Diari ARA
Dicen que el hambre es un déficit pero yo digo lo contrario y si gustan acompañarme en un viaje de sofá les explico porqué. Sí, solo necesitamos un lugar donde sentarnos, un ordenador y ya estamos listos para navegar sobre el mapa del mundo.
Para llegar a nuestra primera estación de este viaje debemos escribir en el buscador el nombre de la ciudad de Lokutu y nos llevará a la República Democrática del Congo, el mismo ombligo del continente africano. Con la opción de ‘vista de satélite’ nos parecerá como si sobrevoláramos la zona en globo aerostático o porqué no a lomos de una gran águila gentil. Qué hermosa se observa la ciudad delimitada en su oriente por el caudaloso río Congo o, como dicen en la lengua de la etnia ‘bakongo’, «el río que traga los demás ríos»; y al oeste la linea fronteriza es el color verde que colma absolutamente el mapa excepto por unas líneas que son caminos y carreteras.
El ratón del ordenador nos permite cómodamente perder altura y aparece algo que nos desconcierta pues toda esa masa verde que imaginábamos bosques o selvas, adquiere una imagen geométrica, monótona, de celdillas de una enorme colmena de abejas. ¿Qué es tal invasión? ¿Qué cubre tantas y tantas hectáreas de esta tierra de enorme fertilidad? Ustedes mismos reconocerán por su morfología que son palmeras, pues sí, este bosque sin fin es un bosque de palma africana que las empresas multinacionales de la agricultura, la alimentación y la cosmética han convertido en una epidemia planetaria para su beneficio, pues el aceite que se extrae de sus frutos -el más utilizado a nivel mundial- está presente en miles de productos de bollería industrial, galletas, cremas de queso y de cacao para untar, margarinas, precocinados, etc. y desde hace pocos años también se está convirtiendo en combustible de coches y camiones que irónicamente se nos anuncian como biocombustibles cuando en realidad, todos estos kilómetros de palmas cual soldados en fila india son un atentado a la Tierra que nos acoge. Es un falso bosque, es un bosque sin vida, solo de palmas y poco más, es un desierto verde, es un “bosque de silencio” que escribió Galeano pues ni pájaros habitan, ni anidan, ni pían en él. Sin casa, se han exiliado.
Como también han tenido que emigrar -a la fuerza muchas veces- miles de campesinas y campesinos cuando estas plantaciones llegaron para apropiarse de los recursos naturales de su región, de los nutrientes del suelo, de las aguas del río que traga a los otros ríos, provocando así que ellas y ellos puedan producir su propia comida.
La segunda estación que les propongo es un visita de cortesía a quienes están detrás de estos negocios. En esta ocasión vamos a conocer, gracias a los vídeos que ellos alojan en su página web, a la empresa Feronia y sus plantaciones de palma africana, unos kilómetros hacia el norte en este mismo país. Esta empresa que compró las plantaciones a la multinacional de la alimentación Unilever, y que es a dicha empresa a quien le vende el aceite de palma que cosecha, no esconde el propósito -al contrario, lo presume- de hacer de la República Democrática del Congo una gran potencia agrícola a base de más y más monocultivo de palma africana. Lo que no cuenta en sus vídeos es que las comunidades que quedaron cercadas o dentro de estas plantaciones ya no tienen nada y su vida es muy precaria: invivible.
Y este sobrevuelo lo podríamos prolongar por océanos de soja en América Latina para satisfacer los buches de la industria cárnica, por mares de caña de azúcar para cocacolas y falsas promesas de felicidad o incluso por Guinea Bissau donde un empresario catalán logró tierras para producir arroz.
Por eso decía que hablar de ‘hambre’ es esconder una realidad, es disimular el resultado de un expolio, de un crimen, de una mutilación al derecho de cualquier pueblo de poder producirse sus alimentos generado por un sistema capitalista que, en su borrachera de ganancias obscenas, solo contempla producir más y más. Y así, la muerte de hambre más frecuente de nuestros tiempos es ahogarse en el estrecho de Sicilia.
Pero no, acabemos nuestro viaje a lomos de una máquina del tiempo, para regresar a una fecha aún muy cercana. Estamos en el año 2009, en el pueblo de Malindi al norte de Kenya, y gracias a un vídeo que pueden encontrar en http://goo.gl/fCBc4i veremos lo que significa alcanzar la soberanía alimentaria. Es quizás, de todas las experiencias que he podido conocer, y son muchas y siempre basadas en que las gentes campesinas puedan vivir de algo tan antiguo y fundamental como alimentar a la población que les rodea, la más ilustrativa. Les gustará el vídeo, todo es alegría, bailes, risas y sobretodo no verán hambre por ninguna parte, solo verán dignidad, porque durante esos años el derecho a poder pescar en sus mares se recuperó cuando quienes fueron llamados piratas abrieron paso, cual Moisés, a que barracudas, atunes y muchos peces fueran pescados por pescadores locales para alimentar a la población local.
