Nick Turse.-Pham To tenía un aspecto estupendo para sus 78 años de edad (al menos, esa era la edad que él pensaba que tenía). Su cabello era fino, canoso, y le raleaba en las sienes, pero sus ojos eran vivaces y su físico robusto, todo ello resultaba notable teniendo en cuenta por todo lo que había pasado. Le escuché atentamente, como hice siempre tantas veces ante tantas historias similares, pero lo que me relataba estaba más allá de mi capacidad de comprensión. Es probable que también de la de Vds.
Pham To me dijo que los aviones empezaron sus series de bombardeos en 1965 y que los lanzamientos periódicos de artillería se iniciaron también en esa época. Nadie sabrá nunca cuántos civiles murieron en los años que siguieron. “El número es incalculable”, me dijo un día de primavera de hace pocos años en un pueblo situado en las montañas del centro del Vietnam rural. “Murió tanta gente”.
Y eso sólo fue a peor. Lo que sobrevino a continuación fueron los defoliantes químicos, que arrasaban la tierra. También empezaron a ametrallar a los civiles desde los helicópteros. En 1969, las bombas y la artillería no descansaban ni de día ni de noche. Muchos campesinos huyeron. Algunos se dirigieron hacia las zonas profundas de la montaña, cambiando el terror de una muerte inminente por una lucha diaria de miseria y privación; otros se vieron obligados a dirigirse hacia míseras zonas donde se intentaba reasentar a los refugiados. Los que se quedaban en sus pueblos sufrían aún más cuando aparecían los soldados. Siempre les quemaban las casas. Golpeaban y pateaban a la gente. Disparaban a los hombres cuando corrían presos del miedo. Violaban a las mujeres. Una mañana, los soldados estadounidenses masacraron y liquidaron a veintiuno de sus vecinos. Todo esto representó la Guerra de Vietnam para Pham To, lo mismo que para muchos vietnamitas de las zonas rurales.
Uno, dos… ¿cuántos Vietnam?
Al principio de la Guerra de Iraq, y durante los años que siguieron, expertos, veteranos, políticos y estadounidenses de a pie se preguntaron si la debacle de EEUU en el Sureste Asiático se estaba repitiendo. ¿Habría “ otro Vietnam ”? ¿Se convertiría en otro “ atolladero ”?
Lo mismo puede decirse de Afganistán. Años después del 11-S y como esa guerra también se ha ido a pique, las preguntas sobre el “ Vietnam de Obama ” empezaron a plantearse cada vez con mayor frecuencia. De hecho, en octubre de 2009, una mayoría de estadounidenses había llegado a creer que estaba “ convirtiéndose en otro Vietnam ”.
En aquellos años, incluso “Vietnam” mostraba una sorprendente doble analogía , al menos después de que los generales empezaran a leer y citar textos revisionistas sobre esa guerra. Afirmaban, a pesar de todas las apariencias, que el ejército estadounidense había ganado realmente en Vietnam (antes de que los políticos, los medios y el movimiento antibelicista les arrebataran tal triunfo). Esa misma fórmula de éxito, insistían, podría utilizarse para triunfar de nuevo. Y así fue como sacaron a relucir una solución fallida de aquella fracasada guerra: la contrainsurgencia, o COIN (por sus siglas en inglés), como la panacea militar del desastre inminente.
Las comparaciones objeto de debate entre las dos guerras en curso y la guerra que de alguna forma nunca se fue, llenaron de basura los periódicos, revistas e Internet, hasta que David Petraeus, un alto general COINdinista que había escrito su tesis doctoral sobre las “lecciones” de la Guerra de Vietnam, fue llamado para resolver el asunto poniendo a trabajar esas lecciones a fin de ganar las otras dos guerras. Al final, como cabía esperar, las tropas estadounidenses fueron expulsadas de Iraq mientras que la guerra en Afganistán prosigue su marcha hasta este mismo día, aunque sombríamente estancada y complicada ahora con los ataques de “ verde sobre azul ” o “desde dentro” contra las fuerzas estadounidenses, mientras que el mismo general, que volvió a Washington como director de la CIA para ejecutar guerras clandestinas en Pakistán y Yemen , tuvo que retirarse en desgracia tras un escándalo sexual.
Sin embargo, a pesar de toda la tinta vertida acerca de las “ analogías con Vietnam ”, prácticamente ninguno de los expertos, historiadores, generales, políticos u otros miembros de las clases intelectualoides se refirió nunca a la Guerra de Vietnam de la misma forma en que lo hizo Pham To. Así fue como se las arreglaron para perder el único paralelismo constante entre las tres guerras desencadenadas por EEUU en los tres lugares: el sufrimiento de los civiles.
