martes, 1 de noviembre de 2011

Protestas sociales y elecciones en el 2012



El estallido de la crisis económica y financiera en los Estados Unidos a finales del 2007 y su secuela de alto desempleo, pobreza, desigualdades e injusticias sociales, está inexorablemente ligada a los movimientos de protestas sociales en ese país, al funcionamiento de su sistema político y ambos: crisis y manifestaciones sociales, tendrán indudable repercusión en las próximas elecciones del 2012. La crítica situación socioeconómica de la mayoría del pueblo norteamericano y las expectativas de que tendrán que pagar una parte considerable del ajuste y corrección de los desequilibrios propiciados por la especulación financiera, la corrupción y la codicia de los capitales de Wall Street, condiciona las más profundas causas del descontento ciudadano. El movimiento denominado Ocupa Wall Street (OWS), iniciado el 17 de septiembre de este año, dada su visibilidad e impacto, ha rebasado las perspectivas iniciales y en la actual encrucijada, agrega mayor complejidad a la tarea de pronosticar el curso futuro de esa sociedad.
Debido a la extensión del movimiento a otras ciudades y el respaldo de diversos sectores y personalidades, debe descartarse ya la idea de su disolvencia sin mayores consecuencias. Surgen preguntas sobre el alcance, profundidad y articulación de esas manifestaciones en la compleja y contradictoria coyuntura estadounidense. Sin duda es muy pronto para hacer pronósticos sobre el impacto que puedan tener las protestas sobre las próximas elecciones y el curso de la economía y la política norteamericana, pero ya se aprecian algunas evidencias de su trascendencia.


Es cierto que las repercusiones del movimiento dependen de su articulación en acciones y mensajes políticos. Para algunos analistas se trata de un proceso todavía embrionario, o quizás muy joven, pero en cualquier caso su efecto en un sentido u otro en el proceso político-electoral en marcha está asegurado. A primera vista parecía simple descontento de sectores sociales desplazados e indignados, de algún modo traicionados y decepcionados con la codicia de “Wall Street”. Pero en una segunda mirada es evidente que también las protestas tienen una connotación política y no solamente económica o reivindicativa, por la incapacidad del sistema democrático norteamericano de responder a los intereses del pueblo, de las capas medias y el “sueño americano” establecido en el imaginario de ese país.
En tal sentido está en juego la insatisfacción bastante generalizada ante la promesa de cambio que catapultó a Obama a la presidencia en los momentos más graves de la crisis económica en el año 2008, la Gran recesión del siglo XXI, después del período oscuro de ocho años en la presidencia de George W. Bush, que dejó como “legado”, además de la crisis económica, no menos de dos guerras empantanadas en Afganistán e Iraq y la pérdida generalizada de la imagen internacional de los Estados Unidos. El presidente en ejercicio, aunque tiene un débil respaldo en las encuestas de opinión en la actualidad, sostenido peligrosamente por debajo del 50%, tiene ventajas hasta ahora por su mayor capacidad de movilizar recursos financieros, por su habilidad como “gran comunicador” y por no tener que gastar demasiadas energías financieras ni políticas en el proceso de las primarias. Pero además de estar en medio de una dificilísima coyuntura, se enfrenta a la división y obstruccionismo del gobierno, sobre todo de la Cámara de Representantes con predominio republicano y su propia incapacidad de quedar bien con el gran capital financiero, con los bancos, y al mismo tiempo con los ciudadanos simples y corrientes más pobres y desposeídos; si bien su respaldo a los poseedores de las mayores fortunas de ese país ha sido un componente fundamental de su política y las acciones a favor de los sectores más pobres han sido limitadas, e incluso en algunos casos han perdido, o están en proceso de perder, mayores ventajas en la cruenta lucha política por la aprobación de las medidas concretas.
