Enric Llopis.-¿Quién gana con el hambre de millones de personas en el mundo? A responder esta cuestión la Academia de Pensamiento Crítico de Socialismo 21 y El Viejo Topo ha dedicado su octavo taller, impartido por el ingeniero agrónomo y coordinador de la Cátedra Tierra Ciudadana de la Universidad Politécnica de Valencia, Sergio Escribano. “El hambre y la malnutrición no se deben a causas naturales, sino a un modelo agroalimentario controlado por las grandes multinacionales”, afirma Escribano. Laten en el fondo, por tanto, razones políticas.
Con las posibilidades de producción y distribución de alimentos que existe hoy, ¿Por qué no resuelve el problema de la desnutrición? “No se trata de razones técnicas”, sentencia Escribano. La ONU estimó en 2004 en 50.000 millones de dólares la cantidad anual necesaria para erradicar el hambre del planeta. Los países con mayores recursos se negaron a destinar esta suma a la FAO (organismo de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura) alegando indisponibilidad de fondos. Para hacernos una idea, “sólo la nacionalización de Bankia ha costado entre 10 mil y 15 mil millones de euros; es un verdadero escándalo”.
En la misma línea, Jean Ziegler, vicepresidente del Consejo Asesor de Derechos Humanos de la ONU y experto en la lucha contra el hambre y la pobreza, ha calificado recientemente en Madrid la problemática de la malnutrición de “masacre cotidiana” y “el escándalo de nuestro siglo”, porque, según afirma, la agricultura actual podría alimentar a 12.000 millones de personas, el doble de la población mundial: “Cada niño que muere de hambre es un niño asesinado; vivimos en un sistema caníbal, determinado por una violencia estructural”. Ziegler ha acompañado al coordinador federal de IU, Cayo Lara, en la presentación de una iniciativa parlamentaria en el Congreso de los Diputados para combatir el hambre en el planeta.
Pero la tragedia del hambre, según los analistas críticos, no debería plantearse de modo inconexo. “El mapa mundial de las hambrunas coincide con el de la pobreza, y no puede aislarse de la misma; de hecho, la desnutrición es una expresión más de la pobreza, como las enfermedades o el analfabetismo”, explica Sergio Escribano. La ONU y otros organismos aportan cifras desgarradoras: 1.200 millones de personas viven en la pobreza extrema (sobre una población mundial de 6.700 millones de habitantes); 1.020 millones de personas pasan hambre; 28.000 menores de edad fallecen diariamente a causa de la pobreza y sus efectos; mientras, 1.600 millones de adultos en el planeta padecen de sobrepeso.
¿A qué responden estos números escandalosos? Según Escribano, hoy, “la lógica neoliberal aplicada a la agricultura y la alimentación en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), de la que son responsables los países ricos y las grandes compañías, conducen directamente al hambre, la muerte, el éxodo rural y la degradación ambiental”. “Desde el origen del ser humano se han producido crisis alimentarias, pero nunca como hoy, y aquí reside la gran ignominia, se habían generado alimentos suficientes para abastecer a todo el planeta; la cuestión de fondo es que se conciben los alimentos como lisa y llana mercancía para el lucro privado; ello supone una vulneración del derecho a la alimentación de las personas”, añade.
Según la FAO, desde la década de los 70 hasta mediados de los 90 del siglo pasado, hay una tendencia a la reducción paulatina de la desnutrición. Pero a partir de 1995 se produce un cambio de ciclo, en parte, según el coordinador de la Cátedra Tierra Ciudadana, “porque es el año en que se crea la OMC y, en consecuencia, se liberalizan los mercados y el comercio de productos agrícolas”. En 2008-2009 se localiza uno de los grandes picos en las gráficas sobre el hambre en el mundo: son los años en que coinciden la crisis alimentaria y la financiera, con efectos devastadores: se alcanzan los 1.020 millones de habitantes desnutridos en el planeta.
A finales de 2000 el capital financiero busca refugio en la tierra, como nicho de inversión que le permita aligerar los efectos de la crisis. Se producen compras masivas de terrenos. Estados con capitales disponibles, como China o Arabia Saudí, también se apuntan a la compra de grandes extensiones. A ello se agrega otro factor: la creciente demanda de cereales y oleaginosas para la producción de agrocombustibles, un proceso detrás del cual se hallan asimismo grandes capitales especulativos (se compran grandes bolsas de cereales, que se mantienen en stock esperando el momento oportuno para la venta). Al final, son tendencias que convergen en un punto: el encarecimiento de la canasta básica y el aumento exponencial de las personas hambrientas.
