Por Fito Páez . Nunca Buenos Aires estuvo menos misteriosa que hoy.
Nunca estuvo más lejos de
ser esa ciudad deseada por todos. Hoy hecha un estropajo, convertida en
una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad
de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas
conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo
lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le
encanta aparentar más que ser. No porque no puedan. Es que no quieren
ser. Y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando,
cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna. Hablo por
la aplastante mayoría macrista que se impuso con el límpido voto
republicano, que hoy probablemente se esconda bajo algún disfraz
progresista, como lo hicieron los que “no votaron a Menem la segunda
vez”, por la vergüenza que implica saberse mezquinos.
ser esa ciudad deseada por todos. Hoy hecha un estropajo, convertida en
una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad
de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas
conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo
lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le
encanta aparentar más que ser. No porque no puedan. Es que no quieren
ser. Y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando,
cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna. Hablo por
la aplastante mayoría macrista que se impuso con el límpido voto
republicano, que hoy probablemente se esconda bajo algún disfraz
progresista, como lo hicieron los que “no votaron a Menem la segunda
vez”, por la vergüenza que implica saberse mezquinos.
Aquí
la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo
desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con
profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos
porque “a la gente le gusta divertirse”, asistir a cualquier evento
público a cambio de aparecer en una fotografía en revistas de ¿moda?,
sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos,
casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día
tuiteando estupideces que no le interesan a nadie. Mirar para otro lado
si es necesario y afecta los intereses morales y económicos del jefe de
la tribu y siempre, siempre hacer caso a lo que mandan Dios y las
buenas costumbres.
la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo
desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con
profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos
porque “a la gente le gusta divertirse”, asistir a cualquier evento
público a cambio de aparecer en una fotografía en revistas de ¿moda?,
sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos,
casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día
tuiteando estupideces que no le interesan a nadie. Mirar para otro lado
si es necesario y afecta los intereses morales y económicos del jefe de
la tribu y siempre, siempre hacer caso a lo que mandan Dios y las
buenas costumbres.
Da asco la mitad de Buenos Aires. Hace
tiempo que lo vengo sintiendo. Es difícil de diagnosticarse algo tan
pesado. Pero por el momento no cabe otra. Dícese así: “Repulsión por la
mitad de una ciudad que supo ser maravillosa con gente maravillosa”,
“efecto de decepción profunda ante la necedad general de una ciudad que
supo ser modelo de casa y vanguardia en el mundo entero”, “acceso de
risa histérica que aniquila el humor y conduce a la sicosis”, “efecto
manicomio”. Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en
arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus
calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular
pero que no está hecha a su medida.
tiempo que lo vengo sintiendo. Es difícil de diagnosticarse algo tan
pesado. Pero por el momento no cabe otra. Dícese así: “Repulsión por la
mitad de una ciudad que supo ser maravillosa con gente maravillosa”,
“efecto de decepción profunda ante la necedad general de una ciudad que
supo ser modelo de casa y vanguardia en el mundo entero”, “acceso de
risa histérica que aniquila el humor y conduce a la sicosis”, “efecto
manicomio”. Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en
arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus
calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular
pero que no está hecha a su medida.
No quiero eufemismos.
Buenos
Aires quiere un gobierno de derechas. Pero de derechas con paperas.
Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas
ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan
fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la
ignorancia y la hipocresía de este país. Gente con ideas para pocos.
Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma.
Lo que doy, me lo doy, lo que no doy, me lo quito
Aires quiere un gobierno de derechas. Pero de derechas con paperas.
Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas
ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan
fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la
ignorancia y la hipocresía de este país. Gente con ideas para pocos.
Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma.
Lo que doy, me lo doy, lo que no doy, me lo quito
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