viernes, 21 de enero de 2011

Una imagen sobre el valor Túnez, el miedo cambió de bando


Humillados, reprimidos, ignorados, marginados, menospreciados, encarcelados, perseguidos... Ben Alí y sus aliados -los gobiernos occidentales- debieron de pensar que los tunecinos eran tontos y sumisos. Los grandes medios de prensa nunca denominaban a Túnez como una feroz dictadura -donde estaban prohibidas todas las libertades mientras “la familia” del presidente amasaba una descomunal fortuna a costa de la pobreza de los ciudadanos-, porque a estos propagandistas del capitalismo les cuesta un esfuerzo ímprobo utilizar tal término cuando tienen que referirse a un régimen político que consideran “amigo”.




Les dijeron que prohibir partidos, encarcelar disidentes, censurar la prensa y bloquear Internet era sinónimo de democracia. Y por si no se lo creían, nunca faltaban mandatarios extranjeros para alabar el régimen y las bondades de su dirigente. Nicolas Sarkozy, en abril de 2008, aseguró que “Hoy [en Túnez] progresa el espacio de las libertades”; Dominique Strauss-Kahn, capitoste general del FMI, lo citó como “un buen ejemplo para los países emergentes”, y no dudó en considerar "muy positivo" el balance sobre la política tunecina. [1]
No obstante lo anterior, Túnez contaba (y cuenta), por si acaso, con 35.000 militares y más de 100.000 policías. Los tunecinos salen a más de un uniformado por cada 10 habitantes. Probablemente la mayor proporción por habitante y pistola de todo el planeta.
Así las cosas, la población vivía atemorizada y desesperanzada. A nadie en su sano juicio se le ocurría hablar en ningún espacio público sobre el gobierno, la política o la marcha de la economía. Mucho menos sobre el presidente. A ése ni se le nombraba.
Un día, una gota minúscula colmó el vaso. La rabia y la dignidad contenida del joven Mohamed Bouazizi incendió los corazones tunecinos y esas llamas comenzaron a plantar cara a tanta mentira y tanto sufrimiento. Les dispararon por reunirse; por exigir pan, trabajo y libertad; por enterrar a sus muertos, y ellos cantaban el himno nacional y agitaban banderas. Unos y otros se dieron cuenta de que habían perdido el miedo. Los que mataban intentaron aplicarse con más fruición para restaurar el orden (su orden), los que morían se multiplicaban y eran cada vez más valientes. El miedo había cambiado de bando. El tirano, el cómplice de Occidente, y toda su camarilla estaban aterrorizados. Y huyeron como cobardes.
Ahora los tunecinos exigen en la calle los derechos que han conquistado y son tan valientes que retan a la policía hasta con una barra de pan.
Nota:
[1] Ver: "Túnez, un levantamiento que hará caer las máscaras". http://rebelion.org/noticia.php?id=120713

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