(Por Atilio A. Boron) Este pasado 2 de Noviembre, Israel
congeló su contribución de 2 millones de dólares a la UNESCO. Días antes
Washington había anunciado exactamente lo mismo, reteniendo el desembolso
adeudado por valor de 60 millones de dólares en represalia por el
resultado de la votación de la Conferencia General aceptando la incorporación
de Palestina a la organización como estado número 195. En esa reunión,
celebrada en la sede de la UNESCO en París, 107 países, entre ellos una mayoría
de latinoamericanos votaron a favor de los palestinos; hubo 14 votos en contra,
entre los cuales Estados Unidos, Israel y la reciente adquisición de un estado
cliente de la Casa Blanca, Panamá; otras 52 delegaciones se abstuvieron, entre
los cuales el México del presidente conservador Felipe Calderón. Los palestinos
necesitaban los votos de dos tercios de los países presentes y votantes para
que la iniciativa impulsada por un grupo de gobiernos árabes fuese aceptada,
cosa que finalmente se logró. Los recortes financieros decididos por
Estados Unidos e Israel implicarán una sensible reducción en el ya insuficiente
presupuesto total de aquella institución dado que tan sólo el aporte de
Washington equivale a un 22 % sus ingresos totales.
El sórdido maridaje de esos dos países
(que, por otra parte, fueron los únicos que en la reciente Asamblea General de
la ONU votaron a favor de mantener el bloqueo a Cuba) es una nueva prueba de la
vocación extorsionadora y chantajista que anima a sus gobernantes. Ya en 1984
Estados Unidos se había retirado de la UNESCO y al año siguiente lo harían el
Reino Unido y Singapur.
La razón: el desacuerdo con la creciente ascendencia
que por esos años había adquirido el “tercermundismo” y sus insolentes reclamos
a favor de un nuevo orden informativo internacional ante lo que, con notable
clarividencia, los países del Sur global representados en la UNESCO advertían
como la peligrosa concentración de los medios de comunicación en manos de
grandes oligopolios privados. En el contestatario clima ideológico de los
sesentas y setentas –hijo de la descolonización de África y Asia, la Revolución
Cubana, el auge de los movimientos de liberación nacional y el Mayo francés-
también había crecido con fuerza la idea de establecer un nuevo orden económico
internacional, ambicioso proyecto encaminado a modificar radicalmente las
irritantes asimetrías de la economía mundial y que incluía, entre otras cosas,
la sanción de un Código de Conducta al cual deberían someterse las
operaciones de las por entonces nacientes empresas transnacionales. Huelga aclarar
que todas estas iniciativas fueron barridas de la escena al calor de la
contrarrevolución neoconservadora y neoliberal de los años ochentas, con Ronald
Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II a la cabeza. Hoy, en lugar de un
Código de Conducta que nos proteja del despotismo del gran capital lo que
tenemos es el CIADI, un pseudo sistema judicial creado por el Banco Mundial
para proteger a las transnacionales y sentar en el banquillo de los acusados a
los estados. Tanto como eso cambió el mundo en estos años.
Estados Unidos regresó a la UNESCO casi 20 años más tarde,
en el 2003. Poco después haría lo propio el lacayo favorito del imperio, el
Reino Unido. En preparación a este triunfal retorno la diplomacia
norteamericana logró imponer en 1999 como Director General de la UNESCO a un
burócrata japonés, funcionario en el Banco Mundial por largos años: Koichiro
Matsuura. Fiel a su trayectoria ideológica, Matsuura introdujo significativas
reformas en la organización, cambió sus prioridades, realizó los ajustes
financieros y organizativos del caso para que, en su retorno, Washington se
encontrara con un ambiente mucho más amigable y predispuesto a acompañar la
agenda dictada desde el otro lado del Atlántico. Por eso la votación de días
pasados fue una desagradable sorpresa para el imperialismo, y la reacción
inmediata de la Casa Blanca fue cortar la asistencia financiera amparándose en
dos leyes de los años noventas que, en principio, le prohíben a Washington
financiar instituciones internacionales que acepten en su seno a quien no posea
los "atributos de estado reconocidos internacionalmente.” Tal es, según la
Casa Blanca, el caso de la Autoridad Palestina, lo cual permite ratificar la
impresión de que cuando el Consejo de Seguridad examine su candidatura el
próximo 11 de noviembre Estados Unidos utilizará su poder de veto en ese
antidemocrático órgano para vetar el ingreso de Palestina a la ONU como Estado
soberano.
En todo caso, el episodio que estamos comentando
revela por enésima vez que Estados Unidos e Israel apelan al chantaje como una
práctica regular y rutinaria para promover sus intereses. Para Obama y
Netanyahu, como para sus predecesores, la diplomacia es un interminable
ejercicio extorsivo que se practica sea congelando sus aportes a los organismos
internacionales que no se inclinan ante sus mandatos como cerrando el mercado
estadounidense a las exportaciones de países díscolos o simplemente,
persiguiendo a empresas (propias o de terceros países) que operan con países
sindicados como enemigos o adversarios, como ocurre principalmente con las que
operan en Cuba, por ejemplo. Lo anterior no sólo ratifica el carácter
predatorio del imperio y su polifuncional gendarme y sirviente en Medio
Oriente, sino también su absoluto desprecio por los valores que ambos gobiernos
predican hasta el cansancio. Su hipocresía es tan grande como su cinismo: dicen
defender la libertad pero la conculcan con el chantaje del dinero o el estrago
de sus armas. Se declaran amantes del pluralismo y proclaman su respeto a todas
las voces de la diversidad, pero amordazan las lenguas y las culturas de los
pueblos y se ensañan con los palestinos. Procuran convencernos de la pureza de
sus convicciones democráticas pero hacen que dos votos en la Asamblea General
de la ONU valgan más que 186; y en la UNESCO cuando sus preferencias son
derrotadas por la mayoría actúan como los tahúres del Lejano Oeste, patean el
tablero y comienzan a disparar. Signos, todos ellos, de un imperio en
inexorable descomposición que en su decadencia arrastra también a sus sicarios
y compinches, cómplices de sus fechorías. La UNESCO sobrevivió en el pasado a
veinte años de chantaje anglo-norteamericano. Es más, fue precisamente en esos
años cuando bajo el liderazgo de Federico Mayor Saragoza esa organización se
convirtió en un baluarte en defensa de la diversidad cultural y lingüística. El
proyecto del imperialismo era convertir a esa agencia en un gigantesco
ministerio de colonias cuya misión fuera homogeneizar al mundo imponiendo al
inglés y a ciertos valores de Occidente -convenientemente interpretados por los
escribas del imperio, por supuesto- como el único patrón civilizatorio. La
dictadura del pensamiento único en economía requería su contraparte en el
terreno cultural, y la UNESCO tenía que hacer en ese frente lo que el
Banco Mundial y el FMI hacían en el de la economía. No obstante sus presiones y
chantajes, los Estados Unidos y sus cómplices fueron derrotados. Días pasados
volvieron a morder el polvo de la derrota, por eso amenazan y atacan. Pero será
en vano: la UNESCO sabrá capear este temporal y resurgir victoriosa como
universal caja de resonancia de las identidades y culturas de todos los pueblos
del mundo. Le guste o no al imperialismo.
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