lunes, 28 de abril de 2014

El oscuro arte de la omisión


Foto: El oscuro arte de la omisión
 Por Jorge Coscia.  La idea de "década ganada", que identifica el período que comenzó el 25 de mayo de 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner, suele ser objeto de cuestionamientos e ironías sostenidos por ciertos referentes de la oposición política y mediática. 
La idea de "década ganada", que identifica el período que comenzó el 25 de mayo de 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner, suele ser objeto de cuestionamientos e ironías sostenidos por ciertos referentes de la oposición política y mediática. En lo personal, me apena que esta denominación haya sido calificada de "eslogan imbécil" por algún referente del campo cultural.
¿Cómo definir una década semejante? Bastaría con tener memoria o, en todo caso, saber un poco de historia. La mejor manera de identificar una década positiva es compararla con otras del siglo anterior. Hay una década ganada, sin duda, tanto como las hubo perdidas y hasta infames. El mayor problema reside en identificarlas a tiempo, en su mérito o desgracia, para que la comparación evite la pérdida de alguna década por venir.
Una década se puede ganar o perder; y, reconocidas a tiempo, variables como empleo, redistribución de la riqueza, crecimiento económico, reducción de la pobreza, construcción de viviendas, escuelas, hospitales o fábricas, producción de megavatios, matrícula universitaria, edición de libros, realización de películas, entre muchos otros datos, ayudarían a establecer si hubo o no ganancia a lo largo de ella.
Por ello, quienes han ganado fortuna y poder durante las décadas perdidas se esmeran en evitar que esas variables se difundan y hablan de mero eslogan cuando se trata de realidades tan concretas como los balances de un almacén de barrio, con una diferencia: su saldo a favor o en contra determina la vida de millones de argentinos.
La cultura no escapa al tema en cuestión. ¿Hubo en materia cultural una década ganada?
Los refutadores de méritos tienen por delante una ardua tarea: deberán esconder bajo la alfombra de la omisión miles y miles de metros cuadrados de edificios, cuya envergadura refiere al mayor avance material logrado en la Argentina, por argentinos, en toda su historia.
Sin embargo, esa alfombra, que se conjuga con la mentira y la difamación, poderosas armas de los melancólicos del privilegio y sus alcahuetes, ha obtenido algún éxito, que hubiera envidiado el mismísimo Houdini. Algunos ejemplos: ¿conoce usted, lector, el Espacio Cultural Julio Le Parc? Hago esta pregunta con frecuencia, y nueve de cada diez argentinos ignoran la existencia del gran centro cultural ubicado en Guaymallén, Mendoza, inaugurado hace poco menos de dos años. Para ahorrarme descripciones, lo invito a ingresar en Google y también a buscar otros lugares: Centro Cultural del Bicentenario, con sus tres museos y centro de convenciones, ambos en la Capital de Santiago del Estero; Centro del Conocimiento, en Misiones; Casa de las Culturas, en Resistencia, Chaco; Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson, en la capital sanjuanina.
A ellos se agregan más de noventa Casas del Bicentenario ya inauguradas a lo largo y a lo ancho del país, resultado de un programa de capacitación laboral del Ministerio de Trabajo, que combina esfuerzos con Cultura y con la Secretaría General de la Presidencia. Las Casas culturales están en pueblos y ciudades de todo el territorio, y, en este caso, hasta la tarea de verlos anticipadamente por Internet se vuelve ardua. Bien saben de su existencia los habitantes de Milagro, en La Rioja; Palpalá, en Jujuy; Puerto Tirol, en el Chaco; y de ochenta y tantos otros rincones argentinos. Todos espacios que sorprenden por su belleza, envergadura y, en especial, por haber ampliado un concepto federal de cultura con inclusión; espacios realizados por el gobierno nacional, las provincias y las comunas.
Podríamos agregar los emprendimientos construidos en la Capital de todos los argentinos: Casa del Bicentenario, Museo del Bicentenario en la vieja Aduana Taylor (incluida la restauración del mural de Siqueiros), Museo del Libro y de la Lengua, Casa de la Cultura Villa 21 Barracas, sede de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, y, cruzando la Avenida General Paz, Tecnópolis, espacio increíble que obliga a los "depresores" (forma velada de la mentira) a eludir cualquier intento de omisión y optar por los viejos caminos de la difamación y la desvalorización (formas explícitas de la mentira).
(No enumero los proyectos en camino, alguno de ellos pronto será presentado como la mayor obra construida en el territorio nacional en sus dos siglos de existencia).
La estrategia de los prestidigitadores del desánimo se vale de trucos bastante obvios. ¿Qué harían los magos sin la ayuda de las voluntades propicias al arte del birlibirloque? Para esconder el mayor volumen de obra pública cultural de la historia argentina, se trata de ir con la lupa al Salón del Libro de París y detectar alguna ausencia. Otra treta: contar el público de algún festival de verano y sostener que el esfuerzo no se justificó en la cantidad de espectadores. Y la más eficaz, la de siempre: insinuar venalidad cuando hay obra y realizaciones con el mismo entusiasmo con el que callaron o fueron corresponsables del saqueo que, además de aniquilar el patrimonio nacional, impidió que se construyeran algunos metros cuadrados para bien comunitario.
