ambiciones, impulsos, empeños, placer, ansiedades, odio, competencia y temores, y lo "otro", que es el "no yo". Existe también la idea acerca del vivir sin conflictos o sin deseos contradictorios, empeños y urgencias. Si nos damos cuenta de esta tensión, podemos ver en nosotros mismos los tirones de las demandas contradictorias, de las creencias opuestas, de las ideas y empeños.
Es esta dualidad, estos deseos opuestos con sus temores y contradicciones lo que origina el conflicto. Creo que ello es bastante claro si lo observamos en nosotros mismos. Idéntico patrón se repite una y otra vez no sólo en la vida diaria, sino también en el así llamado vivir religioso -entre el cielo y el infierno, lo bueno y lo malo, lo noble y lo innoble, el amor y el odio, etc. Si se me permite sugerirlo, les pido por favor que no escuchen meramente las palabras, sino que se observen a sí mismos en forma no analítica, usando al que les habla como un espejo en el cual ustedes se ven como realmente son, de manera que, al mirar en ese espejo, se den cuenta del funcionamiento de sus propias mentes y corazones. Uno puede ver cómo toda forma de división, separación o contradicción, dentro o fuera de uno mismo, inevitablemente engendra conflicto entre la violencia y la no violencia. Dándonos cuenta de este estado de cosas tal como es en realidad ¿es posible terminar con él no sólo en el nivel superficial de nuestra conciencia, en nuestra vida diaria, sino también hondamente en las mismas raíces de nuestro ser, de manera que no haya contradicción, ni demandas o deseos contrapuestos, ni actividad alguna de la mente dualista y fragmentaria? Ahora bien ¿cómo vamos a hacer esto? Fabricamos un puente entre el "yo" y el "no yo" -el "yo" con todas sus ambiciones, impulsos y contradicciones, y el "no yo" que es lo ideal, que es la fórmula, el concepto. Estamos siempre tratando de construir un puente entre lo que es y lo que debería ser. Y en eso hay contradicción y conflicto y de esa manera desperdiciamos todas nuestras energías. ¿Puede la mente cesar de dividir y quedarse completamente con lo que es? ¿Existe conflicto alguno en la comprensión de lo que es?
Me gustaría entrar en esta cuestión enfocándola en forma diferente, en relación con la libertad y el temor. La mayoría de nosotros deseamos libertad aun cuando vivimos en actividades egocéntricas y pasamos los días interesados en nosotros mismos, en nuestros fracasos y realizaciones. Deseamos ser libres -no sólo en lo político, lo cual es comparativamente fácil excepto en el mundo de las dictaduras- sino también libres de la propaganda religiosa. Cualquier religión, antigua o moderna, es obra de los propagandistas y, por lo tanto, no es religión en absoluto. Cuanto más serios somos, cuanto más interesados estamos en la totalidad del vivir, más libertad buscamos y más inquirimos, sin aceptar ni creer. Necesitamos ser libres para descubrir si existe la realidad, si existe o no algo eterno, intemporal. Hay esta demanda extraordinaria de libertad en todas nuestras relaciones, pero esa libertad generalmente se convierte en un proceso autoaislador y, por lo tanto, no hay verdadera libertad.
En la misma demanda de libertad hay miedo, porque la libertad puede implicar inseguridad total, absoluta, y uno teme estar completamente inseguro. La inseguridad parece una cosa muy peligrosa; todo niño exige seguridad en sus relaciones. Y según envejecemos continuamos exigiendo seguridad y certeza en todas nuestras relaciones: con las cosas, con las personas y con las ideas. Esa demanda de seguridad engendra inevitablemente temor, y sintiéndonos atemorizados dependemos más y más de las cosas a las cuales estamos apegados. Por lo tanto, surge esta cuestión de la libertad y del temor; si es del todo posible estar libre de temor, no sólo física, sino también psicológicamente; no sólo en la superficie, sino en los oscuros escondrijos de nuestra mente, en los secretos refugios donde nunca se ha penetrado. ¿Puede la mente estar completamente libre de todo miedo? Es el miedo el que destruye el amor -esto no es una teoría- es el miedo el que engendra ansiedad, apego, deseo de posesión, de dominación, celos en todas las relaciones, y es el miedo el que engendra la violencia. Podemos observar cómo en las ciudades, con sus poblaciones excesivas y a punto de explotar, existe gran inseguridad, incertidumbre, miedo. Esto contribuye con su parte a la violencia. ¿Podemos estar libres de miedo, de manera que cuando salgan de este salón ustedes puedan caminar sin sombra alguna de esa oscuridad que el miedo produce?
