Ojai, 1944
Pregunta: Mi hijo fue muerto en la guerra. Tengo otro hijo de doce años y no quiero perderlo a él también en una nueva guerra. ¿Cómo se la podrá evitar?
Krishnamurti: Estoy seguro que esta misma pregunta ha de hacerla toda madre y todo padre a través del mundo. Es un problema universal. Y yo me pregunto, a mi vez, qué precio los padres estarán dispuestos a pagar para impedir otra guerra, para evitar que sus hijos sean asesinados, para impedir estas aterradoras matanzas de hombres; qué quieren exactamente decir cuando afirman que aman a sus hijos, que la guerra debe ser evitada, que tiene que haber fraternidad, que hay que encontrar algún medio de poner fin a todas las guerras.
Para crear nuevas formas de vida tendrá que operarse un cambio revolucionario en nuestro pensar-sentir. Habrá otra gran guerra, forzosamente la habrá, si continuamos pensando en términos de nacionalidades, de prejuicios raciales, de fronteras económicas y sociales. Si cada uno de nosotros considera realmente en el fondo de su corazón, lo que hay que hacer para impedir una nueva guerra. Verá que tiene que dejar de lado toda idea de nacionalidad, la religión particular a que pertenezca, su codicia y su ambición. Si esto no se lleva a efecto, habrá una nueva guerra, pues estos prejuicios y el pertenecer a tal o cual religión son tan sólo expresiones externas de la ignorancia, del egoísmo, de la mala voluntad y de la concupiscencia.
Me responderéis, sin duda, que tomará demasiado tiempo la transformación de cada uno de vosotros y el convencer a todos vuestros semejantes en el mismo sentido; que la sociedad no está preparada para recibir esta idea; que a los políticos no les interesa; que los dirigentes son incapaces de concebir un gobierno o Estado mundial sin soberanías separadas. Diréis probablemente que sólo un proceso evolutivo producirá gradualmente el cambio necesario. Si le respondieseis de ese modo a un padre cuyo hijo está destinado a morir en una nueva conflagración, y si él quiere realmente a su hijo, ¿creéis que hallaría alguna esperanza en este proceso evolutivo gradual? Lo que quiere es salvar a su hijo, y por eso pregunta cuál es el medio más seguro de terminar con todas las guerras. No podrá quedar satisfecho con vuestra teoría de la evolución gradual. ¿Esta teoría evolucionista de la paz progresiva es verdadera o la hemos inventado para racionalizar nuestra pereza, la tendencia egoísta de nuestro pensar-sentir? ¿No es acaso una teoría incompleta, y por lo tanto falsa? Se nos ocurre que tenemos que atravesar todas las etapas: la familia, el grupo, la nación, la sociedad internacional, para alcanzar tan sólo en última instancia la paz. En ello hay una tentativa de justificar nuestro egoísmo y estrechez de miras, nuestro fanatismo y nuestros prejuicios; en vez de eliminar resueltamente el peligro que nos acecha, inventamos una teoría del desarrollo progresivo y a ella le sacrificamos la felicidad de las demás y de nosotros mismos. Si aplicamos nuestra mente y corazón, empero, a curar la enfermedad mortal de la ignorancia y del egoísmo, crearemos un mundo sano y feliz.
No tenemos que pensar y sentir horizontalmente, por así decirlo, sino verticalmente. Veamos lo que ello significa. Hasta ahora y con la idea de que eventualmente se llegará a un paraíso sobre la tierra, nuestro pensamiento ha concebido un proceso gradual de evolución, de lento esclarecimiento a través del tiempo, siguiendo una corriente de conflictos y miserias sin fin, de asesinatos en masa y de treguas llamadas “paz”. ¿Por qué, en vez de pensar y sentir a lo largo de esos senderos horizontales, no habríamos de pensar verticalmente? ¿No podríamos zafarnos de la continuación horizontal del desorden y las luchas, y pensar-sentir de nuevo, alejándonos de todo eso, sin el sentido del tiempo, es decir, verticalmente? Dejando de pensar en términos de evolución, lo cual tiende a racionalizar nuestra pereza y continua postergación, ¿no podríamos pensar-sentir directamente, simplemente? El amor de una madre la lleva a sentir directa y simplemente, pero su egoísmo, su orgullo nacional y otros factores contribuyen a que piense y sienta horizontalmente, en términos de evolución gradual.
