La Dra. en ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires, Alicia Massarini, investigadora adjunta de CONICET, coautora de la séptima edición de Biología de Curtis, calificó a los productos transgénicos como “ecocidas y genocidas”. La científica propuso salir de este modelo y “recuperar las producción diversificada de alimentos”.
En una entrevista publicada en La Gaceta, destacó el hecho que el modelo transgénico -que sigue Argentina- produce “commodities y no alimentos”. Advirtió que son productos que “no mejoran su valor nutricional”, y que no solo afectan al medio ambiente y salud por el uso de agroquímicos, sino que ya se conoce en estudios experimentales que su consumo a largo plazo produce enfermedades, en incluso muerte prematura.
En 2014, la superficie total sembrada con transgénicos en Argentina fue de alrdedor de 24 millones de hectáreas, según datos de ArgenBío.
“El discurso de quienes promovían esto fue que se mejoraría la calidad del producto, pero los transgénicos en el mercado confieren una ventaja económica al productor. No son amigables con el medio ambiente ni son alimentos”, sostuvo la especialista.
Entre los estudios que ponen en alerta a las personas sobre consumir o no transgénicos, la Dra. Massarini cita el experimento liderado por Gilles-Eric Sèralini realizado con maiz. Las enfermedades y muertes prematuras se detectaron especialmente a la mitad de su vida después de consumir estos productos regularmente.
“Se rompe la armonía que tiene ese genoma como sistema integrado. Esto puede traer efectos laterales no previsibles y no mensurables. Por ejemplo, la producción de proteínas o de sustancias que en el metabolismo se alteren y que funcionen como toxinas, que se puedan acumular”, explicó.
Sin embargo advierte, pese a las investigaciones publicadas, ahora en los supermercados la lecitina de soya transgénica se encuentra en productos de consumo masivo como “galletitas, yogures y postres”.
Sobre el uso de agroquímicos en la agricultura, la bióloga destacó que “los transgénicos y los agroquímicos aparecen, en la experiencia, como un matrimonio indisoluble. El primero es la razón de ser del segundo. La agricultura industrial ya existía en nuestro país antes de la llegada de los transgénicos: la tendencia al monocultivo, la falta de rotación y el uso de químicos. Lo que hace esta tecnología es agravar los daños”.
A su vez añadió que en particular en Argentina, “el salto a la soja significó que el uso de glifosato pasara de un millón de litros (antes del año 96) a 200 millones de litros por año. Sin contar otros herbicidas más potentes debido a la resistencia de las malezas. “El tema no es el mal uso de los herbicidas, sino que esta tecnología lo trae implícito. Si cultivás 20 millones de hectáreas de soja GM, obviamente, el uso de este herbicida es inevitable”.
“El problema con esta tecnología es que no puede ser usada para el bien porque está diseñada, pensada y usada para maximizar la ganancia económica. Todo lo demás son daños colaterales”, sostuvo la Dra.
En 2014, la superficie total sembrada con transgénicos en Argentina fue de 24,3 millones de hectáreas, según datos de ArgenBío.
“Esto que producimos no son alimentos, sino commmodities para exportar y alimentar el ganado de los países centrales y de China. Es una falacia que se hable de que estamos contribuyendo a paliar el hambre del mundo, porque el hambre es cada vez más notable”, añadió.
La bióloga concluyó que “el discurso de los que promueven esto es que no podemos dejar de subirnos a este tren. Yo digo: no podemos seguir subidos porque nos va a conducir a un desastre ambiental y sanitario. Las alternativas son muchas, no sólo lo que teníamos. Hay que recuperar los valores y la soberanía alimentaria”.
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