Para comprender el temor tenemos que examinar no sólo los temores físicos, sino la red compleja de los temores psicológicos. Quizá podamos investigar esto. El problema es: cómo surge el miedo, qué lo sostiene y le da duración, y si es posible terminar con él. Es relativamente fácil comprender los temores físicos. Hay una respuesta instantánea al peligro físico, que es la respuesta de muchos siglos de condicionamiento, porque sin ello no habría habido supervivencia física y la vida habría terminado. Tenemos que sobrevivir físicamente, y la tradición de miles de años dice que debemos tener cuidado, y la memoria dice: "ten cuidado, hay peligro, debes actuar inmediatamente". ¿Pero es miedo esta respuesta física ante el peligro?
Por favor, sigan todo esto cuidadosamente, porque vamos a entrar en algo muy sencillo y, sin embargo, complejo, y a menos que le presten toda su atención, no lo comprenderán. Preguntamos si es miedo esa respuesta física y sensoria ante el peligro, la cual implica acción inmediata. ¿O es inteligencia y, por lo tanto, no es miedo en absoluto? ¿Y es la inteligencia una cuestión que atañe al cultivo de la tradición y la memoria? Si lo es ¿por qué no funciona completamente, como debe ser, en el campo psicológico, donde uno está tan terriblemente temeroso de tantas cosas? ¿Por qué esa misma inteligencia que actúa cuando observamos el peligro, no funciona cuando hay temores psicológicos? ¿Es esa inteligencia física aplicable a la naturaleza psicológica del hombre? Esto es, existen temores de varias clases que todos conocemos -miedo a la muerte, a la oscuridad, a lo que la esposa o el esposo pueda decir o hacer, o a lo que el vecino o el jefe pueda pensar- toda la madeja de los temores. No vamos a bregar con los detalles de las varias formas de temor; nos interesa el miedo mismo, no un miedo en particular. Cuando existe temor y nos damos cuenta de ello, hay un movimiento para escapar de él, sea reprimiéndolo, sea huyendo o evadiéndolo mediante varias formas de entretenimiento, incluso los de carácter religioso, o desplegando valor, que es resistencia al miedo. El escape, el entretenimiento y el valor, son formas diversas de resistencia al hecho real del miedo.
Mientras mayor es el miedo, mayor es la resistencia a él, y ello da origen a una serie de actividades neuróticas. Hay temor y la mente -o el "yo"- dice: "no debe haber temor", y en consecuencia hay dualidad. Está el "yo" que es diferente del temor, que escapa del temor y lo resiste, que cultiva la energía, que teoriza o va al analista; y está el "no yo". El "no yo" es temor, y el "yo" está separado de ese temor. De ese modo hay conflicto inmediato entre el miedo y el "yo" que está sobreponiéndose al miedo. Existen el observador y lo observado. Lo observado es el miedo, y el observador es el "yo" que desea deshacerse de ese miedo. Hay, pues, una oposición, una contradicción, una separación, y por lo tanto hay conflicto entre el miedo y el "yo" que desea deshacerse de ese miedo. ¿Estamos comunicándonos?
El problema consiste, pues, en este conflicto entre el "no yo" del miedo y el "yo" que piensa que es diferente del miedo y lo resiste o trata de vencerlo, escapar de él, reprimirlo o controlarlo. Esa división da lugar invariablemente al conflicto, tal como sucede entre dos naciones con sus ejércitos, sus armadas y sus gobiernos soberanos separados.
De modo que existen el observador y lo observado, el observador que dice: "debo deshacerme de esta cosa terrible, debo terminar con ella". El observador está siempre luchando y se halla en un estado de conflicto. Esto se ha convertido en nuestro hábito, nuestra tradición, nuestro condicionamiento. Y el romper cualquier clase de hábito es una de las cosas más difíciles, porque nos gusta vivir en hábitos, tales como el fumar, el beber, o los hábitos sexuales y los psicológicos. Igual ocurre con las naciones, los gobiernos soberanos, que hablan de "mi país y tu país", "mi Dios y tu Dios", "mi creencia y tu creencia". Por tradición combatimos y resistimos el temor, y así incrementamos el conflicto y avivamos aun más el miedo.
