Quizás nunca antes se
había verificado tan vívidamente el aserto de que en casi cualquier
sistema de ideas puede encontrarse una gema, un componente racional de
que asirnos en nuestra ojeada a la realidad. Y que nos tachen de
eclécticos. ¿Acaso la situación mundial de hoy no insufla oxígeno a la
tesis de la decadencia de Occidente, argumentada en obra a sí mismo
nombrada, por Oswald Spengler (1880-1936)? Aplaudido a rabiar por
corifeos y coros del imperialismo cuando publicó, poco después de la
derrota de Alemania en la primera masacre universal, los dos tomos
(1918-1922) donde exalta el viejo espíritu prusiano, la monarquía, el
estamento aristocrático y el militarismo; mimado por ciertas “élites”
por el sonido de su olifante proclamando la guerra “forma eterna de la
existencia superior humana”, y sobre todo por el fatalismo contrapuesto a
la concepción materialista de la historia y la consustancial percepción
del progreso, este hombre se equivocó en la etiología de la enfermedad
pero acertó en su diagnóstico. Porque, si bien suena cuando menos
discutible la aseveración de que el florecimiento de Occidente se
produjo en el marco del feudalismo, coincidamos en que en el presente
asistimos a la descomposición de un orbe que se ha considerado a sí
propio imperecedero, con vanidad incontinente y honda miopía.
Para analistas como Jorge Berstein no hay duda: “La ‘crisis global’
(todavía se la sigue llamando así) sigue su curso, se va profundizando
con el correr de los años, deteriora las instituciones de las potencias
centrales, quiebra las tramas económicas y culturales que cohesionaban a
esas sociedades, queda al descubierto como decadencia, es decir como
proceso de deterioro general irreversible. También va llegando a los
denominados ‘países emergentes’, derrumbando el mito del
rejuvenecimiento capitalista desde la periferia, de la superación
burguesa del neoliberalismo occidental gracias a la intervención del
Estado”.
En artículo reproducido por una miríada de medios
digitales, Berstein apunta que en los años 2008 y 2013 se aceleró la
declinación del capitalismo; en ambos lapsos el desastre tuvo como
origen el centro imperial, para después irradiarse. “Podríamos
establecer un corte aún más preciso y fijar los meses de septiembre de
2008 y septiembre-octubre de 2013 como los ‘momentos’ en los que la
historia incrementó bruscamente su velocidad cuando la acumulación de
degradaciones produjo un gran salto de cantidad en calidad. Desde el
punto de vista de los amos del sistema es posible hablar de ‘annus
horribilis’, es decir, años de grandes desgracias, aunque desde el lado
de las víctimas, de los miles de millones de seres humanos que habitan
en el subsuelo del planeta burgués podemos afirmar que se trata de
‘annus mirabilis’, de períodos donde el sistema avanza claramente hacia
su ruina, es decir, de acontecimientos ‘maravillosos’ que alientan la
esperanza en la posible conquista de un mundo mejor”.
Recordarán que el 15 de septiembre de 2008, en los Estados Unidos, el
gigante Lehman Brothers se declaró en quiebra y American International
Group (AIG), líder de seguros y otros servicios, requirió el rescate de
la Reserva Federal (Fed). Como bajo el efecto de una piedra lanzada
sobre aguas tranquilas, en concéntricas olas, “la crisis provocada por
el desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana se propagó
rápidamente, estallaron otras burbujas inmobiliarias y bursátiles en
Europa y Asia y los gobiernos de las grandes potencias inyectaron en los
años siguientes varios millones de millones de dólares con el fin de
impedir el hundimiento del sistema financiero internacional, pilar
decisivo de la economía mundial. No consiguieron recomponer su dinámica
anterior ni mucho menos la de las estructuras productivas pero sí
lograron evitar (postergar) el derrumbe”.
Desde 2008, la
masa que se venía expandiendo de manera exponencial dejó de crecer; en
puridad, experimentó un decrecimiento suave. “Es lo que constatamos
cuando comparamos a la especulación en ‘productos financieros derivados’
(corazón del parasitismo financiero global) con el Producto Bruto
Mundial. A mediados de 1998 esos negocios equivalían a cerca de 2.4
veces el valor nominal de la economía planetaria, llegaron a 4.3 veces
hacia finales de 2002, a 8.5 veces a finales de 2006 y a 11.7 veces a
mediados de 2008, en pleno delirio especulativo, y bajaron lentamente
desde entonces: 10.5 a finales de 2009, 10.6 a mediados de 2011, cayeron
a 8.9 a finales de 2012 y a 8.6 a mediados de 2013”.
