Por Lisette Jimenez
Venía, se acercaba, lo esperaba,
como lo espere siempre, se aproximaba,
con su andar gallardo, atrevido, brioso.
Mil preguntas agolpadas, expectativas, ilusiones
y allí estaba, como lo imaginaba.
Fuerza, aplomo, seguridad...
una fortaleza
el castillo que quise habitar.
Poesía, delicadeza, picardía...
Y el instante tuvo olor a hierba fresca bajo un cielo azul clarito;
y en un abrazo me vestí de paz, ese traje que saque del baúl de la libertad;
un olor a hogar, a espacio conocido
un boleto sin retorno a un lugar seguro e infinito.
Una palabra mágicamente calza en plomo mis pies y siembra alas en mi mente,
manos que dan protección y confianza,
ojos llenitos de futuro
un instante, único, indeleble, imperecedero
que se tatúa en el tiempo y en el corazón
que abre portales, que conecta al yo y al nuestro con el multiverso entero,
un idioma en código que solo dos entienden,
instante pleno, sorprendente,
un instante para echar anclas y estacionarse en la profundidad de una mirada,
un temblor, un cataclismo derrumbando barreras sin escombros,
derrumbando muros del pasado
dejando a la vista un atractivo horizonte.
Ternura, pasión, amor...
En nuestras pupilas reconocimos a los niños que fuimos,
ofrendamos nuestros cuerpos como signo de comunión
mi boca decía sus versos
la suya interpretaba mis palabras
no quisimos mas que eso,
permití que hurgara en mi intimidad
que degustara mi sabor, se embriagara de mi olor,
que libara mi alma entera
se adueñara de mi
se alimentara de mi savia,
me encontrara, me conquistara, me redimiera, me inmortalizara
permití que mi alma vibrara y danzara
y viví,
viví como el sol que se iba ocultando en el cielo
sobre aquella estación.
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