Si esto está claro, podemos entonces dar el siguiente paso que es: ¿existe alguna diferencia real entre el observador y lo observado en este caso específico? El observador piensa que es diferente de lo observado, qué es el miedo. ¿Hay alguna diferencia entre él y la cosa que observa, o son ambos lo mismo? Es obvio que ambos son la misma cosa. El observador es lo observado -y si surge algo totalmente nuevo, entonces no hay observador en absoluto. Pero dado que el observador reconoce su reacción como miedo, al cual ha conocido previamente, esta división existe. Y según ahondamos más y más en el asunto, -como espero estén haciéndolo ahora- descubrimos por nosotros mismos que el observador y lo observado son esencialmente lo mismo. Por lo tanto, si son lo mismo, que da por completo eliminada la contradicción, el "yo" y "el no yo", y con ellos también se elimina totalmente toda clase de esfuerzo. Pero esto no significa que uno acepta el miedo o se identifica con él.
Existen el miedo, la cosa observada y el observador que es parte de ese miedo. ¿Qué vamos a hacer, pues? (¿Están ustedes trabajando tan duro como el que les habla? Si meramente escuchan las palabras, entonces me temo que no resolverán a fondo esta cuestión del miedo). Existe sólo el miedo, y no el observador que lo observa, porque el observador es el miedo. Aquí ocurren varias cosas. Primero, ¿qué es el miedo y cómo surge? No estamos hablando de los resultados del miedo, o de la causa del miedo, o de cómo el miedo oscurece nuestra vida con su desdicha y fealdad. Estamos indagando qué es el miedo y cómo surge. ¿Debemos analizar el miedo continuamente para descubrir sus interminables causas? Porque cuando ustedes comienzan a analizar, el analizador tiene que estar extraordinariamente libre de todo prejuicio y condicionamiento; tiene que mirar, que observar. De otra manera, si existe alguna clase de tergiversación en su juicio, esa tergiversación aumenta según él continúa analizando.
Por lo tanto, el analizar para poner fin al miedo no termina con él. ¡Espero que haya algunos analistas aquí! Porque al descubrir la causa del miedo y actuar sobre tal descubrimiento, la causa se vuelve el efecto, y el efecto se vuelve la causa. Se comienza con el efecto y se actúa sobre ese efecto para encontrar la causa; entonces el descubrir la causa y actuar de acuerdo con ella pasa a ser la siguiente etapa. Ambos, causa y efecto, se convierten así en una cadena interminable. Si descartamos la comprensión de la causa del temor y el análisis del temor, entonces, ¿qué hay que hacer?
Ustedes saben, esto no es un entretenimiento, pero hay gran júbilo en descubrir y en comprender todo esto. ¿Qué hace que surja el miedo, pues? El tiempo y el pensamiento crean el miedo -el tiempo como ayer, hoy y mañana-; existe el miedo de que algo podrá ocurrir mañana: la pérdida del empleo, la muerte, el hecho de que la esposa o el marido puedan dejarme, de que la enfermedad y el dolor que experimenté hace algunos días se repitan. Ahí es donde el tiempo interviene. El tiempo, que envuelve lo que el vecino pueda decir de mí mañana, o el tiempo que hasta ahora ha encubierto algo que hice muchos años atrás. El tiempo como miedo de que no se realicen algunos deseos profundos y secretos. De manera que el tiempo forma parte del temor, el temor a la muerte que llega al final de la vida o que puede estar esperando a la vuelta de una esquina; y por eso tengo miedo. Así, el tiempo envuelve al miedo y al pensamiento. No existe el tiempo si no existe el pensamiento. El pensar en lo que ocurrió ayer, y el temer que vuelva a repetirse mañana, es lo que engendra tanto el tiempo como el miedo.
Por favor, observen esto, mírenlo ustedes mismos, no acepten ni rechacen nada, sino escuchen, descubran por si mismos la verdad de esto; no se detengan meramente en las palabras para decir si están o no están de acuerdo; sigan adelante. Para encontrar la verdad se requiere sensibilidad, pasión por descubrir, y una gran energía. Entonces descubrirán que el pensamiento engendra el miedo; el pensar en e pasado o en el futuro -siendo el futuro el siguiente minuto, o el siguiente día, o diez años después- el pensar acerca de ello hace de ello un acontecimiento. Y el pensar en un acontecimiento que fue placentero ayer, mantiene y da continuidad a ese placer, no importa que ese placer sea sexual, sensorio, intelectual o psicológico. El pensar acerca de ello y construir una imagen como hace la mayoría de la gente, le confiere a ese acontecimiento pasado una continuidad a través del pensar, y eso engendra más placer.