En el mercado de futuros de Chicago se establecen los precios de referencia para los cereales a escala mundial. En esta plaza se ponen en contacto los grandes empresas productoras, que venden los derechos sobre la producción prevista (de ahí la denominación “mercado de futuros”), y las compañías demandantes, que muchas veces proceden de sectores ajenos a la agricultura y la alimentación. Lo decisivo es que los derechos adquiridos se pueden revender, sirven para especular y, sobre todo, fijan los precios de los cereales en el mercado internacional. “El precio de los alimentos no viene determinado, así pues, por los costes de producción, sino por mecanismos netamente especulativos”, apunta Escribano. Este proceso castiga severamente al pequeño campesino productor, que percibe finalmente una proporción mínima del precio de venta.
También hay en la actualidad un cambio en los hábitos alimentarios, de efectos sociales y ambientales muy serios. Asia y, fundamentalmente China, consume cada vez más productos cárnicos. Para hacerse una idea de la cuestión, Cantón –la tercera ciudad más populosa de China- gana cerca de un millón de habitantes anuales. Ahora bien, para producir una kilocaloría de pollo, son necesarias 5,6 Kilocalorías de vegetales; para una Kilocaloría de leche, otras 4,5 de vegetales. Podría inferirse de estas cifras que es un lujo comer carne. Según el coordinador de la Cátedra Tierra Ciudadana, “es por eso por lo que el gran capital financiero ha puesto sus garras en este negocio; de ahí el modelo sojero de países como Argentina o Brasil, muy intensivo en tecnología, capitales y altamente contaminante; sin esta producción de soja no podría alimentarse la cabaña ganadera que satisface la demanda humana de carne”.
En todo caso, añade Sergio Escribano, “el siglo XXI es el de la concentración del poder económico en toda la cadena alimentaria”. Se acaparan tierras (por parte de estados y grandes compañías), se monopoliza la producción de semillas y se concentra el comercio en unas pocas manos. Algunos ejemplos resultan sangrantes. Sudán es el primer país del mundo en volumen de tierras acaparadas (30 millones de hectáreas), mientras la población desnutrida oscila entre el 20 y el 30% del total. Fenómenos parecidos se producen en Zambia, Congo, Uganda y Pakistan, entre otros países. Las 10 principales compañías productoras de semillas controlan el 73% del comercio mundial (las tres mayores –las norteamericanas Monsanto y DuPont, y la suiza Syngenta copan más de la mitad del tráfico mundial de semillas).
¿Cómo romper con esta espiral de injusticia y violencia estructural? Escribano opina de manera rotunda: “Hay que poner en práctica la soberanía alimentaria; en occidente nos hallamos en una vulnerabilidad total; ¿Quién sabe en el estado español producir alimentos? Habría que enseñar a los niños en las escuelas como, por cierto, sucede en Cuba; países como Ecuador, Venezuela o Bolivia han incluido en sus constituciones disposiciones sobre la soberanía alimentaria. En España, hay parados de la construcción que han dirigidos sus ojos a la agricultura como fuente de empleo: es una manera interesante de volver a la economía real y productiva frente a la hegemonía de las finanzas”.
Pero la implementación de la soberanía alimentaria no se limita al ámbito global y político; “debe apelarse a la responsabilidad individual, ya que el poder del consumidor es en muchas ocasiones decisivo”. Una cena no demasiado sofisticada puede incluir una lata de espárragos (producidos en Perú o China); cerveza (con cebada cultivada en Holanda); papas denominadas “artesanas” (con aceite de baja calidad); manzanas (importadas posiblemente de Sudáfrica o Brasil); carne (a partir de ganado alimentado con soja brasileña o argentina) y merluza (de Chile o Angola), entre otros productos. La sartén (a lo mejor hecha con hierro de Serra Leona) podría sofreír los alimentos en una cocina que funcionara con gas natural argelino. “Hay que cuestionarse de una vez estos hábitos”, afirma Sergio Escribano. “Se trata de productos –incluidos los embalajes, plásticos y medios de transporte- extraídos de países con graves problemas de malnutrición”. Mirar el etiquetado: un pequeño camino por el que iniciar grandes cambios.
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