Los aportes monetarios en el sistema político estadounidense son cruciales para sus líderes políticos, provienen mayoritariamente de ese gran capital, constituyen el eje básico en la conformación de la política y por ello responden en esencia a los intereses del capital monopolista financiero, en otras palabras, a Wall Street. De ahí que la política económica de Obama y la política en general, tengan siempre un sesgo favorable a estas fuerzas y en situaciones como estas sean sumamente contradictorias. Necesita mucho las contribuciones financieras de los millonarios, de ese 1%, que constituye el más poderoso componente dentro de las clase dominantes en los Estados Unidos, --por el papel decisivo que tiene el dinero en la política en ese país--, y a la vez trata de ser atractiva y por lo menos aceptable, para los más desposeídos, ese 99% según el mensaje de OWS, sin duda defraudados ante los resultados.
Los republicanos tienen también grandes obstáculos para derrotar a Obama, su propósito supremo, no solamente por el agotamiento del patrón de acumulación impulsado por la contrarrevolución conservadora de los años 80, sino por razón de las contradicciones y divisiones dentro de sus fuerzas en una sociedad profundamente desmembrada y con muy limitadas alternativas dentro del sistema. En teoría sería aconsejable aplicar políticas de gasto público, crear empleos mediante inversiones en infraestructura, programas educacionales y mayor cobertura de salud, pero la deuda y déficit hacen eso casi imposible, a lo que se suma el rechazo a tales políticas por el grueso de los conservadores estadounidenses. Se requeriría aumentar impuestos, sobre todo a las grandes fortunas y reducir los gastos, medidas recesivas en medio de gran debilidad económica que podría catalizar una nueva crisis económica. Alcanzar un balance en el diseño de política en este contexto resulta sumamente difícil, más aún con todas las divisiones y fragmentaciones existentes, tanto dentro de la clase dominante, al interior de los dos partidos principales que la representan y en el resto de la sociedad.
Están muy lejos los años de plenitud de la economía de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, de grandes superávit comerciales, de enormes reservas monetarias representadas en barras de oro, en los tiempos que el dólar estadounidense era tan bueno como el oro, de balances positivos respecto al resto del mundo, de poderosa industria exportadora, amplias posibilidades de empleo y ascenso en los niveles de ingreso y consumo de los hogares; en resumen, el ensanchamiento del tamaño y bienestar de las capas medias, la reducción de la pobreza y la realización del “sueño americano”, aunque fuera a costa de la pobreza y explotación de buena parte del resto del mundo, no parece estar ahora a la orden del día.
La actual economía norteamericana es incapaz de soportar la carga económica de una política tipo “New Deal”, ante las astronómicas deudas y déficit público y privado, que se requiere equilibrar, a menos que el gran capital, las grandes corporaciones transnacionales, acepten una importante reducción de sus ingresos, del rendimiento de sus ganancias y una modificación del patrón de acumulación del capital en una economía de libre movimiento de capitales a escala global, como se estableció y se ha mantenido hasta ahora con muy pocas modificaciones sustanciales.
La redistribución de los gastos, y entre estos disminuir las asignaciones al presupuesto de defensa, podría contribuir, pero también es un asunto muy sensible si finalmente la Comisión bipartidista creada al calor de la Ley de Control del Presupuestario no logra acuerdo antes de llegar a las fechas límites establecidas para los recortes obligatorios, tanto en programas de tipo social, como en gastos militares. Por ello, para elegir un candidato en los márgenes del sistema ante tales desequilibrios económicos y fragmentación política e ideológica, se requiere mucho más que magia y manipulación informativa.
El fenómeno se agudiza por la presencia del Tea Party, y su posición extrema derecha, casi fundamentalista, opuesta a la intromisión del gobierno con tintes libertarios, sumado a la presencia de diferentes corrientes religiosas como fuentes del conservadurismo y otros sectores conservadores tradicionales, más pragmáticos y realistas. Cada uno tiene visiones y propuestas un tanto distintas. Se trata de fuerzas muy difíciles de acomodar en la perspectiva electoral.
Además, ese hipotético candidato debe captar al menos una parte del resto de los electores para decidir la campaña política a su favor. En realidad resulta sumamente complejo elegir un aspirante a futuro presidente de los Estados Unidos que satisfaga medianamente tan disímiles intereses y posiciones ideológicas, en un momento histórico caracterizado por el quiebre del paradigma conservador de la desregulación monopólica y retraimiento del gobierno de la economía, y a la vez las limitadas condiciones materiales, políticas e ideológicas para sostener una opción alternativa liberal y de influencia keynesiana como existía en la década de 1950. Los Estados Unidos se encuentran en un momento histórico muy distinto, caracterizado por la declinación de su hegemonía y el debilitamiento relativo de sus baluartes económicos, aún siendo todavía la única gran super potencia global.