El presente es lo eterno; ni el pasado ni el futuro pueden revelarlo Sólo a través del presente se realiza Aquello que es, independientemente del tiempo. Si deseáis realmente salvar de otra guerra a vuestros hijos, y por consiguiente a la humanidad, habréis de pagar el precio que corresponde: dejar de ser codiciosos y mundanos y no tener mala voluntad hacia ningún ser. La concupiscencia, la mala voluntad y la ignorancia, en efecto, engendran conflictos, desorden y antagonismos; nutren el nacionalismo, el orgullo y la tiranía de la máquina. Sólo si estáis dispuestos a libraros de la sensualidad, de la mala voluntad y de la ignorancia, salvaréis a vuestros hijos de una guerra. Para lograr la felicidad del mundo, para poner término a estos asesinatos en masa, tiene que producirse una completa revolución en los espíritus. Ella nos traerá una nueva moral que no se basará en valores sensuales sino en la liberación de toda sensualidad, mundanalidad y ansia de inmortalidad personal.
Pregunta: Yo tenía un hijo que murió en la guerra actual. El no quería morir. Quería vivir para impedir que este horror llegase a repetirse. ¿Tengo yo la culpa de que haya muerto?
Krishnamurti: Todos nosotros tenemos la culpa de que continúen los horrores actuales. Son el resultado externo de nuestra diaria vida interna, de nuestra diaria vida de codicia, mala, voluntad, sensualidad, competencia, afanes adquisitivos y religión especializada. La culpa es de todos los que, entregándose a estas fuerzas, han engendrado esta espantosa calamidad. Es porque somos individualistas, nacionalistas, apasionados, por lo que cada uno ha contribuido a este asesinato en masa. Se os ha enseñado a matar y a morir, pero no a vivir. Si de todo corazón aborrecieseis las matanzas y la violencia en cualquiera de sus formas, encontraríais el medio de vivir pacífica y creadoramente. Si éste fuese vuestro fundamental interés, os pondríais a averiguar dónde están las causas, los instintos, que engendran la violencia, el odio y los asesinatos en masa. ¿Os anima ese interés total y apasionado en suprimir la guerra? Si la respuesta es afirmativa, tendréis que arrancar de vosotros mismos los motivos que inducen a emplear la violencia y a matar no importa la razón que se de para ello. Si deseáis acabar con las guerras, tendrá que producirse una revolución íntima y profunda de tolerancia y compasión; entonces vuestro pensar-sentir tendrá que librarse del patriotismo, de la codicia, de toda identificación con determinados grupos y de todas las causas que engendran enemistad.
Una madre me dijo una vez que el abandono de todas esas cosas no sólo sería extremadamente difícil, sino que provocaría una gran soledad y terrible aislamiento, insoportables para ella. ¿No era ella, entonces, también responsable de estas indescriptibles desgracias? Algunos de vosotros tal vez concuerden con ella; y de ser así, con vuestra pereza e irreflexión estaríais echando leña a la hoguera siempre creciente de la guerra. Si, por el contrario, intentáis seriamente desarraigar de vosotros las causas íntimas de enemistad y violencia, habrá paz y regocijo en vuestro corazón, lo que surtirá inmediato efecto en torno vuestro.
Tenemos que reeducarnos para no asesinar, no liquidarnos los unos a los otros por causa alguna, por más justa que ella parezca para la felicidad futura de la humanidad, ni por ideología alguna por más prometedora que ella sea; nuestra educación no tiene que ser meramente técnica, pues ello inevitablemente engendra crueldad, sino que debe enseñarnos a contentarnos con poco, a ser compasivos y a buscar lo Supremo.
