domingo, 25 de agosto de 2013

Los ecosistemas terrestres absorben 11.000 millones de toneladas menos de CO2 al año



Un equipo internacional de investigadores que trabaja con Markus Reichstein, director del Instituto Max Planck de Biogeoquímica en Jena, Alemania, ha descubierto que los ecosistemas terrestres absorben aproximadamente 11.000 millones de toneladas menos de dióxido de carbono cada año como resultado de los eventos climáticos extremos de lo que serían capaces si no se produjeran esos episodios de cambio climático. Esto equivale a aproximadamente un tercio de las emisiones mundiales de CO2 por año, según la investigación publicada en 'Nature'.
Cuando aumenta el contenido de dióxido de carbono de la atmósfera, la Tierra se calienta y se producen fenómenos meteorológicos extremos, como sequías prolongadas, olas de calor, lluvias torrenciales y tormentas violentas, que pueden llegar a ser frecuentes. Si estos eventos extremos del clima provocan la liberación de más CO2 de los ecosistemas terrestres y, por consiguiente, se refuerza el cambio climático ha sido una de las grandes preguntas sin respuesta en la investigación del clima.
En 2003, Europa central y meridional sufrió una ola de calor que hizo sonar las alarmas de los investigadores. Fue uno de los primeros fenómenos meteorológicos extremos a gran escala que los científicos fueron capaces de utilizar para documentar en detalle cómo el calor y la sequía afectan al ciclo del carbono (el intercambio de dióxido de carbono entre los ecosistemas terrestres y la atmósfera).
Las mediciones indican que los fenómenos meteorológicos extremos tuvieron un impacto mucho mayor en el balance de carbono de lo que se suponía anteriormente y es posible que las sequías, olas de calor y tormentas debiliten el efecto amortiguador que ejercen los ecosistemas terrestres en el sistema climático. En los últimos 50 años, las plantas y el suelo han absorbido hasta el 30 por ciento del dióxido de carbono que los humanos han emitido, sobre todo a partir de combustibles fósiles.

Las indicaciones en las que se subestimaba el papel de los fenómenos meteorológicos extremos en el balance del carbono llevó a los científicos de ocho países a poner en marcha el Proyecto de CARBO-Extreme, en el que se sometieron a un escrutinio sistemático las consecuencias de diversos eventos climáticos extremos en los bosques, pantanos, paisajes, pastos y áreas de cultivo de todo el mundo.
Los investigadores tomaron diferentes enfoques para el estudio de la perspectiva ecosistémica. Por ejemplo, imágenes de satélites tomadas entre 1982 y 2011 revelaron cuánta luz absorben las plantas arbóreas en un área para realizar la fotosíntesis y determinar así la cantidad de biomasa que ese ecosistema en cuestión acumula durante o después de un evento extremo.
Además, los científicos utilizaron datos de una red global de 500 estaciones de registro, algunas en funcionamiento desde hace más de 15 años, sobre las concentraciones de dióxido de carbono y las corrientes de aire en la atmósfera unos metros por encima del suelo o en el follaje del bosque. Los cálculos de estos valores indican la cantidad de carbono que un ecosistema absorbe y libera en forma de dióxido de carbono.
Posteriormente, el equipo trasladó las lecturas de los datos a complejos modelos informáticos para calcular el efecto global de las condiciones climáticas extremas en el balance de carbono. Los modelos mostraron que el efecto es realmente extremo: en promedio, la vegetación absorbe unos 11.000 millones de toneladas de dióxido de carbono menos de lo que serían capaces en un clima que no experimenta episodios extremos.
"Hemos descubierto que no es el calor extremo lo que causa los mayores problemas en el balance de carbono, sino la sequía", explica Markus Reichstein, quien concreta que la sequía no sólo daña de forma inmediata los árboles, sino que también les hace menos resistentes a las plagas y el fuego, además de que un bosque se recupera mucho más lentamente de un incendio o los daños de una tormenta que, por ejemplo, los pastizales. Este experto y sus colegas creen que los fenómenos meteorológicos extremos tienen efectos particularmente pronunciados, variados y de largo plazo sobre los ecosistemas forestales.

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