En cuanto a todas las diferencias, analogías chapuceras y comparaciones tortuosas, ha habido un hilo conductor en las guerras exteriores de Washington del último medio siglo por el que, al menos en años recientes, los estadounidenses no han mostrado ni el menor interés: la miseria de los nacionales locales. El sufrimiento de los civiles es, de hecho, la característica que define en general las guerras modernas , aunque apenas se mencione en las altas esferas del poder o en los medios dominantes .
Un daño incalculable
Pham To fue afortunado. Él y Pham Thang, otra víctima y vecino suyo, me dijeron que de las dos mil personas que vivían en su pueblo antes de la guerra, solo trescientas lograron sobrevivir. Los bombardeos, los ametrallamientos, las masacres, las enfermedades y el hambre estuvieron a punto de exterminar todo su asentamiento. “Había tantas personas hambrientas”, dijo Pham Thang. “Sin comida, muchos murieron. Otros enfermaron y al no disponer de medicamentos ni atención sanitaria, también murieron. Después estaban los bombardeos y los proyectiles, que se llevaron aún más vidas. Todos ellos murieron como consecuencia de la guerra”.
Dejando a un lado a los que perecieron de enfermedades, hambre o falta de atención sanitaria, al menos 3,8 millones de vietnamitas murieron de forma violenta durante la guerra, según los investigadores del Harvard Medical School y de la Universidad de Washington. La estimación más aproximada que tenemos es que dos millones de ellos eran civiles. Utilizando una extrapolación muy conservadora, esto sugiere que 5,3 millones de civiles resultaron heridos durante la guerra, de un total global de 7,3 millones de víctimas civiles vietnamitas. A esas cifras podrían añadirse aproximadamente 11,7 millones de vietnamitas obligados a huir de sus hogares y convertirse en refugiados, más 4,8 millones rociados con herbicidas tóxicos como el Agente Naranja, aproximadamente entre 800.000 y 1,3 millones de huérfanos de guerra y un millón de viudas de guerra.
Las cifras son aterradoras, el sufrimiento incalculable, la miseria casi incomprensible para la mayoría de los estadounidenses, aunque quizá no para un iraquí. Nadie sabrá nunca cuántos iraquíes murieron a raíz de la invasión estadounidense en 2003. En un país con una población aproximada de unos 25 millones en aquel momento, una muy debatida investigación –cuyos resultados fueron publicados en la revista médica británica The Lancet- sugería que hasta el año 2006 había habido un “ exceso de muertes ” violentas de más de 601.000. Otro estudio indicaba que en 2007 habían muerto más de 1,2 millones de civiles iraquíes a causa de la guerra (y de los diversos conflictos internos provocados por la misma). Associated Press registró 110.600 muertes a principios de 2009. Una investigación realizada con familias iraquíes fijaba en junio de 2006 la cifra de muertes violentas en 151.000 . Documentos oficiales hechos públicos por WikiLeaks contaban hasta 109.000 muertes, incluyendo las de 66.081 civiles, entre 2004 y 2009. Iraq Body Count ha recogido hasta 121.220 casos documentados sólo de muertes violentas de civiles.
Y tenemos también los 3,2 millones de iraquíes internamente desplazados o que tuvieron que huir hacia otras tierras para encontrar solo incertidumbre y privaciones en lugares como Jordania, Irán y Siria, tan asolada ahora por la guerra. En 2011, el 9% o más de las mujeres iraquíes, hasta alcanzar un millón , eran viudas (una cifra que se disparó en los años de la invasión estadounidense). Una investigación reciente halló que entre 800.000 y un millón de niños iraquíes había perdido a uno o a ambos padres, una cifra que no deja de crecer con la continuada violencia que EEUU desató y nunca erradicó.
En la actualidad, el país que experimentó una inmensa fuga de cerebros de sus mejores profesionales, tiene tan sólo un total de 200 trabajadores sociales y psiquiatras para ayudar a todos los que, armados y desarmados, sufrieron todo tipo de horrores y traumas. (En comparación, en sólo los últimos siete años, la Administración de Veteranos de EEUU ha contratado a 7.000 nuevos profesionales de la salud mental para que traten a los estadounidenses afectados psicológicamente por la guerra).