En medio de toda la turbulencia económica y política interna y externa, las manifestaciones de protesta frente a Wall Street fueron inicialmente silenciadas o minimizadas por los medios de información dominantes, seguramente porque el foco de sus ataques ha sido centrado en el principal centro de la economía de los Estados Unidos, en los poseedores del gran capital financiero, en sus mayores especuladores con resultados exitosos durante los años de la década de 1990 y hasta las dos crisis financieras y recesiones más recientes. Wall Street es símbolo de la grandeza y poderío de los monopolios transnacionales, sin duda la fuerza principal en las decisiones políticas de ese país, donde el dinero manda y su abrumadora mayoría está concentrada en esas pocas manos. Las mismas que controlan y dominan a los monopolios de la información supuestamente imparciales y profesionales y difunden más del 80% de toda la noticia y análisis difundido a escala mundial. Ese 1% poseedor de los grandes capitales norteamericanos, centrados en los últimos años en frenética especulación financiera, fueron los principales causantes del estallido de la más reciente crisis financiera en el 2007 y su antecesor directo en el año 2000, cuando el estallido de la burbuja especulativa asociada a las llamadas empresas.com.
Con el transcurso del tiempo, el movimiento de protestas originado en torno al símbolo de Wall Street ha comenzado a recibir apoyo de algunos sectores, no solamente de organizaciones tradicionales, capas medias gravemente afectadas por la crisis, estudiantes, desempleados, pequeños y medianos propietarios, e incluso algún millonario “ilustrado” y pragmático, como Warren Buffet, tan llevado y traído. Naturalmente, la abrumadora mayoría del sector de las grandes finanzas se siente mejor representado por aquellos que rechazan la “intromisión del gobierno”, favorecen los bajos impuestos a las mayores fortunas y dejan actuar al “mercado”, porque eso les permite incrementar sus ganancias. Por ello, es comprensible que el rechazo a las políticas de apoyo a los sectores de menores recursos venga precisamente de aquellos que se preocupan por la mayor radicalidad que puedan tomar estas manifestaciones y consideran con razón que sus beneficios serían afectados. Ello no niega que en determinada medida, con cierto pragmatismo, algunos grupos de la clase dominante estén dispuestos a tomar en cuenta propuestas de ajustes y estas sean incorporadas a una delicada mezcla resultante de políticas económicas, con ciertos ingredientes para paliar la situación de los sectores más afectados, empleando políticas de inspiración keynesiana.
El movimiento de Ocupa Wall Street tiene un sesgo que podría ser utilizado por Obama, al insistir que ha tratado de tomar medidas en beneficio de ese 1%, ha buscado crear empleos, ha pretendido regular la bolsa, pero no lo ha conseguido de manera suficiente, porque las fuerzas que se le oponen a tales políticas en el Congreso no lo han permitido. Esta estrategia de campaña ha sido ya objeto de críticas en tanto la propia administración demócrata justificó el apoyo a las grandes finanzas aprobando multimillonarias sumas para los banqueros monopolistas y especuladores, y ha transado el tema de los impuestos a los sectores de mayores ingresos para lograr consenso dentro de la clase dominante, siendo su política en la práctica ambivalente y contradictoria. Pero también el Partido Republicano ha presentado sus propuestas para enfrentar el desempleo, e incluso un candidato de cierta influencia liberal en el pasado como el ex Gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, trataría de captar algo de esas fuerzas con propuestas más o menos reales y efectivas, con empleo de los medios de comunicación instantáneos como “YouTube y “Twitter”, siguiendo la experiencia del propio Obama en el 2008, para reaccionar rápidamente ante mensajes o transmisiones televisivas de la oposición. Asimismo los republicanos en el Congreso han tratado de presentar iniciativas para aliviar el desempleo, contentivas de su particular inclinación política e ideológica conservadora.