La
detención del alucinante monto marca el fin del largo “crecimiento
drogado” del capitalismo neoliberal. “Desde los años 1970 transcurre la
reconversión financiera que permitió la reproducción ampliada del área
imperial del sistema: los Estados centrales se endeudaban y subsidiaban a
la industria (gastos militares, reducciones fiscales de todo tipo,
etc.), y frenaban la desaceleración del consumo (subsidios a los
desempleados), las empresas se endeudaban para seguir invirtiendo y los
consumidores se endeudaban sosteniendo a esos grandes mercados, por otra
parte las caídas tendenciales en las tasas de ganancias productivas de
grandes grupos económicos eran más que compensadas por la expansión de
los negocios financieros”.
A la postre, se sabe, la burbuja
estalló. Sobrevino una “degradación financiera-productiva controlada;
las deudas públicas y privadas de las potencias centrales tradicionales
siguieron creciendo, la Unión Europea se estancó para entrar finalmente
en recesión, Japón transitó un camino aún más dramático (Fukushima
mediante) y los Estados Unidos tuvieron un crecimiento anémico que a lo
largo de 2012-2013 amenazaba convertirse en estancamiento o directamente
en recesión. El sistema había ingresado en una nueva etapa”.
Pero la catástrofe no dio al traste con las ambiciones hegemónicas.
Antes bien, a imagen y semejanza de las élites romanas tardías, los
mandamases gringos visten la piel de miura y, huyendo hacia adelante, se
creen el mantra de que solo la utilización de su superioridad castrense
podría revertir los retrocesos económicos, o frenar su desarrollo. “La
victoria occidental en la Guerra Fría parecía confirmar esa hipótesis,
la avalancha militarista de la era Reagan durante los años 1980
continuada por la presidencia de George Bush (padre) le había dado la
estocada final a la Unión Soviética obligándola a competir en una
carrera armamentista que desbordó su capacidad económica y burocrática
declinante. Liquidada la URSS, los Estados Unidos aparecían como la
única superpotencia militar, el planeta quedaba a su disposición”.
Y desde hace más de un decenio se anda a tumbos en una bacanal donde el
vino ha resultado remplazado por sangre, a la manera del membranoso
“hombre” alado de Transilvania. En pose de Drácula, el Tío Sam abreva en
disímiles puntos geográficos -¿en cuál no?-. “Con diferentes
intensidades y modalidades, la mirada del Imperio hacia el resto del
mundo es principalmente militar; la periferia aparece ante los ojos de
su élite dominante como un vasto campo de batalla. Los golpes de Estado
en Honduras (2009) y Paraguay (2012), la acentuación de las
intervenciones sobre Colombia y Venezuela y las actividades de
desestabilización en otros países latinoamericanos señalan que el
Imperio ha lanzado una ofensiva de gran alcance sobre la región, a esto
debemos sumar el desarrollo de un segundo frente de guerra en África
cuyo momento más dramático ha sido la destrucción de Libia pero
apuntando al mismo tiempo hacia el mundo árabe, ambas ofensivas
convergen con la prosecución de la guerra larga en Medio Oriente y Asia
Central: el tercer frente, y el despliegue de un cuarto frente de
fuerzas militares cada vez más extendido e intenso en Asia-Pacífico
apuntando contra China”.
En criterio de Berstein, el doble
rostro del Imperio (decadencia económica y social por un lado y
militarismo por el otro) sugiere que la ola bélica no es sustentable ni
siquiera en corto plazo. “Los gastos militares reales de los Estados
Unidos se aproximan a los 1.3 billones (millones de millones) de dólares
si a los gastos del Departamento de Defensa sumamos aquellos con
finalidad militar de otras áreas de la administración pública
(Departamento de Estado, Departamento de Energía, NASA, etc.) y los
intereses pagados por el endeudamiento necesario para su realización.
Esa cifra equivale en el Presupuesto 2013 a la casi totalidad de la
recaudación prevista de impuestos personales directos o a 140 por ciento
del déficit fiscal proyectado”. Entonces, ¿habrá alguna lógica, alguna
racionalidad superior que explique el fenómeno?