Seguramente que también muchos afganos podrían relat ar lo que Pham To y millones de víctimas vietnamitas de la guerra soportaron. Desde hace más de treinta años, Afganistán, excepto algún raro período, ha estado en guerra. Todo empezó con la invasión soviética en 1979 y con el apoyo de Washington a algunos de los militantes islámicos más extremistas que se oponían a la invasión rusa del país.
La última reiteración de la guerra allí empezó en 2001 con la invasión estadounidense y de las fuerzas aliadas, y desde entonces se ha llevado las vidas de muchos miles de civiles en bombardeos aéreos y en bombas que estallan junto a las carreteras , en ataques suicidas y ataques de helicópteros , en asaltos nocturnos y odiosas masacres . Innumerables afganos han muerto también al carecer de acceso a los cuidados sanitarios (hay sólo dos doctores por cada 10.000 afganos) y por congelación , incluyendo impactantes noticias de niños congelándose hasta morir en los campos de refugiados el pasado invierno y de nuevo este año. Formaban parte de los cientos de miles de afganos que han sido desplazados internamente durante la guerra. Varios millones más viven como refugiados fuera del país, la mayoría en Irán y Pakistán . De las mujeres que permanecen en el país, la cifra de viudas alcanza los dos millones . Además, se estima que hay ya dos millones de huérfanos afganos. No es de extrañar que el sondeo de Gallup del pasado verano hallara que el 96% de los afganos afirman que están “sufriendo” o “luchando” y sólo el 4% sentían que estaban en situación “boyante”.
¿Refugiados estadounidenses en México?
Para la mayoría de los estadounidenses, este tipo de implacable miseria relacionada con la guerra es incomprensible. Muy pocos han experimentado nunca a nivel personal nada parecido a lo que sus dólares en impuestos han causado en el Sureste Asiático, en el Oriente Medio, en el Suroeste Asiático en los últimos cincuenta años. Y aunque sí que disponemos ya de cifras sorprendentes de pobreza y privaciones, muy pocos son conscientes de lo que es tener que vivir un año de guerra –y no digamos diez, como le ocurrió a Pham To- bajo la constante amenaza de ataques aéreos, fuego artillero y violencia perpetrados por tropas de tierra extranjeras.
No obstante, aunque sea como mero experimento mental, consideremos por un momento cómo podría ser esa situación en términos estadounidenses. Imagínense que EEUU ha vivido una ocupación de una fuerza militar extranjera. Imagínense que hay millones o incluso decenas de millones de civiles estadounidenses muertos o heridos como consecuencia de una invasión y de los enfrentamientos civiles resultantes.
Imagínense un país en el cual unos jóvenes extranjero s, armados hasta los dientes, con uniformes extraños, cascos en la cabeza e imponentes armaduras puedan tirar de una patada la puerta de tu casa en la oscuridad de la noche, gritando cosas en un lenguaje que no puedes comprender. Imagínenselos rebuscando en los cajones, volcando los muebles, manteniéndoles a punta de pistola, amenazando a su marido o a su hijo o a su hermano, y marchándose con él en medio de la noche. Imagínense, asimismo, un país en el que esos extranjeros maten a los “insurgentes” estadounidenses y después les desnuden de forma rutinaria; en el que esas tropas ocupantes se orinen sobre los cadáveres estadounidenses (y graben videos de tal acción); o tomen fotos de las “ piezas cobradas ”; o les mutilen ; o posen con partes del cuerpo de los estadounidenses muertos; o de vez en cuando –por razones que escapan a su comprensión- se dediquen a matar y violar a sus amigos y vecinos.
Imaginen por un momento una violencia tan extrema que Vds. y millones como Vds. tienen que escapar de sus hogares e instalarse en míseros campos de refugiados o en los anillos de barrios de chabolas que rodean las ciudades más cercanas. Imaginen que tienen que cambiar su hogar por otro donde no hay electricidad ni calor, que muy posiblemente estará hecho de residuos con un tejado de metal corrugado que produce un estruendo cada vez que llueve. Después imaginen que tienen que vivir allí durante meses, cuando no años.
Imaginen que las cosas van tan mal que decide n cruzar andando la frontera mexicana para vivir una existencia plena de incertidumbre, planteándose siempre si habrá más violencia y más pobreza en la nación anfitriona que hará que les expulsen de ahí de nuevo y si podrán volver a su hogar en EEUU. Imaginen vivir todas esas realidades día tras día durante más de una década.
Después de desastres naturales como el de los Huracanes Katrina o Sandy, cifras reducidas de estadounidenses experimentaron brevemente algo de lo que millones de víctimas de la guerra –vietnamitas, iraquíes, afganos y otros- han tenido a menudo que soportar durante una parte significativa de sus vidas. Pero para todos los que se hallan en las zonas de las guerras de EEUU, no habrá telemaratones , ni conciertos benéficos ni recogida de fondos vía mensajes de texto .