La prevención de estos horrores y destrucciones siempre en aumento depende de cada uno de nosotros; no de tal o cual organización o plan de reforma, ni de ninguna ideología, ni de la invención de mayores instrumentos de destrucción, ni de ningún jefe o dirigente, sino de cada uno de nosotros. No creáis que las guerras no pueden evitarse partiendo de una base tan humilde e insignificante; una piedra puede alterar el curso de un río. Para llegar lejos tenemos que empezar cerca. Para comprender el caos y la miseria mundiales, tendréis que entender vuestra propia confusión y dolor, pues de éstos provienen los más vastos problemas del mundo. Y para entenderos a vosotros mismos tendréis que manteneros constantemente en estado de conciencia alerta y meditativa, lo cual hará surgir a la superficie las causas de violencia y de odio de codicia y ambición; estudiando dichas causas sin identificación, el pensamiento las trascenderá. Nadie, salvo vosotros mismos, puede conduciros a la paz. No hay más jefe ni sistema que pueda poner término a la guerra, a la explotación y a la opresión, que vosotros mismos. Sólo con vuestra reflexión con vuestra compasión y con el despertar de vuestro entendimiento, podrá establecerse la paz y la buena voluntad.
Ojai, 1945‑46
Pregunta: Estas guerras monstruosas claman por una paz duradera. Todos hablan ya de una tercera guerra mundial. ¿Ve usted la posibilidad de evitar esta nueva catástrofe?
Krishnamurti: ¿Cómo podemos esperar evitarla cuando los elementos y valores que causan la guerra continúan? ¿Ha producido algún profundo cambio fundamental en el hombre la guerra que apenas acaba de pasar? El imperialismo y la opresión mantienen aún su señorío, tal vez hábilmente disimulado; continúan los estados soberanos separados; las naciones maniobran encaminadas a nuevas posiciones de poder; el fuerte todavía oprime al débil; la elite dirigente explota todavía a los dirigidos; los conflictos sociales y de clases no han cesado; los prejuicios y odios arden por todas partes. Mientras el sacerdocio profesional con sus prejuicios organizados justifique la intolerancia y la liquidación de otro ser por el bien de vuestro país y la protección de vuestros intereses e ideologías, habrá guerra. En tanto que los valores sensorios predominen sobre el valor eterno, habrá guerra.
Lo que vos sois eso es el mundo. Si sois nacionalista, patriota, agresivo, ambicioso, codicioso, sois entonces la causa de conflicto y guerra. Si pertenecéis a alguna particular ideología, a un prejuicio especializado, aun si se le llama religión, seréis entonces la causa de contienda y miseria. Si estáis enredado en valores sensorios habrá entonces ignorancia y confusión. Porque lo que sois es el mundo; vuestro problema es el problema del mundo.
¿Habéis cambiado fundamentalmente a causa de esta catástrofe presente? ¿No seguís llamándoos americano, inglés, indo, alemán y así sucesivamente? ¿No codiciáis todavía posición y poder, posesiones y riquezas? El culto se convierte en hipocresía cuando estáis cultivando las causas de la guerra; vuestras oraciones os conducen a la ilusión si os entregáis en brazos del odio y la mundanalidad. Si no borráis en vos mismo las causas de enemistad, de ambición, de codicia, entonces vuestros dioses son dioses falsos que os llevarán a la miseria. Sólo la buena voluntad y la compasión pueden traer orden y paz al mundo y no los pactos políticos y las conferencias. Debéis pagar el precio de la paz. Debéis pagarlo voluntaria y dichosamente y ese precio es estar libre de concupiscencia y mala voluntad, mundanalidad e ignorancia, prejuicio y odio. Si hubiese tal cambio fundamental en vos, podríais contribuir a la existencia de un mundo pacífico y sano. Para tener paz debéis ser compasivo y reflexivo. Podréis no ser capaces de evitar la Tercera Guerra Mundial, pero podéis libertar vuestro corazón y mente de la violencia y de las causas que producen la enemistad e impiden el amor. Entonces en este mundo de obscuridad habrá algunos que sean puros de corazón y mente y de ellos tal vez venga a nacer la semilla de una cultura verdadera. Purificad vuestro corazón y mente, porque sólo por vuestra vida y acción puede haber paz y orden. No os perdáis y quedéis confusos dentro de las organizaciones, sino manteneos por completo sólo y sencillo. No busquéis meramente evitar la catástrofe, sino más bien que cada uno desarraigue profundamente las causas que alimentan el antagonismo y la contienda.
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