Lógica ilógica
Nos encontramos frente a la dinámica histórica concreta de la llamada
racionalidad instrumental, de sobra develada allá en el siglo XIX por
dos barbados genios, uno de Tréveris, el otro de Barmen. Visión
únicamente interesada en la eficacia de los mecanismos de preservación y
expansión del poder, de una burguesía cada vez más empantanada, sorda y
ciega ante las consecuencias en perspectiva. ¿Acaso la vida individual
no representa un suspiro, un pestañazo en el turbión de los tiempos?
Tras de mí, el diluvio, ¿no? Además, quién se atrevería a ralentizar el
paso marcial, el económico, cuando la maximización de ganancias, la
revalorización del capital, dictan que el que pare pierde no solo el
aire en la irremediable competencia proveniente de la propiedad privada
de los medios de producción. No en vano Occidente -léase: el
capitalismo- anda embarcado, y no de polizón, en una puja planetaria por
esquilmar a la periferia, en primerísimo lugar de los recursos
energéticos.
Con estos trazos asistámonos, como elemento
para el acercamiento a la realidad, de algo que apostilla Miguel
Guaglianone, en Barómetro Internacional : “Si bien el sistema global
muestra en su análisis los elementos contradictorios que aparecen en
todos los sistemas complejos […], la pérdida de la influencia
estadounidense a nivel mundial se está haciendo cada vez más evidente.
Basta comparar por ejemplo la incidencia en los eventos planetarios de
las intenciones del Gobierno de Ronald Reagan, con la del Gobierno
Obama, para constatar cómo la hegemonía política de los Estados Unidos
luego de la caída de la Unión Soviética era mucho mayor que la actual,
dónde la confrontación con nuevos poderes emergentes produce resultados
diferentes. No podemos augurar cuál será el resultado final de este
proceso (aunque tengamos nuestras expectativas), pero si podemos decir
que las cosas están cambiando, y que la distribución del poder a nivel
global está recomponiéndose”.
¿Muestras? Guaglianone se
apronta. El caos todavía reinante en Libia, donde el control de las
fuerzas externas que lo desataron está excluido por obra y gracia de
facciones actuantes de aleatoria manera. La salvaje represión en Egipto
de una dictadura militar en su momento apoyada por derechas y ciertas
izquierdas en el orbe y que se ha enseñoreado del país a contrapelo de
las tímidas reconvenciones de las potencias. En Siria, el Ejército y el
Gobierno de Bashar Al Assad siguen logrando progresivos éxitos militares
contra los grupos de mercenarios, promovidos, sufragados y dotados por
las naciones centrales y las monarquías del Golfo. En Irak, la
devastación producida por la guerra y posterior invasión ha dejado, como
en Libia, un “Estado fantasma”, cuyos pseudos poderes no consiguen
controlar la brutal violencia interna. Irán: la asunción de Hasan
Rouhani significó un giro en la política exterior de esta nación; la
antigua Persia se ha comprometido a permitir la inspección de sus
instalaciones nucleares (a la cual ya había accedido) y a reducir el
porcentaje del enriquecimiento de uranio de 20 a cinco por ciento, y a
cambio las naciones occidentales constreñirán las sanciones que “venían
cercando económicamente al país”.
Por si fuera poco, los
intentos de Washington de abandonar Afganistán se enfrentan a ingentes
dificultades. No solo la violencia interna se prolonga, con constantes
atentados contra las fuerzas de ocupación y las de la administración
títere, sino que hasta el propio Hamid Karzai, “el presidente colocado a
dedo por EE.UU.”, se resiste a firmar el acuerdo militar que liberaría
de responsabilidades a la superpotencia tras el retiro de sus tropas. En
un intento de robustecer su influencia en la región, la monarquía
saudita no ha vacilado en aliarse a Israel, tanto en lo que se refiere a
abastecer a las hordas mercenarias en Siria, como en respaldar al
Ejecutivo castrense en Egipto y utilizar todo su poderío económico para
presionar en contra de Irán. Riad ha ensayado también un alejamiento de
la Casa Blanca, a causa de diferencias tácticas, que atañen a unas
transacciones estimadas mera debilidad.
