Su nombre y su edad
solo se conoce el día del entierro. Los wayúus los lloran en sus rancherías
mientras en Bogotá entran a formar parte de las estadísticas: 4.125 murieron en
5 años.
Por Isabella Bernal |
Escrito el 03 de abril de 2014
Tomado de www.las2orillas.co/
Un chinchorro guajiro arrulla el cuerpo de un bebé mientras las mujeres
lo despiden con gritos y llanto en una ramada en Manaure. Allí está su mamá,
sus abuelas, sus tías, las vecinas de la ranchería, quienes se cubren el rostro
como parte del doloroso ritual de despedida. Un adiós lleno de afecto. Nadie
habla, no saben ni preguntan por su muerte. La piel de su barriguita hinchada
estaba cubierta de manchas. El piache, el médico de la ranchería,
creyó curarlo con su medicinas ancestrales, pero el bebé agonizante terminó en
el Instituto para la salud indígena donde le recetaron una pastilla para la
fiebre que costó dos mil pesos porque la mamá no tenía para el antibiótico que
le hubiera salvado la vida. Murió de hambre, sin haber alcanzado a cumplir el
primer año de vida. Sobrevivió días chupando un pedazo de plátano que le daba
otra niña desnutrida de catorce años, su mamá, quien nunca pudo darle de
lactar.
Después de un llanto ruidoso vuelve el silencio. Las tejedoras de
mochilas suspenden durante 24 horas su trabajo para despedir al niño muerto;
comen lentejas con arroz y conversan calladamente. En este ritual no hay
chivo ni un gran fogón encendido, tampoco botellas de whisky Old Parr como en
los entierros de los caciques indígenas. Es una velación dolorosa y austera. En
una manta funeraria que no es otra cosa que una tela estrecha colorida,
parecida a la de las mochilas, envuelven el pequeño cuerpo para enterrarlo en
el árido desierto de los cementerios guajiros. Antes de que las mujeres
empezaran a echarle la tierra encima, le lanzaron al hueco lo único que tenía
en la vida: una camiseta sucia de franela.
Este ritual se ha vuelto algo cotidiano entre los wayúu pues casi que
cada semana muere uno de sus niños. Así han enterrado a los 4125 niños que han
muerto de hambre y de desnutrición en los últimos cinco años en La Guajira,
según los manuales de salud. Pero también mueren por el agua con la que buscan
calamar la sed del ardiente sol caribe; agua que sacan de pozos donde se
revuelve la tierra y la lluvia cuando no la recogen en tanques negros de
plástico sucio donde crecen y se cultivan bacterias, parásitos intestinales,
sarna, conjuntivitis aguda y enfermedades pulmonares en los niños wayúu. Los
riachuelos que salen del rio Rancherías van cargados de mercurio producto de
las minería de las multinacionales, para hacer que el agua que beben en la
Guajira sea casi que veneno.
La comida es un vaso de avena diario que es el alimento que reparten
gratuitamente. El pan, un platanito o un plato de lentejas llega a la casa
cuando las mamás logran vender laguna mochila en el mercado de Riohacha a menos
de 10 mil pesos cuando en Bogotá valen 200 mil.
Pero para lograr esa venta, antes se enfrentan a un camino de trocha.
Deben caminar desde sus ranchería hasta la carretera principal donde toman un
carpati –jeep 4×4- en los que el cupo cuesta dos mil pesos si por ejemplo, el
viaje es desde Mayapo hasta Manure. La inexistencia de vías no solamente
complica la llegada hasta el mercado sino también hasta los centros de salud y
los centro de acopio de alimentos.
Los wayúu viven de la artesanía, el pastoreo y muy pocos de la pesca,
pues no todos tienen el nylon y los anzuelos. Algunas logran tomarse una sopa
ayudando a los pescadores a traer la red. Otras para su suerte, se pueden
encontrar en el camino con un hombre que se enamoré de su hija y les ofrezcan
un chivo. La poligamia hace que las niñas queden embarazados prematuramente,
casi que desde que les llega la primera menstruación.
De los niños wayúu solo se sabe su nombre y su edad cuando mueren.
El año pasado seguían muriendo los niños mientras el ex gobernador Kiko
Gómez, detenido en la Picota, lanzaba con el Instituto de bienestar Familar el
Programa de Alimentación y Nutrición para la Guajira – P.A.N, con un
presupuesto de 4800 millones, una plata que debió cuidar Leandro Sampayo, pero
que se esfumó como tantas platas en la Guajira. Como ocurre con las regalías de
Uribia, un municipio que recibe 5.000 millones y que maneja las cifras de
miseria más altas del país. La politiquería y la corrupción campea mientras la
muerte acecha.
En los primeros dos meses de este año ya han muerto 3 bebes y 47
agonizan por haber nacido con bajo peso, por la desnutrición de sus
mamás. No son muertes anónimas, son niños de carne y hueso con mamás que
no olvidan y que los visitan en los cementerios esperando que algún día este
ritual de la muerte no se repita con tanta frecuencia, con tanta indolencia.
Aquí está el nombre, el lugar y la
edad de los 4.125 niños que han muerto en La Guajira. Esta información se
obtuvo de la tutela puesta por el Director de Planeación de La Guajira, Cesar
Arismendy
El saqueo de los recursos naturales
Bajo la actual política minera, los
recursos naturales no renovables se han convertido en una maldición. Existe una
relación directa entre los proyectos de las multinacionales y la miseria de los
pobladores vecinos a la explotación. Tal es el caso de La Guajira y Cesar, los
mayores productores de carbón y los primeros en necesidades básicas
insatisfechas, enclaves coloniales que agravan las oprobiosas condiciones de
comunidades, trabajadores y productores nacionales, que se ven
irremediablemente desplazados de sus tierras.
Read more at http://ojosparalapaz-colombia.blogspot.com/2014/04/los-bebes-que-mueren-de-hambre-en-la.html#pV1KrQEx3Gymqsyt.99
No hay comentarios:
Publicar un comentario