El pensamiento engendra miedo y también placer; ambos son cosas del tiempo. De manera que el pensamiento engendra esa moneda de dos caras del placer y del dolor, que es el miedo. ¿Qué hay que hacer entonces? Rendimos culto al pensamiento, el cual se ha vuelto tan extraordinariamente importante, que pensamos que mientras más ingenioso es, mejor es. En el mundo de los negocios, en el mundo religioso, o en el mundo de la familia, el intelectual se complace con el uso del pensamiento, esa moneda de dos caras, esa guirnalda de palabras ¡Cómo honramos a las personas que son intelectual y verbalmente hábiles en su modo de pensar! Pero el pensamiento es responsable del temor y de lo que llamamos placer.
No decimos que no debiéramos tener placer. No somos puritanos, tratamos de comprenderlo, y en la misma comprensión de todo este proceso, el miedo cesa. Entonces verán que el placer es algo completamente diferente. (Examinaremos esto si tenemos tiempo). El pensamiento es por lo tanto responsable de esta agonía: un lado es agonía y el otro lado es placer y su continuidad; la urgencia de placer y su persecución, en todas las formas, incluyendo la religiosa. ¿Qué debe hacer, entonces, el pensamiento? ¿Puede terminar? ¿Es ésa la pregunta correcta? ¿Y quién va a terminar con él? ¿Es el "yo", que no es pensamiento? Pero el "yo" es resultado del pensamiento. Y así se repite el mismo viejo problema; el "yo" y el "no yo" que es el observador que dice: "¡Si sólo pudiera poner fin al pensamiento, entonces podría disfrutar de una vida distinta!" Pero existe únicamente el pensamiento, y no el observador que dice: "deseo que el pensamiento termine", porque el observador es el producto del pensamiento. Y, ¿cómo surge el pensamiento? Podemos ver muy fácilmente que es la respuesta de la memoria, de la experiencia y el conocimiento todo lo cual es el cerebro, depósito de la memoria. Cuando le preguntamos cualquier cosa, responde con una reacción que es memoria y reconocimiento. El cerebro es el resultado de milenios de evolución y condicionamiento -el pensamiento es siempre viejo, nunca es libre; es la respuesta de todo el condicionamiento.
¿Qué hemos de hacer? Cuando el pensamiento se da cuenta de que no puede hacer nada con el miedo porque él crea el miedo, entonces surge el silencio; entonces hay una negación completa de cualquier movimiento que engendre temor. Por lo tanto, la mente, incluyendo el cerebro, observa todo ese fenómeno del hábito, de la contradicción y lucha entre el "yo" y el "no yo". Y comprende que el observador es lo observado. Y viendo que el miedo no puede ser meramente analizado y descartado, sino que siempre estará allí, la mente también ve que el análisis no es el camino. Entonces uno se pregunta: ¿cuál es el origen del temor? ¿Cómo surge?
Dijimos que es engendrado por el tiempo y el pensamiento. El pensamiento es la respuesta de la memoria, y el pensamiento crea el miedo. También dijimos que el miedo no puede cesar mediante el mero dominio o represión del pensamiento, o tratando de transmutar el pensamiento, o complaciéndonos en todas las tretas que nos jugamos a nosotros mismos. Al darse cuenta de todo este patrón sin elección alguna objetivamente, y al ver todo esto por sí mismo, el propio pensamiento dice: "estaré quieto sin control ni represión alguna". "Estaré silencioso".
Así el miedo llega a su fin, lo cual significa el cese del sufrimiento y la comprensión de uno mismo, el conocimiento de uno mismo. Sin este conocimiento no hay fin para el dolor y el miedo. Sólo una mente que está libre de miedo puede enfrentarse a la realidad.
Quizás ahora ustedes tengan interés en hacer preguntas. Debemos hacer preguntas, es necesario este preguntar, este revelarse uno frente a sí mismo aquí, y también lo es cuando está uno solo en su habitación o en el jardín, o sentado tranquilamente en un autobús, o caminando; uno ha de preguntar para descubrir. Pero tiene que formular la pregunta correcta, y en la misma formulación de la pregunta correcta está la respuesta correcta.
Interlocutor: ¿Es lo correcto aceptarse uno mismo, aceptar su propio sufrimiento, su propio dolor?
Krishnamurti: ¿Cómo puede uno aceptar lo que es? ¿Quiere usted decir que acepta su fealdad, su brutalidad, su violencia, sus pretensiones, su hipocresía? ¿Puede usted aceptar todo eso? ¿No desea usted cambiar? ¿No debemos cambiar realmente todo esto? ¿Cómo podemos aceptar el orden establecido de la sociedad con su moralidad que es inmoralidad? ¿No es la vida un movimiento constante de cambio? Cuando uno esta viviendo no hay aceptación sino sólo el vivir. Entonces vivimos con el movimiento de la vida, y el movimiento de la vida exige cambio, una revolución psicológica, una mutación.