Al tratar de dilucidar las causas de las protestas desfasadas del peor momento de la crisis económica, podría parecer un efecto de cierto “contagio” de los movimientos de protestas que se han desarrollado en otros países, como los indignados en España, u otras protestas en países de Europa, África y el Medio Oriente. ¿Tal “contagio” sería provocado por los avances en las comunicaciones, la televisión satelital, las redes sociales, Internet y los medios alternativos? Pudiera pensarse que el ya reconocido movimiento de OWS se ha debido a las experiencias aprendidas rápidamente de otras latitudes. No se puede negar la importancia de estos medios en el debate político actual, le otorga determinados rasgos, pero tampoco lo explica todo.
En otros momentos históricos, a finales de los años de la década de 1960 y los años 70 tuvieron lugar protestas de distinto alcance y profundidad en países y situaciones aparentemente tan distintas como Francia, México y los propios Estados Unidos. ¿Qué denominador común existe? En ambos momentos históricos el desarrollo del sistema de economía mundial, hegemonizado por el capitalismo había llegado a una situación de agotamiento del patrón de acumulación precedente. Tal condición se ha expresado en agudas contradicciones socioeconómicas, recesión, crisis financiera y todo ello ha conducido a un empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores más oprimidos y explotados económicamente. La pobreza, las injusticias y las desigualdades sociales se han manifestado con mayor virulencia y su repercusión en los jóvenes ha impulsado protestas contra esa situación. En cada país ha tenido y tendrá una expresión particular, pero el hilo conductor es la problemática económica y en este caso la crisis estructural del patrón de acumulación capitalista global instaurado desde finales de los años 70 del pasado siglo.
Estos momentos de fractura del sistema capitalista han sido acompañados por guerras imperialistas para redistribuir las riquezas a favor de los monopolios, como las actuales en Irak, Afganistán y la más reciente en Libia, supuestamente impulsadas por pretextos de “democracia” y “libertad”, para ocultar el renovado interés por el mejor y más barato acceso a los recursos energéticos no renovables y en rápido proceso de agotamiento.
No cabe duda que las protestas representan un paso importante en las luchas internas contra las manifestaciones más brutales del imperialismo norteamericano, en el centro del corazón económico y la especulación financiera global. Pero para avanzar, además de su mayor extensión y masividad, también debe definir objetivos y poseer un programa claro de lucha para alcanzar resultados concretos. Ello definiría a la larga el carácter de ese movimiento social, todavía un tanto difuso, si pretende la reforma o el cambio. Con frecuencia estos movimientos, en ausencia de un liderazgo y programa, quedan como un referente de procesos sociales inconclusos, o con resultados indirectos, dilatados y mediatizados mediante distintas vías hasta la cooptación.
En el caso de OWS, desde su denominación y el enunciado de algunas de sus consignas primarias, significa la oposición representativa de la mayoría de la sociedad norteamericana contra la actual fase parasitaria y especulativa del sistema financiero global, representada en el 1% de lo que en otro momento se ha llamado las “altas finanzas”, los especuladores financieros, divorciados de las economía real de los salarios, de los trabajadores productivos y de servicios, de los que esencialmente viven de su trabajo laborioso y no del juego en el casino de los mercados mundiales de capitales.
Lo novedoso en esta oportunidad es lo rápido que un patrón de acumulación capitalista, introducido en los Estados Unidos desde finales de los años 70 y los años 80 como parte del ascenso de la contrarrevolución conservadora se ha quebrado en un lapso de apenas tres décadas. La etapa del capitalismo monopolista transnacional y globalizado, dominada por las desregulaciones financieras y el dejar actuar a la magia del mercado controlado por monopolios transnacionales, está demostrando ser insostenible en la primera década del siglo XXI; y su ajuste y rectificación, aún dentro de los marcos del sistema, parece tener un espacio muy limitado, porque para ello las poderosas fuerzas económicas y políticas que rigen los destinos de ese país, su capital financiero especulativo global, debe aceptar reglas y medidas contrarias a la obtención de grandes ganancias en el corto plazo. En el trasfondo de la disputa por la presidencia de los Estados Unidos a finales del 2012 estarán estos y otros desafíos en medio de la actual encrucijada por la que atraviesa su sistema político y económico. La historia dirá la última palabra.

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