Así las cosas, la
nación más “perjudicada” con los sucesos en la región y a nivel
internacional ha resultado Israel. Desde el momento en que Rohuani
intervino en las Naciones Unidas, el premier Benjamín Netanyahu exhibió
su “indignación de que alguien pudiera creer en sus propuestas de
negociación. Cuando estas siguieron adelante, Israel ha hecho todo su
esfuerzo por contraponerse, utilizando el poder de su lobby en
Francia y la ayuda de Arabia Saudita, para que el Gobierno de Hollande
intentara sabotear el acuerdo entre Irán y el grupo 5+1, igualmente
continua moviendo su poderoso lobby en los Estados Unidos, sobre
todo en el Congreso, para promover las propuestas de los congresistas de
derecha a los que apoya, en contra de Irán y Siria. Conjuntamente
también a la monarquía saudí, presionan a través de los grupos de
‘oposición’ para sabotear la propuesta conferencia citada en Ginebra
para lograr un acuerdo en Siria. Estos sucesos han producido también una
gran divergencia con el Gobierno estadounidense que ha apoyado estas
negociaciones, dejando a Israel más aislada que nunca a nivel
internacional”.
De otra parte, en Europa la recesión se
empecina, “y aunque algunas cifras muestren una desaceleración mínima de
la crisis, a pesar del esfuerzo de los Gobiernos en presentarlas como
positivas, solo se trata de que el ritmo de la caída parece enlentecerse
ligeramente. Esto no deja a los Gobiernos muchos márgenes de maniobra
para jugar a la política exterior, exceptuando quizás a una Alemania que
sigue pretendiendo manejar los destinos de la Unión Europea o una
Francia que se permite algunos desplantes, como el intento de sabotear
el acuerdo entre Irán y los países centrales”.
En América
Latina pugnan una tendencia a la integración regional acometida por la
mayoría de los Gobiernos y el contrataque de los Estados Unidos, que
persiguen restablecer la hegemonía regional difuminada desde hace un par
de décadas. Quizás lo más destacado de esta confrontación, comulguemos
con el observador, se esté dando hoy en Honduras, donde las últimas
elecciones parecen haber sido manipuladas por una oligarquía local unida
a la Embajada de los EE.UU. En Venezuela vibra el choque entre
bolivarianos y derechistas, que apuestan por un “golpe suave”
-inspirados y respaldados por el Departamento de Estado y otras
instituciones gringas-, apelando a la guerra económica, con una panoplia
que incluye inflación inducida, acaparamiento, alza desenfrenada de los
precios de venta, especulación con la cotización “paralela” del dólar.
En ese contexto, medidas como el logro de una ley habilitante para que
el Ejecutivo legisle en materia económica y realice acciones más
expeditas contra la especulación y la corrupción están consolidando el
proceso revolucionario. El Gobierno brasileño, profundamente afectado
por el espionaje revelado por Edward Snowden, incentiva en toda el área
la consolidación de sistemas tecnológicos que contribuyan a la
independencia en el manejo de la información.
Haciendo más
ríspida la situación política del Imperio, asegura el entendido, tanto
Bolivia como Ecuador persisten con éxito en la reforma de sus
Constituciones. No obstante la presión de la derecha, los hechos indican
que estos procesos continúan adelante en el logro de sus objetivos de
cambio social. “Habrá que ver cuál será al respecto la posición del
futuro Gobierno de Bachelet en Chile y que sucederá en Colombia el año
entrante con sus elecciones presidenciales, para saber si la Alianza del
Pacífico, promovida por los Estados Unidos como herramienta para
recuperar su perdida hegemonía en la región, sigue adelante con su
ofensiva, sobre todo en el terreno económico, y mantendrá su agresiva
política contra los mecanismos de integración”.
Pesos pesados
Obviamente, las más significativas variables en el análisis de la
decadencia de Occidente, con EE.UU. a la cabeza, resultan Rusia y China.
Admitamos, con Guaglianone, que el papel de Moscú a nivel internacional
ha sido potenciado por sus triunfos diplomáticos. Primero, se gastó una
posición absolutamente independiente al dar al perseguido Snowden un
asilo condenado por Washington de antemano. Luego pudo detener el
inminente ataque a Siria decidido por la Oficina Oval y consiguió un
acuerdo respecto al control de las armas químicas, pretexto para una
acción de guerra. Otra gran victoria de la diplomacia del Kremlin, el
inédito acuerdo con Irán. “La pérdida de influencia internacional
producida por la caída de la Unión Soviética parece estar revirtiéndose a
partir de una decidida política exterior encabezada por Putin”.
