El 17 de mayo del 2012 en Maribor (Eslovenia), los condecorados con el Premio Nobel de la Paz reflexionaron acerca de la justicia y de la solidaridad global, conceptos valientes y de hermosa resonancia que, en la práctica, son a menudo mal entendidos: la impunidad todavía hace sombra a la justicia, y la solidaridad aún se confunde con el asistencialismo a las víctimas. Tuve entonces la oportunidad de hablar con Rigoberta Menchú Tum acerca de su testimonio Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, que este año será publicado por primera vez en esloveno por la editorial *cf. El libro fue escrito en la época de las dictaduras militares en Guatemala y América Latina, mientras que su traducción al esloveno coincide con el proceso histórico contra el general Efraín Ríos Montt. La justicia que no habita en los tribunales está ofendida por los miles de testimonios similares al de Rigoberta que todavía permanecen silenciados, todos ellos dolorosos testimonios de familiares y compañeros de los torturados, de los desaparecidos y asesinados en masacres que recuerdan a las de los primeros años de la conquista española. La traducción de este libro es una pequeña contribución más, una pieza en el mosaico de la solidaridad global con las luchas de los pueblos indígenas.
En 1992, Rigoberta Menchú recibió el Premio Nobel de la Paz por su incansable labor en el campo de los derechos humanos, y en los años 2007 y 2011 fue candidata presidencial en Guatemala. En la entrevista, por lo tanto, hizo referencia a los cambios que ella, una indígena rebelde, ha experimentado al convertirse en una personalidad reconocida y en una figura pública expuesta a las críticas. Habló también de los problemas que ha encontrado, de la importancia de la memoria histórica, de la crisis actual, de las estrategias políticas mayas y, por último, de sus propuestas para la nueva generación de activistas.
Su testimonio alcanzó a las masas, sensibilizó a la opinión pública internacional, entró en las universidades. ¿Con qué obstáculos se encuentra la mujer indígena cuando quiere contar públicamente su historia?
Bueno, primero decir que me siento orgullosa del libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia porque fue el único testimonio que pudo materializarse en un texto en el momento que ocurrían las atrocidades más extraordinarias en Guatemala. La mayoría de los testigos eran perseguidos y murieron con su historia, no pudieron hablar, no pudieron decir sus nombres. Por otra parte, es un libro testimonial, no de análisis. Hay una tremenda diferencia entre un libro analítico o académico y un libro testimonial. Por eso este libro cambió la percepción del género en la Academia y rompió el tabú de que los testimonios no valían como documentos científicos. Es obvio que el libro se enfrenta a una cantidad de estereotipos, sobre todo los estereotipos occidentales de la antropología egocentrista. Cuando de pronto un maya habla dando su testimonio, en su dolor se expresa el sabor de una cultura milenaria. Ningún antropólogo del mundo podría inventar ese sabor milenario que solamente se transmite de generación en generación en una civilización perseguida durante largos años. En repetidas ocasiones he tenido la oportunidad de defender mi libro y lo he defendido con todo honor.
El libro se ha encontrado con grandes dificultades porque, además de ser un testimonio, reclamaba verdad y justicia. Quiero que mi verdad sea reconocida y quiero que sea reconocida con justicia. Esto me ha llevado a un proceso penal, me ha llevado a la política, me ha llevado a vincular la memoria de Rigoberta Menchú con la memoria del genocidio, del etnocidio, del feminicidio que se cometió en Guatemala y que se ha cometido en muchas partes del mundo. Por ello el libro planteó el tema de la memoria histórica en Guatemala.
¿Podría hablarnos sobre el pasado y el presente, sobre qué ha cambiado desde los tiempos de las dictaduras militares hasta hoy en día y qué permanece igual? Vemos que la represión severa en Guatemala, México, Honduras y muchos otros países latinoamericanos continúa. Pero también continúan las luchas. ¿Qué deberíamos aprender de ellas?
Lo primero que cambió fue mi condición. Pasé a ser una mujer exitosa, premio Nobel de la Paz, una mujer líder tanto en el campo espiritual como en el social, y por otra parte considero que ahora tengo más espiritualidad maya que la que tenía en aquellos años cuando era joven, ahora entiendo el sagrado calendario maya y más cosas de mis ancestros que antes, por lo que en mi propia experiencia hay muchos elementos nuevos. Pero lo más importante es que todo lo que he vivido no me convierte en víctima, y jamás permitiría que se convierta en víctimas a los otros actores de primera línea del dolor.
En cuanto a lo que ha cambiado en Guatemala, creo que han cambiado muchas cosas. Nosotros tenemos aproximadamente cincuenta y cinco mil expedientes de quienes sufrieron el genocidio, la tortura, la desaparición forzada, la humillación como seres humanos... Expedientes dolorosos que son el testimonio impactante de ese país. Por lo tanto, el libro es apenas una pequeña ventana frente a lo que ya logramos documentar en estos veinte años en los que hemos trabajado para recuperar la memoria. En este proceso han hablado miles de personas y para mí es un honor que mi testimonio haya sido un granito de esa memoria.
Hay cambios positivos, por ejemplo, que la espiritualidad maya hoy ya no se practica en secreto, hemos logrado que por ley se respete y ya no tenemos que escondernos. Nuestros idiomas ya son oficiales, y por lo tanto nuestra historia empieza a ser oficial. También nuestra juventud vive hoy en un ambiente más libre y con más posibilidad de tener conciencia. Y finalmente, nos hemos preocupado por manejar nuestro sagrado calendario maya que es la guía más importante de nuestro futuro.
