miércoles, 28 de diciembre de 2011

De Madre a Patria: Turbulencia


Foto: Nuestroclima.com


Michel Contreras.-“Tengo ganas de pintarle un conejo a Dara Yisel”. Eso es lo primero que me viene a la cabeza cuando el avión, en plena travesía sobre el Atlántico y a medianoche, empieza a sacudirse como si tuviera convulsiones.
Hasta ese momento, yo he sido uno de los contadísimos insomnes de este Boeing 767-300 de Air Europa. Este enorme aparato que, en viaje hacia Madrid, atraviesa una zona de severa turbulencia. Este gigante que se mueve como una marioneta junto a los corazones de sus (ahora) despiertos y agitados pasajeros.
Me imagino que sea por los nervios. Lo cierto es que se me ocurre ponerme a pintarle un conejo a mi hija pequeña, y después que dibujo los ojos echo mano del pan que mi madre, previsora, me ha puesto en la mochila. “Si me voy a joder, que sea lleno”, pienso mientras le hago las orejas al muñeco.
En el avión no hay pánico, pero advierto inquietud en las miradas. Hace un par de minutos pasó por mi lado una aeromoza, y todavía no vuelve de la cabina de la nave. “¿Irá a caer en el mar este portento?”, me pregunto, y enseguida concurren a mi mente las disertaciones de unos amigos que se la pasan entre que si Boeing, que si Airbus y que si Douglas Corporation, y me digo que eso me importa un coño y que “como hablan mierda esos dos viejos”, y que ahora lo único importante es que este pájaro metálico nos ponga vivitos y coleando en el aeropuerto de Madrid.

No sé por qué, pero juro que había tenido un mal presentimiento en estos días. Inclusive tomé un meprobamato antes de abordar, empeñado en que el sueño me venciera y pasara las horas de viaje en el reino (que no en brazos) de Morfeo.
Sin embargo, no ha servido de nada. A poco de subir a la aeronave empecé a ver cómo la gente caía rendida en sus asientos, y traté de imitarlos acudiendo a todos los mecanismos a mi alcance. Esto es, resolví algún que otro problema de un libro de ajedrez, escuché instrumentales, y hasta vi un fragmentico de Harry Potter II. Mas todo en vano.
Para colmo, el comandante Germán Rodríguez ha dicho que “el tiempo eztimado de vuelo zerá de ocho horaz y treinta y zinco minutoz”, de manera que faltan años luz por recorrer, y con este traqueteo en el avión haría falta -muchísima falta- acabar de ver tierra. Una tierra que se me antoja tan lejana como las ilusiones perdidas de la infancia.
Resignado, me pongo a divagar. Por ejemplo, reparo en que el mundo está repleto de personas con rostros espantosos -el primero en percatarse de eso fue mi colega Pepe-; y lamento que los asientos de aviones parezcan hechos para enanos, porque las rodillas se entumecen con tanta apretadera; y me jode que el pasajero más cercano a mí se haya gastado tantos euros en tatuajes y ninguno en aprender un poquito de idiomas extranjeros, para que ahora podamos decirnos unas cuantas mentiras entre tanto el Boeing 767-300 de Air Europa amenaza con ser polvo en el viento de la noche.
“Io no parlo inglese ni españolo”, me ha dicho, y parece haberle ido cogiendo el gustico a la desgracia en ciernes, porque se recuesta a la ventana con la misma expresión complacida y soñolienta del Sleepy de los hermanos Grimm.
No hay remedio. Todo, en verdad, es muy aburrido. Por allá, en la pantalla, Harry se desgasta haciendo Potteradas, las aeromozas siguen de un lado a otro con sus sonrisas predeterminadas, y ante mí, un papel plastificado me recuerda que no puedo fumar, y que debo hacer esto y aquello, y que nadie se atreva a encender un celular, y no sé qué, y no sé qué más. Terrible.
“La culpa, concluyo, es de Da Vinci, por su capricho con los planeadores, de los hermanos Wright y de Santos Dumont, que más tarde le hicieron el jueguito. Y de Rubiera, que no dijo nada sobre las turbulencias de esta noche en las capas altas de la atmósfera. Y mía, que me subí en el traste éste. Y de mi hermana, por invitarme a España. Y de este italiano cabezón que nada más sabe de tatuajes”…
Eso pienso mientras me voy quedando adormilado. El avión se sacude a cada rato, pero los ojos, afortunadamente, se me cierran. Menos mal. Que Dios y la aeronáutica me guarden.

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