China, por su lado, continúa transformándose en una potencia en todo
sentido, y, si es cierto que ha disminuido en algo el ritmo de su
crecimiento económico (de 10 por ciento anual a 7.5), no ha decrecido su
empeño de convertirse en el principal actor económico del planeta. “Su
muy discreta política exterior la mantiene en un rol aparentemente
pasivo, que, sin embargo, no le ha impedido vetar (junto a Rusia) todas
las resoluciones propuestas en el Consejo de Seguridad para lograr una
intervención exterior en Siria. Mientras tanto mantiene su política
económica expansiva, negociando en términos de ‘ganar, ganar’ con nuevos
mercados en el mundo, en Asia, en África, en Latinoamérica y aun en la
propia Europa. Mantiene además una tensa relación económica con los
Estados Unidos, sobre quien tiene el poderoso recurso de ser la
poseedora de la mayor acumulación en dólares de papeles del Tesoro
estadounidense. El valor internacional del dólar se ha venido
manteniendo a partir de ese inmenso volumen en poder de la nación china.
Esto mantiene el equilibrio entre las tensiones económicas y políticas
entre ambas potencias”.
A guisa de coda inconclusa,
convengamos en que los Estados Unidos no atinan a remontar su grave
crisis económica interna ni su crisis política. En el último año el
dominio de la Casa Blanca se ha visto seriamente achicado. Puertas
adentro, Obama no ha conseguido aupar la reforma médica a partir del
régimen de seguros, su más importante obra, a la que ha tenido que
restar alcance. Puertas afuera, los problemas en Irak y Afganistán han
empantanado al Tío Sam en unas guerras de invasión fracasadas.
“Igualmente, las pulseadas con Rusia parecen haber sido perdidas, tanto
con Snowden como con Siria e Irán. La popularidad del Gobierno de Obama
sigue cayendo a números cada vez más bajos, en ambos ámbitos”.
Jamás tal cantidad de actores internacionales se había atrevido a
plantar cara a la superpotencia. Al desplegar la tesis del declive de
EE.UU., metáfora de Occidente, Enrique Muñoz Gamarra ( argenpress.info )
plantea que, “en principio, el edificio unipolar ha venido diluyéndose
casi desde cuando se impuso, exactamente desde finales de la última
década del siglo XX (1995-1999). Esto es a raíz de los remezones que
empezaron a sentir sus experimentos en el sudeste asiático (tigres
asiáticos). Sabíamos que se había impuesto en 1991, tras la caída de la
ex URSS. Entonces su vigencia fue tan fugaz. Luego, con la gran crisis
económica de 2008 su situación estaba complicada. En 2010 se hizo aún
más aguda. A finales de ese mismo año soportó la ruptura de la alianza
estratégica sino-estadounidense en lo económico y desapareció en ese
mismo momento (2010) vapuleado por la gran crisis económica y enterrada
para siempre con la reacción político-militar de Rusia y China a finales
de 2011”.
Desde entonces, acota vehemente, conocemos que
la estructura multipolar está en pleno proceso. “Esto se vio fortalecido
en el primer semestre de 2013 con la derrota de la línea militar de
desgaste del ejército agresor estadounidense en Siria, del que emergió
un importante equilibrio de fuerzas en el mundo. Una situación que el
grupo de poder de Washington no soportó y trató de romperla el 3 de
septiembre de 2013 al disparar dos misiles balísticos contra Damasco.
Pero fueron tan milimétricas las defensas antiaéreas de Rusia y Siria
que obligaron inmediatamente a este grupo criminal a desistir de sus
infames propósitos. Ahora China, Estados Unidos y Rusia están
equiparadas militarmente (equilibrio de fuerzas), pero, eso sí,
comprometidas en una carrera armamentística nunca vista en la historia
humana. En eso debemos estar muy claros”. Carrera cuyo principal
detonador, apostillemos, lo constituye el escudo misilístico que
Washington pretende instalar contra Rusia, Irán y China, aunque se
desgañite gritando que no, que la cosa es otra, que solo desea
protegerse y proteger a los amigos de unos enloquecidos terroristas,
Estados o individuos, poseedores de unos artilugios que asustan solo a
los incautos.
