Isaac Rojas examina la propagación de las plantaciones de árboles de monocultivo, de los ‘desiertos verdes’ que tragan inmensas extensiones de terreno del sur global y conducen a la pérdida de biodiversidad y el desplazamiento de los campesinos.
Proveedores de ‘servicios de ecosistema’, ‘sumideros de carbono’, fuentes de energía renovable, creadores de empleo e ingresos mediante impuestos, soluciones para el clima y las crisis de biodiversidad: éstas son algunas de las imágenes positivas de las plantaciones de árboles industriales (ITP por sus siglas en inglés) que venden las empresas privadas y estatales interesadas en estimular su expansión. El cultivo de árboles y la transformación de la madera con el fin de obtener rentabilidad económica es una industria global en auge y tiene un rostro altamente destructivo.
Las ITP son objeto de gran resistencia a lo largo del sur global desde hace varias décadas. La realidad es que tienen un impacto profundamente destructivo sobre las comunidades, las economías locales y la biodiversidad. Causan numerosos problemas en muchos países, lo que incluye el mío propio, Costa Rica.
Una plantación, no un bosque.
Un bosque es un sistema complejo, rico en biodiversidad que se regenera a sí mismo y consta de tierra, agua y microclima y una gran variedad de plantas y animales en coexistencia mutua. Los bosques albergan a más del 70% de la biodiversidad terrestre de nuestro planeta. Por el contrario una ITP es un sistema agrícola uniforme orientado hacia la producción de una sola materia prima. Las ITP son generalmente plantaciones de monocultivo a gran escala, gestionadas intensivamente, principalmente de árboles de la misma edad que crecen muy de prisa y que incluyen eucalipto, pinos, acacias, gmelina arbórea [una especia de haya], palma aceitera y caucho.
Los árboles y sus derivados suelen cosecharse mecánicamente para su transformación industrial con el fin de conseguir productos como pulpa de madera, madera de construcción, combustible, aceite de palma y biodiésel/etanol. Las plantaciones suelen cubrir superficies muy grandes, de cientos de miles de hectáreas; pertenecen a y son promocionados por actores corporativos, a menudo con la implicación y el apoyo significativo del Estado. El hecho de llamar una plantación un ‘bosque plantado’, una denominación que a la industria de las plantaciones le gusta promocionar, lleva a error y delata la realidad de la destrucción causada por este modelo agroindustrial intensivo.
El auge de las plantaciones de monocultivo
Aunque hay ITP en el norte global, la expansión se ha producido principalmente en el sur global. Según la FAO, que depende de la ONU, la superficie de ‘bosque plantado’ en el sur se incrementó en más del 50% entre 1990 y 2010, de 95 a 153 millones de hectáreas. La FAO calcula que otros 40 a 90 millones de hectáreas se plantarán antes de 2030, lo que no incluye la gran expansión prevista de las plantaciones de palma aceitera.
Son los actores económicos y de consumo del norte los que estimulan la expansión en el sur. Según Simone Lovera de la Global Forest Coalition, “las plantaciones forman parte de un modelo industrial orientado a la producción de materias primas baratas y abundantes que sirven de insumos para el crecimiento económico de los países industrializados”. Mientras crece rápidamente la huella de China, la Unión Europea y Estados Unidos consumen todavía la mayoría de los productos finales de las ITP. Las corporaciones, los bancos y los fondos de inversión de la Unión Europea y Estados Unidos son los actores clave y los principales impulsores y beneficiarios, atraídos por la tierra y la mano de obra más baratas del sur, la reglamentación ambiental más débil y la mayor productividad maderera por hectárea.
Aunque la expansión de las plantaciones de árboles de monocultivo data de tiempos coloniales, el gran auge de las ITP es un fenómeno bastante reciente, de los años 60 y 70. Los programas de ajuste estructural impuestos en los países del sur por las instituciones internacionales neoliberales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aceleraron su desarrollo. A cambio de crédito se obligó a los gobiernos a liberalizar sus regímenes de comercio y ofrecer incentivos y subvenciones para actividades orientadas hacia la exportación, como las ITP.
