Armando B. Ginés Rebelión
Uno de cada cuatro reclusos del mundo sobrevive en cárceles de Estados Unidos, cuando el peso demográfico de este país, el imperio de las libertades capitalistas, solo representa el 5 por ciento de la población del planeta Tierra.
Otro dato elocuente reside en que la mitad de las armas de fuego listas para matar en el mundo están entre las manos de civiles estadounidenses. El 50 por ciento de sus hogares guarda una pistola, un rifle o una ametralladora legalmente, gracias a la famosa Segunda Enmienda de su Constitución. Al día se venden unos 45.000 ingenios para abrir fuego por si acaso, alrededor de 16 millones de juguetes bélicos anuales.
No hay bases estadísticas fiables al respecto porque Washington así lo desea para no trasladar una imagen espectacularmente negativa de su sistema represivo, de la violencia estructural de su sociedad racista y de sus impresionantes desigualdades sociales.
Pero escarbando bastante y cruzado números de la ONU, el FBI y fundaciones privadas se puede alcanzar una notable visión de un fenómeno de enormes dimensiones que se nutre de racismo, fobias, desigualdad, represión y cárceles donde los presos y presas se hacinan en espacios minúsculos, inadecuados e insalubres.
Se cree que están en circulación en EE.UU. más armas de fuego que habitantes, en cualquier caso por encima de los 310 millones de artefactos mortales. No es de extrañar, por tanto, que los sucesos de violencia se multipliquen por doquier. El cruce de datos ponderado de diversas fuentes arroja una cantidad de occisos en el país de unas 32.000 personas, de las cuales 20.000 corresponden a suicidios.
El negocio blanco es redondo (se desconoce el dinero negro que se mueve en las cloacas del lumpen), más de 43.000 millones de dólares en ventas de armas de fuego y munición cada ejercicio anual y beneficios siderales que rebasan los 14.000 millones de dólares en el mismo periodo de tiempo. El sector ofrece 240.000 puestos de trabajo.
Entremos en las cárceles USA. Por cada 100.000 habitantes, 750 tienen su domicilio habitual en las prisiones. Si únicamente contamos el censo en edad adulta, la relación es de un residente por cada 100.
En las cárceles públicas hay un 60 por ciento más de reclusos negros que blancos, estadística que se estira hasta el 90 por ciento si hablamos de prisiones privadas, un negocio, como el de las armas, siempre al alza. Se estima que el Gobierno de EE.UU. destina de media al año 200.000 millones de dólares a las fuerzas del orden y al sistema penitenciario.
Hoy, allí y ahora, viven entre rejas más hombres negros que esclavos había en 1850. El universo carcelario se nutre de un 37 por ciento de negros, un 33 por ciento de blancos y un 22 por ciento de hispanos, cuando por demografía su impacto social es respectivamente del 12 por ciento, 63 por ciento y 17 por ciento, según datos censales. Es decir, una persona negra tiene seis veces más posibilidades de ser carne de cañón carcelaria que una blanca.
En un reciente estudio publicado en The Guardian, realizado por The Counted, se reflejaba que en 2015 murieron a causa de disparos policiales 1.146 personas y en lo que va de año 2016 ya se regstran más de 550. Un 15 por ciento de los caídos en 2015 eran jóvenes negros de entre 15 y 34 años, cuando su peso en la población solo llega al 2 por ciento del total. Por cada millón de habitantes y en función de su presencia social, la mayoría de los baleados en refriegas con la policía eran negros, hispanos y nativos estadounidenses (los indios aborígenes expulsados o recolocados en reservas por el hombre blanco).
Salvo cuando un acontecimiento luctuoso espectacular sacude la proverbial pax americana (un negro desarmado muerto por la policía o un loco ametrallando a diestra y siniestra en un colegio), raramente se analiza en profundidad la violencia estructural e institucional en EE.UU. No queda estético manchar la Estatua de la Libertad con la sangre del racismo, la desigualdad y la represión de las fuerzas encargadas del orden público. Esas cosas solo suceden en los países latinoamericanos con tendencias izquierdistas, en el subdesarrollado Tercer Mundo y, por supuesto, en la mafiosa Rusia liderada por el monstruoso Putin.
Sin embargo, en claves absolutas y relativas, y eso sin tener en cuenta las cifras que se guarecen tras la hojarasca oficial, podemos hablar del imperio USA como del país más violento y más injusto a escala mundial, allí donde Hollywood y el relato histórico se confabulan para ofrecer una imagen disney e idílica de su más que imperfecta sociedad. Puro capitalismo al más viejo estilo de los western clásicos.
Del manido y sobado sueño americano están desterrados unos 45 millones de pobres, de los cuales 10 millones sobreviven con un estipendo pírrico de menos de dos dólares por día entre cartones y emblemáticos hogares sin techo típicos, con mucho glamour eso sí, de las películas y series de la propaganda cultural made in USA. Son datos de Brookings Institution. En términos relativos, EE.UU. cuenta con más gente marginal o instalada en la indigencia que, por ejemplo, Tailandia, Jordania, Argentina, China o Rusia.
Aquellas personas que quieran escuchar, que escuchen. Si eluden esta responsabilidad moral, al menos que callen y no tiren la piedra de sus prejuicios al tiempo que esconden la mano de su vergonzante culpa repitiendo palabras al uso sin ningún argumento con base real. La libertad yanqui no es más que un eslogan para turistas desenfadados y una forma de vender su imperio militar y económico, acompañado de su democracia sui géneris, a cualquier rincón del mundo dispuesto a comprar bagatelas e ilusiones al precio que sea.
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