Y si las cosas quedaran ahí, en lo apretadamente expuesto, el establishment
no se mesaría los cabellos y se prodigaría en jeremiadas. Dicen que los
males llegan juntos y arremolinados. Mientras China emite noticias
exultantes, entre ellas la renovada vitalidad de una economía cuyo PIB
aumentaba 7.8 por ciento de julio a septiembre respecto al mismo período
de 2012, y que el yuan se ha convertido en la segunda divisa en las
operaciones de comercio exterior, desde la Unión soplan vientos
lúgubres. Los expertos alertan de que la Reserva Federal ha inflado la
burbuja de los mercados y debilitado a los países en desarrollo, y que,
para mayor inri, se niega a admitirlo.
Según las
predicciones, la inyección de dinero efectivo continúa y la catástrofe
(¡otra catástrofe!) podría estallar en 2014. Un despacho de Prensa
Latina da cuenta de que la Fed desarrolla la campaña más agresiva en la
historia moderna para fomentar la política monetaria, y ahora cosecha
efectos contraproducentes en los mercados financieros. “Desde noviembre
de 2012 el ente emisor dispone cada mes de 85 mil millones de dólares
para comprar bonos públicos y privados. Además, se comprometió a
mantener los tipos de interés en su nivel actual -entre cero y 0.25 por
ciento- hasta que la tasa de desempleo caiga a 6.5 por ciento. En
octubre se situó en 7.3 por ciento, por lo que eso implica que los tipos
no subirán hasta, al menos, finales de 2014”.
La colega
Cira Rodíguez se pregunta en voz alta si no estará la Reserva repitiendo
el error de 10 años atrás, cuando, para suscitar la recuperación y
combatir la inminencia de deflación, amparó tipos de interés demasiado
bajos y creó la burbuja de las hipotecas basura. Para el estratega del
Nomura Securities, Bob Janjuah, no cabe la hesitación: una enorme
estallará pronto, de tal forma que en 2014 y 2015 el mercado de valores
podría derrumbarse en un nivel que oscilará entre 25 y 30 por ciento.
Una nota hurga aún más en lo tétrico de la circunstancia: “La crisis
capitalista comenzó con una crisis hipotecaria. Aparecieron los Estados
para salvar bancos. Luego vino la crisis industrial. Y nuevamente
apareció el Estado salvando a grandes compañías y multinacionales. Luego
vino la crisis de los Estados. Era lógico, salvaron multinacionales y
comenzaron a quebrar los Estados. Comenzaron los salvatajes de Estados.
Sin embargo, cuando llegó la crisis social no hubo nadie que quisiera
salvar a las sociedades. Los trabajadores perdieron y pierden el empleo,
les rebajan los salarios, pierden sus casas y finalmente terminan
suicidándose. Ha sido una epidemia…”.
Que conste: lo peor
está por venir. “Los riesgos sistémicos en los que incurren las grandes
compañías mundiales, el agotamiento de recursos petroleros, el creciente
consumo de energía, así como la inflación de una burbuja en el mercado
de capitales, debido a la existencia de activos obsoletos”, conducirán a
una crisis energética que hará saltar los precios en 2015 y conllevará
una confusión en los mercados financieros, según peritos como Jeremy
Leggett.
Ahora, si se nos pidiera una opinión, nos
sumaríamos a quienes señalan que confiarse en la caída de Occidente por
los signos objetivos -economía, ideología, cultura, etcétera- podría
llevarnos a pecado de leso marxismo -el original; no el de los
deterministas de la II Internacional, de los Kaustky y los Stalin de
todas las épocas- en cuanto a la importancia del factor subjetivo. De
sobra se conoce que el capitalismo se autorreproduce, se autorregula a
toda costa -a toda plusvalía-, y las crisis les son connaturales a esa
capacidad, incluso actúan como premisas de más acusado despegue. Y que a
la construcción del socialismo le es imprescindible un accionar
consciente.
Aunque compartamos con Oswald Spengler, si bien
por otras razones, la percepción de decadencia de Occidente -no importa
que nos tilden de ecléctico con talante de perdonavidas-, insistamos en
que la alternativa deberá ser colectivamente deseada, para que
cristalice. Qué, ¿nos embullamos? Mire que anhelar lo bueno no cuesta
nada.
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