Interlocutor: No comprendo.
Krishnamurti: Lo siento. Quizá cuando utilizó la palabra "aceptar" no se dio cuenta de que en el inglés corriente significa aceptar las cosas como son. Quizá podría expresarlo en holandés.
Interlocutor: Aceptar las cosas como vienen.
Krishnamurti: ¿Debo aceptar las cosas como vienen, digamos, cuando la esposa me abandona? ¿Aceptaré las cosas como vienen cuando pierdo dinero, cuando pierdo mi trabajo, cuando soy despreciado, insultado? ¿Aceptaré la guerra? Para tomar las cosas como vienen, realmente y no en teoría, uno tiene que estar libre del "mi", y del "yo". Y de todo eso hemos estado hablando durante la mañana de hoy: de vaciar la mente del "yo" y del "tú", del "nosotros" y del "ellos". Entonces puede uno vivir de instante en instante, interminablemente sin lucha, sin conflicto. Pero eso es verdadera meditación, acción verdadera, y no conflicto, brutalidad y violencia
Interlocutor: Tenemos que pensar; es inevitable.
Krishnamurti: Sí, comprendo, señor. ¿Sugiere usted que no deberíamos pensar en absoluto? Para realizar un trabajo hay que pensar, para ir a su casa tiene usted que pensar; y existe la comunicación verbal, que es el resultado del pensamiento. ¿Qué lugar ocupa, pues, el pensamiento en la vida? El pensamiento tiene que funcionar cuando hacemos algo. Escuche esto, por favor. Para llevar a cabo un trabajo técnico, para funcionar como lo hace la computadora -aun cuando no tan eficientemente- el pensamiento es necesario. Lo es para pensar claramente, objetivamente, sin emociones, sin prejuicio, sin opinión; el pensamiento es indispensable para poder actuar con claridad. Pero también sabemos que el pensamiento engendra el miedo, y ese mismo miedo nos impide actuar eficazmente. Por lo tanto, ¿puede uno actuar sin miedo cuando el pensamiento es necesario, y puede éste permanecer quieto cuando no lo es? ¿Entiende usted? ¿Puede uno tener una mente y un corazón que comprendan todo este proceso del temor, del placer, del pensamiento y de la quietud de la mente? ¿Puede uno actuar con reflexión cuando es necesario y no utilizar el pensamiento cuando no lo es? Sin duda todo esto es sencillo, ¿no es así? Esto es, ¿puede la mente estar tan por completo atenta que cuando se halle despierta piense y actúe si es necesario y permanezca despierta en esa acción, sin dormirse y sin trabajar de un modo mecánico?
De manera que la cuestión no es si debemos pensar o no, sino cómo mantenernos despiertos. Para permanecer despiertos es indispensable esa profunda comprensión del pensamiento del miedo, del amor, el odio y la soledad; uno tiene que estar del todo comprometido en esta forma de vida tal como uno lo está, pero comprendiéndola completamente. Podemos comprenderla a fondo sólo cuando la mente está por completo despierta, sin distorsión alguna.
Interlocutor ¿Quiere decir que simplemente reaccionamos de acuerdo con nuestra experiencia cuando estamos frente al peligro?
Krishnamurti: ¿No lo hace usted? Cuando usted ve un animal peligroso, ¿no reacciona de acuerdo con la memoria, con la experiencia, que quizá no sea su propia experiencia personal sino la experiencia de la raza, que dice: "tenga cuidado"?
Interlocutor: Eso es lo que tenía en la mente.
Krishnamurti: ¿Pero por qué no actuamos con igual eficiencia cuando vemos el peligro del nacionalismo, de la guerra, de los gobiernos separados con sus derechos soberanos y sus ejércitos? Estas son las cosas más peligrosas; ¿por qué no reaccionamos, por qué no decimos, "cambiemos todo eso"? Esto significa que tiene que ocurrir un cambio en uno mismo -en ese "sí mismo" que ahora conocemos- de modo que uno no pertenezca a ninguna nación, a ninguna bandera, país o religión, y que por lo tanto sea un ser humano libre. Pero no lo hacemos. Reaccionamos a los peligros físicos, pero no a los peligros psicológicos, que son los más devastadores. Aceptamos las cosas como están o nos rebelamos contra ellas para crear alguna utopía fantástica, con lo cual volvemos a lo mismo. Ver el peligro interno y ver el peligro externo es la misma cosa, o sea, mantenernos despiertos, lo cual significa ser inteligentes y sensibles.
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