Y la más exitosa de todas: evitar que el conjunto se advierta como tal, contar una inauguración como hecho aislado, excepcional, a contramano de un reguero de impotencias. Entonces se hablará del Le Parc, pero sin recordar el Rawson, o de una muestra "del Bellas Artes", como si fuera tan sólo un centro de exposiciones de la Ciudad de Buenos Aires y no el mayor espacio de las artes visuales dependiente del gobierno nacional.
Algo equivalente ha ocurrido con la presencia cultural de la Argentina en el exterior.
Es bueno recordar que hemos sido país invitado de honor en el Museo Smithsoniano de Washington, en la Feria del Libro de Frankfurt, en el Salón del Libro de París, en el encuentro de fotografía de Arlés, en el Festival de Cine de Costa Rica, o récord de público en las ferias mundiales de Shanghai o Yeosu. Y que nos abruman las invitaciones a eventos equivalentes que reconocen a nuestros artistas y su creatividad.
Admitir el conjunto sería descubrir que no estamos aislados del mundo. La omisión es la forma más eficaz de la mentira. Las falsedades y zonceras que todas las semanas se producen con afán destituyente pueden discutirse o refutarse, pero ¿cómo refutar o discutir una omisión?
Quienes esconden las realizaciones de una etapa creen que afectan a un gobierno.
En realidad, están dañando la percepción de un país entero, desorientando, limitando la capacidad de comparar una década ganada con las otras que se perdieron. Más que un ataque a un gobierno, la víctima es la verdad misma; y, por ello, una sociedad que ve limitada su posibilidad de referenciarse en el espacio y el tiempo se torna vulnerable a retomar el extravío.
Este juego de ocultamiento, falsedad y omisión es magia, pero de la negra, la que amenaza con oscurecer los tiempos por venir. Los miles de metros cuadrados construidos para la expansión de la cultura nacional no podrán ocultarse de forma indefinida. Sería una pena que, cuando tomemos conciencia de que la actual presidenta de los argentinos gobernó en el período de mayor obra cultural de nuestra historia, lo hagamos con triste añoranza, en lugar de esperanza en la plena expansión del potencial cultural de todo un pueblo. 
 Por Jorge Coscia. La idea de "década ganada", que identifica el período que comenzó el 25 de mayo de 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner, suele ser objeto de cuestionamientos e ironías sostenidos por ciertos referentes de la oposición política y mediática.
La idea de "década ganada", que identifica el período que comenzó el 25 de mayo de 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner, suele ser objeto de cuestionamientos e ironías sostenidos por ciertos referentes de la oposición política y mediática. En lo personal, me apena que esta denominación haya sido calificada de "eslogan imbécil" por algún referente del campo cultural.
¿Cómo definir una década semejante? Bastaría con tener memoria o, en todo caso, saber un poco de historia. La mejor manera de identificar una década positiva es compararla con otras del siglo anterior. Hay una década ganada, sin duda, tanto como las hubo perdidas y hasta infames. El mayor problema reside en identificarlas a tiempo, en su mérito o desgracia, para que la comparación evite la pérdida de alguna década por venir.
Una década se puede ganar o perder; y, reconocidas a tiempo, variables como empleo, redistribución de la riqueza, crecimiento económico, reducción de la pobreza, construcción de viviendas, escuelas, hospitales o fábricas, producción de megavatios, matrícula universitaria, edición de libros, realización de películas, entre muchos otros datos, ayudarían a establecer si hubo o no ganancia a lo largo de ella.
Por ello, quienes han ganado fortuna y poder durante las décadas perdidas se esmeran en evitar que esas variables se difundan y hablan de mero eslogan cuando se trata de realidades tan concretas como los balances de un almacén de barrio, con una diferencia: su saldo a favor o en contra determina la vida de millones de argentinos.
La cultura no escapa al tema en cuestión. ¿Hubo en materia cultural una década ganada?
Los refutadores de méritos tienen por delante una ardua tarea: deberán esconder bajo la alfombra de la omisión miles y miles de metros cuadrados de edificios, cuya envergadura refiere al mayor avance material logrado en la Argentina, por argentinos, en toda su historia.