Malo para la gente, malo para el planeta.
La expansión de las ITP hace estragos en el medio ambiente, en la biodiversidad y en las comunidades existentes. En todo el mundo alrededor de 1.600 millones de personas dependen de los bosques para su sustento y bienestar, lo que incluye a 60 millones de indígenas que dependen completamente de ellos para su alimento, medicinas y materiales de construcción. Mientras las comunidades locales y los indígenas consumen cantidades muy pequeñas de producto final, padecen directamente las consecuencias de las plantaciones y su expansión.
La expansión de las plantaciones de monocultivo es uno de los principales impulsores de la apropiación de tierra, lo que desplaza a comunidades enteras y les niega su sustento. En comparación con la explotación agraria de los bosques a pequeña escala y la gestión comunitaria de los mismos, las ITP ofrecen pocas oportunidades de empleo. La utilización de mano de obra migrante barata y la recolección y transformación mecanizadas causan una reducción considerable del número total de vidas que pueden sustentar un área específica, mientras que aquellos que tienen la suerte de encontrar empleo, lo hacen en condiciones de precariedad y violación de los derechos laborales.
La expansión de las ITP es por tanto un impulsor principal dentro de un proceso más amplio de empobrecimiento a gran escala, desplazamientos y pérdida de derechos, lo que priva a los moradores de su medio de subsistencia e independencia y los enajena de su trabajo y de aquellos aspectos de su cultura que están profundamente arraigados con y dependientes del bosque, desmiembra sus comunidades y los empuja hacia las ciudades en busca de empleo altamente precario y mal pagado. El proceso de establecer y extender las plantaciones se asocia comúnmente a la violencia y las comunidades indígenas padecen la represión, la tortura y hasta la muerte a manos de las fuerzas de seguridad estatales y privadas que están al servicio de los intereses de los propietarios de las plantaciones.
Al contrario de lo que afirman las corporaciones asociadas a la agricultura de las plantaciones, las ITP destruyen el medio ambiente. Las plantaciones a gran escala sustituyen a menudo los bosques existentes y por tanto son causa directa de deforestación; hay pocos casos en que se ha plantado en tierra degradada. Los efectos negativos de estos desiertos verdes sobre la biodiversidad están bien documentados. Un estudio publicado en la revista Trends in Ecology and Evolution en 2008 denunció que la conversión de la selva tropical primaria en plantaciones de palma aceitera causó la pérdida de más del 80% de las especies.
Una vez establecidas, las ITP sedientas de rápido crecimiento agotan los recursos hídricos, cambian los ciclos hidrológicos locales y regionales, contaminan los ríos, arroyos y otros recursos hídricos y degradan la tierra debido al uso intensivo de pesticidas y otras sustancias agroquímicas. Asimismo un informe reciente en Nature demostró que mientras los bosques viejos almacenan el carbono durante siglos, las plantaciones y los bosques jóvenes son de hecho emisores netos de carbono debido a la alteración de la tierra y la degradación del ecosistema anterior.
¿Quién se beneficia?
Las políticas gubernamentales promocionan el desarrollo de las ITP y en las grandes economías como Brasil y China, el Estado es a menudo copropietario o propietario en exclusiva de las compañías asociadas a las ITP. Sin embargo los principales inversores en la expansión de las ITP son el sector privado y las instituciones multilaterales neoliberales como el Banco Mundial. Muchos de los actores corporativos proceden del norte global, en particular de los países con fuertes industrias madereras, lo que incluye a Finlandia, Suecia, Alemania y Estados Unidos. La compañía finlandesa Jaakko Poyry, por ejemplo, impulsó las plantaciones y el sector de la pasta de celulosa en 30 países por valor de 550 millones de libras en 2010.
