Eduardo Lucita
Rebelión
La región se encuentra en tiempo de definiciones. Así como hace una década se desató la ola de gobiernos considerados de centroizquierda, ahora la derecha neoliberal se ha reorganizado y parece querer enfrentarlos.
A fines de septiembre pasado, convocado por el gobernante Alianza País tuvo lugar en Ecuador el Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP2014). Dos ejes, entre varios más, hegemonizaron este encuentro que convocó a delegados de 35 partidos y movimientos izquierdistas de América latina: cómo hacer frente a la restauración conservadora que se ve crecer en la región y balancear las experiencias de los gobiernos progresistas, a la par que buscaron trazar una agenda común.
Desde que los procesos de resistencias al neoliberalismo desembocaran en una serie de gobiernos definidos genéricamente como “progresistas” ha pasado ya una larga década, hoy la región se encuentra nuevamente en tiempo de definiciones. El neo-desarrollismo encuentra sus límites mientras que la derecha neoliberal se ha reorganizado y desafía al progresismo centroizquierdista
La fase ascendente
Desde que en 1998 se iniciara el proceso en Venezuela este se extendió por numerosos países del Cono Sur, instalando gobiernos que aún con orígenes diferenciados se ubican en la ancha franja centro-izquierdista, con expresiones más ligadas al social liberalismo (Brasil, Uruguay), otras que hacen eje en la mayor intervención estatal (Argentina, Ecuador) por último las que avanzando en la recuperación de áreas estratégicas de la economía y reformas sociales han provocado rupturas parciales con el imperialismo (Bolivia, Venezuela) que los colocan como procesos en transición donde la lucha de clases adquiere una dimensión más política y cuestionadora del orden capitalista.
El ciclo expansivo de la economía mundial 2003-2007 y la modificación de los términos del intercambio –escasez relativa de materias primas y productos energéticos (alza de precios) y sobreproducción relativa de productos terminados (baja de precios) producto del ascenso de China y el sudeste asiático, favoreció las exportaciones. Todos nuestros países mejoraron su relación deuda/PBI, su nivel de reservas y sus resultados fiscales, la banca quedó saneada. La región estaba así mejor preparada para enfrentar la crisis del 2008. Fue de las menos afectadas durante la primera fase de la crisis, a costa de incrementar el peso exportador del agro y la minería a gran escala y el desarrollo de los servicios por sobre los sectores industriales.
El vacío creado en la región por la caída del ALCA (proyecto con el que se pretendía hacer una gran zona comercial de Alaska a Tierra del Fuego bajo la lógica del libre mercado) fue ocupado por los gobiernos progresistas con la construcción de organismos regionales como UNASUR, la CELAC y el ALBA, sin participación de EEUU. Todos intentos de consolidar cierto grado de autonomía (política/financiera/comercial) para la región y favorecer la integración a la par que se fue acelerando la relación con los BRICS.
La mejora económica permitió a los países impulsar, claro que con distinta intensidad, diversos programas asistenciales para enfrentar la pobreza, las desigualdades sociales y las carencias en términos de vivienda y servicios básicos. La organización y las demandas de los movimientos sociales jugaron en todo este período un papel fundamental para enfrentar a las oligarquías en cada país.
El impacto de la crisis mundial
En esta segunda fase de la crisis el estancamiento de la economía mundial y la reducción de la tasa de crecimiento de China, así como que el motor de la acumulación en este país es ahora el consumo doméstico, perjudica a los países exportadores de minerales y metales (Perú, Chile, Brasil). Si bien la demanda de oleaginosas y granos no ha cedido, la extraordinaria cosecha de soja y maíz en EEUU provoca en la coyuntura una fuerte caída en los precios internacionales que perjudica las economías exportadoras de materias primas agrarias (Argentina, Brasil, Paraguay).
El crecimiento económico de la región es ahora muy débil, crecería solo el 1.3 por ciento según el FMI (Bolivia es la excepción). El 60% de las exportaciones son productos primarios, (la región se ha convertido en el principal socio comercial de China), la industrialización está prácticamente truncada, y la integración no ha dejado de estar dominada por las transnacionales. El resultado es un modelo de acumulación basado en el extractivismo (concepto que no excluye cierto grado de industrialización) y una integración cada vez más subordinada al mercado mundial.
Los programas de reformas sociales han redundado en diversos grados de inclusión social pero están ahora siendo cuestionados, mientras que el deterioro fiscal los limita. Precisamente cuando la eficiencia de muchos de ellos ha elevado el piso en que viven y reproducen su existencia las clases populares.
Nuevas contradicciones
El vacío de liderazgo creado por la temprana desaparición del presidente Chávez, el virtual estancamiento del Mercosur, el freno de las iniciativas políticas como Unasur, Celac o el alcance limitado del ALBA, permiten al politólogo Atilio Borón atestiguar que “el ciclo de ascenso se haya detenido”, lo que no implica que la lucha de clases y los conflictos sociales en cada país se hayan congelado.
Esto se verifica en que partiendo de un mejor nivel conquistado crecen las demandas por mejoras en los servicios: las fuertes movilizaciones estudiantiles en Chile por la reforma educativa; las demandas por mejoras y (la gratuidad) en los transportes y en la educación en Brasil (así como la denuncia de los gastos faraónicos por la Copa del Mundo y las Olimpíadas 2015); la lucha por afirmar las organizaciones comunales y para frenar a la derecha en Venezuela; las demandas por tierra, vivienda y mejores servicios en Argentina (aquí deben computarse también la luchas de los trabajadores sindicalizados o no contra la precarización, el trabajo en negro y la defensa de sus organismos de base), las luchas del movimiento indígena, campesino, obrero en Bolivia, por mantener su autonomía sin desligarse de los cambios progresivos en curso, son apenas una muestra de un proceso más amplio y profundo.
Es que, como lo señala el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, han surgido nuevas contradicciones entre el Estado -la toma de decisiones- y los movimientos sociales –buscan democratizar el poder- y también el surgimiento de un nuevo debate: entre la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas y una suerte de intangibilidad de la naturaleza sostenida por ambientalistas y pueblos originarios.
Reorganización de la derecha
La creación de la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) por países que tienen firmados tratados de Libre Comercio (TLC) con el país del norte, y que a su vez han firmado acuerdos similares entre ellos, no deja de ser una estrategia de EEUU para recrear su presencia en la región (económica, porque la militar y diplomática permaneció estable). En este contexto el acoso de los fondos buitre y la justicia americana sobre Argentina debe verse como una señal de alarma para toda latinoamericana.
La reacción conservadora ha hecho pié en numerosos los países de la región. El corrimiento a derecha que ponen en evidencia los resultados electorales del pasado domingo en Brasil; también se espera en Uruguay frente a las próximas presidenciales o las candidaturas que se perfilan en Argentina para el 2015 por ejemplo (Bolivia, que irá a elecciones este domingo, es también en este plano una excepción).
Así las cosas pareciera que la región se encuentra nuevamente en un punto de inflexión. O se amplían y profundizan las medidas, tanto a nivel local como regional, en una perspectiva anticapitalista o el retroceso, más tarde o más temprano, será inevitable.
*integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda
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