Sin embargo, esa alfombra, que se conjuga con la mentira y la difamación, poderosas armas de los melancólicos del privilegio y sus alcahuetes, ha obtenido algún éxito, que hubiera envidiado el mismísimo Houdini. Algunos ejemplos: ¿conoce usted, lector, el Espacio Cultural Julio Le Parc? Hago esta pregunta con frecuencia, y nueve de cada diez argentinos ignoran la existencia del gran centro cultural ubicado en Guaymallén, Mendoza, inaugurado hace poco menos de dos años. Para ahorrarme descripciones, lo invito a ingresar en Google y también a buscar otros lugares: Centro Cultural del Bicentenario, con sus tres museos y centro de convenciones, ambos en la Capital de Santiago del Estero; Centro del Conocimiento, en Misiones; Casa de las Culturas, en Resistencia, Chaco; Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson, en la capital sanjuanina.


A ellos se agregan más de noventa Casas del Bicentenario ya inauguradas a lo largo y a lo ancho del país, resultado de un programa de capacitación laboral del Ministerio de Trabajo, que combina esfuerzos con Cultura y con la Secretaría General de la Presidencia. Las Casas culturales están en pueblos y ciudades de todo el territorio, y, en este caso, hasta la tarea de verlos anticipadamente por Internet se vuelve ardua. Bien saben de su existencia los habitantes de Milagro, en La Rioja; Palpalá, en Jujuy; Puerto Tirol, en el Chaco; y de ochenta y tantos otros rincones argentinos. Todos espacios que sorprenden por su belleza, envergadura y, en especial, por haber ampliado un concepto federal de cultura con inclusión; espacios realizados por el gobierno nacional, las provincias y las comunas.
Podríamos agregar los emprendimientos construidos en la Capital de todos los argentinos: Casa del Bicentenario, Museo del Bicentenario en la vieja Aduana Taylor (incluida la restauración del mural de Siqueiros), Museo del Libro y de la Lengua, Casa de la Cultura Villa 21 Barracas, sede de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, y, cruzando la Avenida General Paz, Tecnópolis, espacio increíble que obliga a los "depresores" (forma velada de la mentira) a eludir cualquier intento de omisión y optar por los viejos caminos de la difamación y la desvalorización (formas explícitas de la mentira).
(No enumero los proyectos en camino, alguno de ellos pronto será presentado como la mayor obra construida en el territorio nacional en sus dos siglos de existencia).
La estrategia de los prestidigitadores del desánimo se vale de trucos bastante obvios. ¿Qué harían los magos sin la ayuda de las voluntades propicias al arte del birlibirloque? Para esconder el mayor volumen de obra pública cultural de la historia argentina, se trata de ir con la lupa al Salón del Libro de París y detectar alguna ausencia. Otra treta: contar el público de algún festival de verano y sostener que el esfuerzo no se justificó en la cantidad de espectadores. Y la más eficaz, la de siempre: insinuar venalidad cuando hay obra y realizaciones con el mismo entusiasmo con el que callaron o fueron corresponsables del saqueo que, además de aniquilar el patrimonio nacional, impidió que se construyeran algunos metros cuadrados para bien comunitario.
Y la más exitosa de todas: evitar que el conjunto se advierta como tal, contar una inauguración como hecho aislado, excepcional, a contramano de un reguero de impotencias. Entonces se hablará del Le Parc, pero sin recordar el Rawson, o de una muestra "del Bellas Artes", como si fuera tan sólo un centro de exposiciones de la Ciudad de Buenos Aires y no el mayor espacio de las artes visuales dependiente del gobierno nacional.
Algo equivalente ha ocurrido con la presencia cultural de la Argentina en el exterior.
Es bueno recordar que hemos sido país invitado de honor en el Museo Smithsoniano de Washington, en la Feria del Libro de Frankfurt, en el Salón del Libro de París, en el encuentro de fotografía de Arlés, en el Festival de Cine de Costa Rica, o récord de público en las ferias mundiales de Shanghai o Yeosu. Y que nos abruman las invitaciones a eventos equivalentes que reconocen a nuestros artistas y su creatividad.
Admitir el conjunto sería descubrir que no estamos aislados del mundo. La omisión es la forma más eficaz de la mentira. Las falsedades y zonceras que todas las semanas se producen con afán destituyente pueden discutirse o refutarse, pero ¿cómo refutar o discutir una omisión?
Quienes esconden las realizaciones de una etapa creen que afectan a un gobierno.
En realidad, están dañando la percepción de un país entero, desorientando, limitando la capacidad de comparar una década ganada con las otras que se perdieron. Más que un ataque a un gobierno, la víctima es la verdad misma; y, por ello, una sociedad que ve limitada su posibilidad de referenciarse en el espacio y el tiempo se torna vulnerable a retomar el extravío.
Este juego de ocultamiento, falsedad y omisión es magia, pero de la negra, la que amenaza con oscurecer los tiempos por venir. Los miles de metros cuadrados construidos para la expansión de la cultura nacional no podrán ocultarse de forma indefinida. Sería una pena que, cuando tomemos conciencia de que la actual presidenta de los argentinos gobernó en el período de mayor obra cultural de nuestra historia, lo hagamos con triste añoranza, en lugar de esperanza en la plena expansión del potencial cultural de todo un pueblo.

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