Santiago Alba Rico.-Por sexto día consecutivo, algunos de los compañeros de Rumbo a Gaza continuan encerrados en la embajada de España en Atenas, reclamando protección frente al gobierno griego, que sigue a su vez impidiendo la partida del Gernika. La cuestión ya no es el bloqueo de Gaza sino su extensión al territorio europeo; la cuestión no es ya -o no sólo- el criminal acoso de Israel sino la sumisión de la UE, alineada contra el derecho de manera tan servil que no duda en renunciar a su soberanía -por no hablar del compromiso con sus ciudadanos- para ayudar al sionismo a mantener la ocupación de Palestina y socavar toda posibilidad de paz en la región. La cuestión ya no es Gaza sino lo que se ve al trasluz: un mundo a la deriva, sin garantías, en el que nadie puede sentirse protegido o representado en un Parlamento, un Tribunal o una Constitución. La cuestión de Gaza se ha convertido en una confesión global. La Flotilla de la Libertad II no ha llegado a Palestina, ni siquiera ha salido de puerto, pero para impedirlo ha hecho falta movilizar las fuerzas más oscuras, violar las leyes europeas y dejar palmariamente al desnudo cuán frágiles e impotentes son nuestras instituciones.
No hemos ayudado a liberar Gaza pero sí a mostrar las cadenas de los europeos. Los que creían que España, Italia o Grecia era países de primera clase, gallitos de la escena internacional capaces de imponer sus intereses a las naciones minusoberanas del Tercer Mundo, deben ahora aceptar la verdad: nuestros gobiernos deciden sus destinos tanto como el del Congo o el de Haití. Económica y políticamente nos parecemos cada vez más a los que hasta ahora hemos sojuzgado y explotado.
Desde el primer día, los miembros de la Flotilla fueron vigilados y acosados y los barcos sometidos a inspecciones, sabotajes y bloqueos. Israel mandaba y Grecia se inclinaba; España, junto a los otros países de la UE, callaba. Cuando el gobierno griego impidió por la fuerza la salida de las naves, los miembros de Rumbo a Gaza acudimos a la embajada buscando protección frente al desmán legal que retenía el Gerniza en Kolymbari. Nos negamos entonces a salir del recinto de la legación diplomática y los compañeros que allí permanecen siguen negándose a hacerlo mientras nuestro ministerio de Asuntos Exteriores no proporcione al Gernika el amparo legal que le corresponde, como propiedad que es de un armador español al que no puede negarse, cumplimentados los requisitos de las autoridades portuarias, el libre desplazamiento por el Mediterráneo. Pero estamos una vez más en el mundo al revés: al chantaje de Israel se le llama estabilidad política y al reclamo de legalidad de los ciudadanos españoles se le llama chantaje. Los pasajeros del Gernika encerrados en la embajada, al contrario que Israel, no están presionando para doblar la ley ni para reproducir un crimen denunciado por la ONU; de hecho no están presionando sino solicitando protección, como en las antiguas catedrales, frente a la persecución y el abuso. Desgraciadamente la embajada de España en Atenas no es una catedral sino un barrio de Gaza; y nuestro ministerio de Asuntos Exteriores no es la expresion y garantía de la soberanía del Estado español sino un departamento de la policía israelí. Trinidad Jiménez ha hecho llegar a nuestros compañeros su negativa a reconocerlos como interlocutores. Digamos la verdad: lo que ocurre es que no los reconoce como ciudadanos. Es normal que el gobierno israelí, que tampoco reconoce la ciudadanía de los palestinos que viven dentro de sus fronteras, haya agradecido a nuestra ministra la israelización de nuestro país. Salvando las enormes diferencias en términos de sufrimiento, nuestros valientes compañeros de la embajada son hoy un poco palestinos. El gobierno español es un oficina de Israel; los habitantes del Estado español son también gazatíes. Israel, ante el silencio de casi todos y el aplauso de unos cuantos, ha impuesto un bloqueo a Europa.
¿Qué piden nuestros compañeros en la embajada de Atenas? La cosa más sencilla, la más banal, la más evidente, aquella que debería ser el presupuesto indiscutible de todas las demás. Piden que Trinidad Jiménez los reconozca, no como interlocutores, no, sino como ciudadanos. Si son ciudadanos, porque son ciudadanos, el gobierno español debe asegurar sus derechos elementales, entre ellos el de disponer libremente del Gernika y el de moverlo libremente por el Mediterráneo. No hace falta que la ministra hable con nuestros compañeros: basta con que exija al gobierno griego que permita zarpar a nuestro barco. No es necesario que sea ni razonable ni elegante: es suficiente con que el Gernika largue amarrras sin que nadie se lo impida. Eso en el supuesto de que nuestros compañeros sean ciudadanos. Porque si no son ciudadanos, entonces no sólo se les puede negar la voz sino también, como a los habitantes de Gaza, todos los derechos, incluido el derecho al alimento. En Gaza se pasan penalidades. Quizás por eso algunos de los compañeros encerrados en la embajada de España en Atenas han anunciado el comienzo de una huelga de hambre a partir del lunes. Para hacer saber que la furia de Israel ha entrado en territorio español provocando efectos parecidos a los de Gaza; y para hacer saber que despojar a un ser humano de su ciudadanía es despojarlo de la supervivencia misma. Su decisión es todo lo contrario de un chantaje; es una metáfora y una revelación. Metáfora de Gaza; revelación de la subsidiariedad de Europa.
Ojalá el gobierno español no ceda al chantaje israelí y devuelva su ciudadanía -en este caso en forma de barco- a nuestros valientes compañeros de Atenas y a todos los que los apoyamos desde todos los rincones del mundo.
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