Piratas que frenaron que la Naturaleza estuviera sometida a intereses que solo saben reproducirse en cajas de caudales.
Para llegar a nuestra primera estación de este viaje debemos escribir en el buscador el nombre de la ciudad de Lokutu y nos llevará a la República Democrática del Congo, el mismo ombligo del continente africano. Con la opción de ‘vista de satélite’ nos parecerá como si sobrevoláramos la zona en globo aerostático o porqué no a lomos de una gran águila gentil. Qué hermosa se observa la ciudad delimitada en su oriente por el caudaloso río Congo o, como dicen en la lengua de la etnia ‘bakongo’, «el río que traga los demás ríos»; y al oeste la linea fronteriza es el color verde que colma absolutamente el mapa excepto por unas líneas que son caminos y carreteras.
El ratón del ordenador nos permite cómodamente perder altura y aparece algo que nos desconcierta pues toda esa masa verde que imaginábamos bosques o selvas, adquiere una imagen geométrica, monótona, de celdillas de una enorme colmena de abejas. ¿Qué es tal invasión? ¿Qué cubre tantas y tantas hectáreas de esta tierra de enorme fertilidad? Ustedes mismos reconocerán por su morfología que son palmeras, pues sí, este bosque sin fin es un bosque de palma africana que las empresas multinacionales de la agricultura, la alimentación y la cosmética han convertido en una epidemia planetaria para su beneficio, pues el aceite que se extrae de sus frutos -el más utilizado a nivel mundial- está presente en miles de productos de bollería industrial, galletas, cremas de queso y de cacao para untar, margarinas, precocinados, etc. y desde hace pocos años también se está convirtiendo en combustible de coches y camiones que irónicamente se nos anuncian como biocombustibles cuando en realidad, todos estos kilómetros de palmas cual soldados en fila india son un atentado a la Tierra que nos acoge. Es un falso bosque, es un bosque sin vida, solo de palmas y poco más, es un desierto verde, es un “bosque de silencio” que escribió Galeano pues ni pájaros habitan, ni anidan, ni pían en él. Sin casa, se han exiliado.
Como también han tenido que emigrar -a la fuerza muchas veces- miles de campesinas y campesinos cuando estas plantaciones llegaron para apropiarse de los recursos naturales de su región, de los nutrientes del suelo, de las aguas del río que traga a los otros ríos, provocando así que ellas y ellos puedan producir su propia comida.
La segunda estación que les propongo es un visita de cortesía a quienes están detrás de estos negocios. En esta ocasión vamos a conocer, gracias a los vídeos que ellos alojan en su página web, a la empresa Feronia y sus plantaciones de palma africana, unos kilómetros hacia el norte en este mismo país. Esta empresa que compró las plantaciones a la multinacional de la alimentación Unilever, y que es a dicha empresa a quien le vende el aceite de palma que cosecha, no esconde el propósito -al contrario, lo presume- de hacer de la República Democrática del Congo una gran potencia agrícola a base de más y más monocultivo de palma africana. Lo que no cuenta en sus vídeos es que las comunidades que quedaron cercadas o dentro de estas plantaciones ya no tienen nada y su vida es muy precaria: invivible.
Y este sobrevuelo lo podríamos prolongar por océanos de soja en América Latina para satisfacer los buches de la industria cárnica, por mares de caña de azúcar para cocacolas y falsas promesas de felicidad o incluso por Guinea Bissau donde un empresario catalán logró tierras para producir arroz.
Por eso decía que hablar de ‘hambre’ es esconder una realidad, es disimular el resultado de un expolio, de un crimen, de una mutilación al derecho de cualquier pueblo de poder producirse sus alimentos generado por un sistema capitalista que, en su borrachera de ganancias obscenas, solo contempla producir más y más. Y así, la muerte de hambre más frecuente de nuestros tiempos es ahogarse en el estrecho de Sicilia.
Pero no, acabemos nuestro viaje a lomos de una máquina del tiempo, para regresar a una fecha aún muy cercana. Estamos en el año 2009, en el pueblo de Malindi al norte de Kenya, y gracias a un vídeo que pueden encontrar en http://goo.gl/fCBc4i veremos lo que significa alcanzar la soberanía alimentaria. Es quizás, de todas las experiencias que he podido conocer, y son muchas y siempre basadas en que las gentes campesinas puedan vivir de algo tan antiguo y fundamental como alimentar a la población que les rodea, la más ilustrativa. Les gustará el vídeo, todo es alegría, bailes, risas y sobretodo no verán hambre por ninguna parte, solo verán dignidad, porque durante esos años el derecho a poder pescar en sus mares se recuperó cuando quienes fueron llamados piratas abrieron paso, cual Moisés, a que barracudas, atunes y muchos peces fueran pescados por pescadores locales para alimentar a la población local.
Piratas que frenaron que la Naturaleza estuviera sometida a intereses que solo saben reproducirse en cajas de caudales.
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