Arturo D. Villanueva Imaña.-El pasado 16 de marzo en una noticia por demás sugerente, pero al mismo tiempo muy escueta, el periódico Página Siete de La Paz, Bolivia, daba cuenta que el Presidente Evo Morales en visita realizada a su homólogo Juan Manuel Santos de Colombia, señaló que: “el ambientalismo es una nueva forma de colonialismo(…)”. Esta misma afirmación ha sido reiterada por el presidente Evo Morales, pocos días antes de asistir a la Conferencia Mundial de Rio +20
Esta definición tan corta, pero al mismo tiempo tan precisa y de profunda significación; ciertamente entraña no solamente los nuevos desafíos que se plantean en el mundo moderno sobre la forma cómo debe encararse el desarrollo, la forma de relacionamiento del hombre con la naturaleza y las nuevas formas que adquiere la dominación y explotación capitalista, sino que también contiene los dilemas y encrucijadas a las que se enfrentan procesos de cambio y transformación como el de Bolivia, en un escenario en el que aún predominan visiones y enfoques neoliberales y proimperialistas.
En vista de lo escueto de la noticia y la ausencia de mayores elementos de juicio y contextualización sobre la definición planteada por el presidente Evo Morales, evidentemente se pueden realizar diverso tipo de interpretaciones y suposiciones acerca de lo que verdaderamente quiso decir.
Asumiendo que la definición realizada estaba dirigida a aquellos movimientos de países occidentales del norte, foros internacionales y consejos mundiales (que junto a representantes gubernamentales suelen incluir los de las empresas transnacionales), y no a los movimientos sociales, populares y de pueblos indígenas de los países del sur que han emprendido luchas en defensa de la Madre Tierra y los derechos de los pueblos indígenas; entonces podríamos señalar que el presidente Evo Morales tenía razón y, además, estaba planteando una tarea por abordar que, como él mismo dijo, “debemos debatir (…) con claridad ante nuestros pueblos y, de esta manera, superar los problemas que tenemos”.
Ahora bien, cuando afirmo que el presidente Evo Morales tenía razón al decir que “el ambientalismo representa el nuevo colonialismo”, entiendo que el ambientalismo al que hace referencia, corresponde a aquella lógica mercantil que propone la denominada economía verde. Es decir, hace referencia tanto a la lógica de mercantilización de los recursos naturales que es acorde a los intereses extractivistas de las empresas transnacionales que están interesadas en continuar la explotación de la naturaleza para satisfacer sus objetivos de acumulación y enriquecimiento, así como a un enfoque (método) para establecer una forma de relacionamiento con la naturaleza, que no es precisamente de armonía para Vivir Bien.
Por otra parte, si se tratase de asociar este tipo de ambientalismo con el posicionamiento y las demandas que por ejemplo sostienen los pueblos indígenas y las organizaciones populares que defienden el TIPNIS y rechazan la construcción de una carretera que cruce por su núcleo; entonces el razonamiento no sería el correcto, puesto que las organizaciones que han formado parte de la VIII Marcha Nacional, ha rechazado precisamente ese enfoque desarrollista, mercantil y extractivista, para plantear alternativamente la defensa y protección de los recursos naturales, los derechos de la Madre Tierra y los suyos propios. En todo caso, ese ambientalismo de la economía verde, la mercantilización de los recursos naturales y el extractivismo que son base de una nueva forma de colonización, correspondería a las organizaciones del CONISUR que respaldaron la aprobación (extemporánea) de la ley de consulta que finalmente se aprobó.
Veamos las razones de este razonamiento. En realidad el ambientalismo como nueva forma de colonialismo, corresponde al enfoque del desarrollismo extractivista que, arguyendo razones de un supuesto manejo responsable de los recursos naturales, pretende mantener la lógica de explotación y mercantilización de los mismos, en correspondencia a los intereses transnacionales capitalistas. Es más, el ambientalismo de la economía verde actúa hipócritamente, porque al mismo tiempo de preocuparse por impulsar campañas nacionales (e inclusive mundiales) para cambiar focos de luz o dejar de utilizar envases y bolsas de plástico, se rasga las vestiduras cuando se trata de cumplir los controles ambientales sobre las inversiones o las exportaciones, o cuando debe dar cumplimiento y garantizar el ejercicio del derecho de consulta y participación de los pueblos indígenas. Una secuela de este enfoque y de esta política, es que (bajo los argumentos antedichos) no solo reprime las protestas sociales que plantean la defensa de los derechos de la Madre Tierra, sino que los criminaliza al derivar los actos de represión en juicios contra sus dirigentes y líderes.
Este tipo de ambientalismo hipócrita, está estrechamente asociado al desarrollismo neoliberal y extractivista que impulsa y promueve el emprendimiento de mega obras de ingeniería hidráulica, de transporte, comunicaciones y de explotación de recursos naturales hidrocarburíferos y mineros. Fomenta el desarrollismo basado en la inversión de capitales transnacionales y la construcción de obras de envergadura elefanteásica, sobre la base del ofrecimiento de facilidades a la inversión, pero que implican reducir (o inclusive anular) las exigencias ambientales y conculcar los derechos socioambientales y de los pueblos indígenas. Es decir, que al mismo tiempo de adoptar como panacea el desarrollismo y la industrialización a ultranza, como supuesto paso indispensable para lograr el desarrollo y la viabilidad nacional, en realidad lo que hace es favorecer el extractivismo (vía el ofrecimiento de facilidades a la inversión) y, lo que es mucho peor, hipotecar la soberanía nacional y acrecentar los lazos de dependencia del capital transnacional. Menor favorecimiento a esta nueva forma de colonialismo no sería posible.
Parece como si hubiésemos asimilado tan profundamente aquella idea por la que al permanecer como proveedores de materias primas, íbamos a perpetuar la subordinación y dependencias tan características de nuestra pobreza y subdesarrollo, que hemos perdido de vista que aquella industrialización y sustitución de la matriz primario exportadora que tanto se desea, bien podría constituir la nueva y moderna forma de reforzar al capitalismo y los lazos de dependencia y subordinación al capital transnacional que debería constituir, ese sí, el eslabón de la cadena de opresión y colonialismo por romper. En otras palabras, parecería que aún no hemos imaginado proyectos de desarrollo alternativos al extractivismo y la industrialización a ultranza.
Parece olvidarse que la panacea del desarrollismo y la industrialización corresponden a una tarea del nacionalismo populista de los años 50 y del nacionalismo antidemocrático de los años 70, que actualmente (dadas las circunstancias internacionales y el escenario mundial de la economía y las finanzas) tendría una muy dudosa ventaja económica, que puede ser claramente cuestionable si se toma en cuenta los graves y profundos daños sociales, ambientales y políticos (dependencia de las transnacionales y pérdida de soberanía), que se pueden advertir.
Por eso se afirma que el presidente Morales tiene razón cuando señala este nuevo riesgo y esta nueva expresión de la dominación imperialista del capitalismo, que se disfraza tras un ropaje ambientalista; pero al mismo tiempo, también debe constituir en el argumento fundamental para actuar en consecuencia y liberar al proceso de cambio de la total incongruencia que significaría continuar sosteniendo criterios desarrollistas, y llevar contra viento y marea la construcción de la carretera por el TIPNIS, en vista de las consideraciones e implicaciones antedichas.
Arturo D. Villanueva Imaña. Sociólogo, boliviano. Cochabamba – Bolivia.
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