Pham To y Pham Thang tuvieron que enterrar los cuerpos de sus familiares, amigos y vecinos después de que las tropas estadounidenses les masacraran al pasar de patrulla por sus pueblos. Tuvieron que reconstruir sus hogares y sus vidas tras la gu erra con muy, muy escasa ayuda. Una cosa fue tan cierta para ellos como lo ha sido para los iraquíes y afganos traumatizados por la guerra de nuestros días: ninguna luminaria de Hollywood hizo cola para ayudar a recoger fondos para ellos o su pueblo. Y nunca lo harán.
“Perdimos tanta gente, tantas cosas. Y esta tierra se vio también afectada por el Agente Naranja. Has venido a escribir sobre la guerra, pero nunca podrás conocer toda la historia”, me dijo Pham Thang. Después se volvió cauteloso. “Ahora, nuestros dos gobiernos, nuestros dos países, viven en paz y armonía. Y nosotros sólo queremos recuperar la vida que teníamos aquí. Sufrimos grandes pérdidas. El gobierno estadounidense debería ofrecer ayuda para que aumentara el nivel de vida local, proporcionar mejor asistencia sanitaria y construir infraestructuras, como mejores carreteras”.
No hay duda de que muchos iraquíes y afganos expresarían sentimientos parecidos, a pesar de la última década de debacles estadounidenses construyendo nación en sus zonas de guerra . Quizá incluso le digan el mismo tipo de cosas a un periodista estadounidense dentro de varias décadas.
A lo largo de estos últimos años he entrevistado a cientos de víctimas de la guerra como Pham Thang y creo que tiene mucha razón: Probablemente, nunca conoceré bien qué ocurrió con la vida en esos mundos que se vieron arrasados por las guerras exteriores de EEUU. Y no sólo yo. La mayoría de los estadounidenses nunca se acercan a una zona de guerra e incluso el personal militar de EEUU llega sólo para pasar un tiempo limitado de servicio, y para los corresponsales de guerra y los trabajadores de la ayuda queda siempre abierta por lo general una puerta de salida. Sin embargo, los civiles como Pham To tienen que permanecer allí para los restos.
En los años de Vietnam, hubo al menos un movimiento antibélicista en este país que incluyó a muchos veteranos de Vietnam , que hicieron sinceros esfuerzos para poner de relieve el sufrimiento que sabían estaban soportando los civiles a niveles casi inimaginables . En cambio, en los más de diez años desde el 11-S, con muy raras excepciones , los estadounidenses han permanecido escandalosamente indiferentes ante sus distantes guerras, ignorando por completo todo lo que debía conocerse acerca del sufrimiento causado en su nombre.
Cuando estaba poniendo fin a mi entrevista, Pham Thang me preguntó por el propósito de la última hora y media de pregun tas que le había hecho. A través de mi intérprete, le expliqué que la mayoría de los estadounidenses no sabían prácticamente nada del sufrimiento soportado por los vietnamitas durante la guerra y que la mayor parte de los libros escritos sobre esa guerra en mi país también lo habían pasado por alto. Quería, le dije, ofrecer por vez primera a los estadounidenses la oportunidad de oír las experiencias de los vietnamitas normales y corrientes.
“Si el pueblo estadounidense conociera esos hechos, si supieran del sufrimiento que la guerra causó al pueblo de Vietnam, ¿cree Vd. que se compadecerían de nosotros?”
Muy pronto iba a conocer la respuesta a esa pregunta.
Nick Turse es editor asociado de TomDispatch.com . Laureado periodista, sus trabajos se publican en Los Angeles Times, The Nation y, con regularidad, en TomDispatch . Es autor de varios libros, el más reciente de los cuales es “ Kill Anything that Moves: The Real American War in Vietnam ” (The American Empire Project, Metropolitan Books). Es también autor de “ The Changing Face of Empire: Special Ops, Drones, Spies, Proxy Fighters, Secret Bases, and Cyberwarfare ” (Haymarket Books). El presente artículo es la última parte de su serie acerca del cambiante rostro del imperio estadounidense, proyecto financiado por la Fundación Lannan. Pueden seguirle en Tumbrl .
Fuente:http://www.tomdispatch.com/post/175635/tomgram%3A_nick_turse%2C_a_war_victim%27s_question_only_you_can_answer/#more
No hay comentarios:
Publicar un comentario