miércoles, 17 de agosto de 2011

UN MUNDO MEJOR ES POSIBLE


Por Miguel Crespo.- Quizás no hay tragedia más grande en el mundo del presente, que el desgaste del vocablo “amor”. Como casi todo, las acciones de entrega y cuidado otrora evocadas por esa palabra, ha sido sustituidas por cuestiones meramente hedonistas y de negocios. El amor es una mercancía, como cualquier otra cosa en la actualidad: “Amamos” en la medida en que somos “correspondidos” y por esto último entendemos la recepción de algo a cambio de nuestro sentimiento.Por desgracia, la concepción dominante de la acción de amar, no permite verla como el fundamento que vincula y da piso a las relaciones humanas. La presencia del amor como mercancía, lo pone al nivel de todo lo demás, haciendo aparecer a los hombres tal como sostiene la ciencia esa que llamamos “economía”: como entes que producen, distribuyen y comercializan todo cuanto necesitan.



Si me compra, me obsequia, o me lleva a… entonces, me ama. El corazón parece tener la necesidad de vincularse con la billetera, para poder latir de manera adecuada. No estoy tratando de justificar aquí la tacañería. Simplemente intento apuntar a la dinámica propia de las relaciones afectivas en tiempos en donde el consumismo lo devora todo. Pero tampoco esta es una reflexión que está pensada en la pareja, sino que trata de buscar en el amor, el motor de toda sociedad verdaderamente civilizada.
El reino de homo-economicus no es exclusivo de las sociedades capitalistas, aunque bien es cierto que en éstas encuentra su mejor lugar; en realidad, la única diferencia importante entre izquiera y derecha, es que en la primera el Estado intenta mantener bajo control al mercado – eufemísticamente llamado “economía”. Mientras que en el capitalismo se deja que sus fuerzas actúen libremente, lo que sólo lo torna más salvaje.
Si los socialismos aplicados han fracasado en el mundo, es porque se han terminado comportando igual que los capitalismos, y ello es así, porque parten de la misma concepción de ser humano: el homo-economicus. Hombres y mujeres han sido considerados como un recurso del que se dispone para cumplir con los propósitos, buenos o malos, de quienes están en las posiciones de poder. Es el fracaso del amor.
No hay verdadero amor en un gobernante que satisface ampliamente las necesidades básicas de su pueblo, para poder mantenerlo productivo, porque los está concibiendo como un engrane más que necesita ser aceitado, para que la gran maquinaria siga trabajando en beneficio de un mundo que de manera global es visto como un gran supermercado. Menos amor hay en aquel que ni siquiera intenta que los habitantes de su país tengan lo mínimo.
El mundo jamás va a ser mejor si la visión economicista de lo humano continúa siendo privilegiada. Transformarla es una tarea de todos y mal haríamos en esperar a que lleguen otros a realizar lo que a cada quien le toca. Se trata de amar, pero de amar sin intercambios, sin negociaciones, sin compraventas. Se trata de amar y no hay mejor manera de hacerlo que educando con el ejemplo a los demás, mostrando con nuestro diario actuar que un mundo mejor es posible.

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