Otros actores y beneficiarios clave del sector privado incluyen a:
· Las ‘seis grandes’ corporaciones pesticidas del mundo -BASF, Bayer, Dow, Dupont, Monsanto y Syngenta- cuyos pesticidas se usan en las plantaciones de monocultivo a gran escala.
· Bancos privados especializados en la financiación de negocios agrícolas, lo que incluye a los bancos europeos que se ocupan especialmente de los sectores de pasta de celulosa y palma aceitera.
· Fondos de inversión del norte global que se están introduciendo en el mercado de la tierra y los bosques.
· Instituciones financieras y actores privados que se benefician de la expansión de las operaciones comerciales y compensatorias del carbono y la biodiversidad que se promocionan con el patrocinio de los procesos internacionales como las negociaciones sobre el clima de la ONU.
· Empresas de consultoría del medio ambiente que se aprovechan de la certificación de servicios de carbono y ecosistema requeridos por la expansión de las operaciones comerciales y compensatorias.
· Las compañías de combustible fósil que pretenden introducirse en el mercado global de los llamados ‘biocombustibles’ y ‘bioenergéticos’, también en expansión.
· Los grandes actores industriales de los organismos genéticamente modificados que experimentan con alteraciones genéticas orientadas a incrementar la rentabilidad de las ITP sin requerir apenas monitorización y supervisión por parte de los gobiernos.
Las agencias multilaterales como el Banco Mundial, cuya arma privada es la Corporación Financiera Internacional, y los bancos de desarrollo regionales ayudan a promocionar la expansión de las ITP mediante préstamos directos e inversiones y el apalancamiento de mayor financiación procedente del sector privado. Mientras tanto los directivos de las ITP utilizan su gran poder financiero para presionar a los gobiernos e influir en los encuentros internacionales con el fin de garantizar más rentabilidad y nuevas oportunidades de expansión. Han conseguido que la FAO y el Banco Mundial definan las plantaciones como bosques, sumideros de carbono y proveedores de servicios de ecosistema, con lo que los dos organismos menoscaban y se benefician de los esfuerzos globales para reducir las emisiones de carbono con el objetivo de luchar contra el cambio climático y mitigar la pérdida de bosque y biodiversidad.
Estos intereses han conseguido conjuntamente que las ITP y sus productos formen el núcleo de la destructiva agenda de la ‘economía verde’ que lideran las corporaciones y promocionan cada vez más los gobiernos y las agencias de la ONU. Esta agenda es una mera versión ‘verde’ del mismo modelo económico neoliberal insostenible.
No hay plantaciones mejores que otras
La destrucción que traen las ITP de monocultivo no se resolverá mediante la monitorización y las certificaciones. Sólo sirven para legitimar las plantaciones y facilitar la expansión de éstas.
Para detener la destrucción necesitamos muchos cambios, lo que incluye la promoción de la gestión comunitaria de los bosques con el fin de interrumpir el apoyo perverso que nuestros gobiernos dan al sector de las ITP; el reconocimiento y la protección de los derechos a la tierra y los territorios de los indígenas; la promoción de la soberanía alimentaria, es decir el derecho a alimentos suficientes, nutritivos, sanos, producidos ecológicamente y que sean culturalmente adecuados; abordar el consumo excesivo e insostenible por parte del norte de productos del bosque como la pasta de celulosa y el papel.
Las comunidades afectadas del sur global ponen su vida en riesgo al reivindicar sus derechos, proteger y recuperar sus bosques de la expansión de las plantaciones. Necesitan la solidaridad de los activistas y movimientos sociales de todo el mundo, junto con nuestros esfuerzos para cambiar el sistema económico disfuncional y las relaciones de poder que se encuentran en el fondo de este y otros problemas del medio ambiente.
Isaac Rojas es coordinador del programa internacional de bosques y biodiversidad de Amigos de la Tierra, que tiene su centro de operaciones en Costa Rica.
Fuente: http://www.redpepper.org.uk/cant-see-the-wood-for-the-desert/
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