Sin embargo, hay cosas que no han cambiado. A pesar de que ya no vivimos la guerra, todavía tenemos miedo. Guatemala sigue viviendo el miedo al retorno de la represión, el militarismo y la dictadura. Y por ello a veces a la gente le cuesta reaccionar. Te cuesta accionar. Además, en muchas áreas sigue habiendo extrema pobreza y hambre, incluso hay zonas que se han empobrecido desde los tiempos en los que crecí con mis padres, cuando yo era niña. Hay lugares donde el analfabetismo es más impresionante y brutal que en esos años. O sea que el sistema capitalista no ha supuesto una vida mejor para nuestra gente. Se han idealizado mucho los acuerdos de paz, pero no se trataba de hacer la paz y mantenerla como tal, porque la paz debe consistir también en tener qué comer y tener trabajo y oportunidades. Por lo tanto, las libertades siguen siendo limitadas en Guatemala. Desafortunadamente el racismo como esquema mental, como esquema estructural, como esquema institucional y como esquema social, no ha cambiado. La lucha contra el racismo, contra la discriminación, contra la exclusión y la marginación siguen siendo nuestras banderas importantes.
Me gustaría preguntarle sobre el tema de la impunidad. ¿Cuál es la relación entre la impunidad y el poder político en Guatemala y América Latina? ¿Cómo es posible que en Guatemala el año pasado tomara el poder Otto Pérez Molina? Y también, ¿qué espera del juicio a Efraín Ríos Montt y otros militares asesinos responsables de crímenes de lesa humanidad?
Una buena noticia es que hace una semana se inició la apertura del juicio público de la masacre de la Embajada de España. De ello se habla en el libro en el que un abusivo antropólogo norteamericano afirma que lo que yo decía no era verdad porque el creía que mi padre había sido quemado con kerosén y yo creía que había sido quemado con fósforo blanco. He esperado treinta y dos años para que por fin esta discusión comparezca en un tribunal. El tribunal, por supuesto, no es maya sino que es un tribunal occidental, pero por lo menos tengo la posibilidad de demandar a los responsables de la masacre de la Embajada de España.
Igualmente han prosperado las demandas que he puesto en la Audiencia Nacional de España. Usted sabe que desde el año noventa y nueve tengo abierto un juicio en España contra el genocidio, el etnocidio y lo que ahora ya se califica también de feminicidio, o sea la agresión contra las mujeres. Estos juicios han abierto una lucha frontal contra la impunidad porque lo cierto es que muchos de los que están actualmente en el poder deberían de estar en la cárcel en lugar de en el poder, pues hay crímenes muy concretos que los señalan.
Sin embargo, el régimen de impunidad continúa, y creo que va a continuar mientras los ciudadanos no nos atrevamos a comparecer, a demandar, a hacer tres trabajos que yo he hecho durante toda mi vida: primero, la investigación científica. No se puede acusar a un genocida, a un militar, solo por ocurrencia, sino que hay que probar los delitos que ha cometido. Segundo, la batalla política para interpretar la doctrina jurídica, no solo el derecho nacional sino la doctrina internacional penal. Y tercero, la lucha social en demanda por un juicio justo, porque contra la impunidad tampoco es posible luchar solito, hay que luchar socialmente, que es lo que nosotros hemos hecho, nos hemos juntado las viudas, los huérfanos, los sobrevivientes y familias enteras para investigar y hacer exhumaciones. Es doloroso abrir una fosa común, doloroso, pero lo hemos hecho.
Por tanto, aunque no haya justicia y la impunidad continúe, la recuperación de la memoria histórica en Guatemala es nuestra ganancia. Estoy satisfecha de lo que hemos hecho porque yo no soy impartidora de justicia, solamente he evidenciado que la justicia no funciona. El problema es que la pobreza es enorme y en Guatemala se compran muchos votos. Yo no puedo decirle a un ciudadano que no venda su voto cuando está pasando hambre. Cuando un candidato compra el voto de ese ciudadano con dinero procedente del narcotráfico o del crimen organizado, el ciudadano no pregunta de donde viene el dinero sino que espera resolver una necesidad inmediata. Por eso lo que estamos viviendo es una crisis global, pero no vamos a permitir que vuelvan a hacer lo que han hecho con otros pueblos. Nuestra lucha hoy por mantener la paz es no permitir que vuelva el genocidio, no permitir que vuelvan las masacres, la intolerancia y el autoritarismo. Debemos mantenernos vigilantes porque somos custodias de lo que hemos avanzado.
Por un lado están el miedo, la represión, el terror de estado – desde las políticas conservadoras hasta las políticas abiertamente fascistas. Por otro lado, están las políticas liberales y su modelo de ‘libre mercado más democracia’, y también las políticas reformistas que incluso recurren a las consignas de las luchas contra el racismo y la discriminación, pero cuya práctica demuestra que tampoco harán vacilar al capitalismo. ¿Qué opina sobre los nuevos gobiernos progresistas? ¿Cuáles son los problemas y desafíos que encuentran los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, El Salvador? ¿Cuál es allí la autonomía de los movimientos sociales y cuál es la situación de los pueblos indígenas y su acceso a las decisiones estratégicas?
La verdad es que todavía en América Latina, o en América en general, hay dos sistemas en pugna: el sistema ancestral, el de nuestros antepasados, y el sistema occidental. Nosotros nos hemos convertido en árbitro entre uno y otro, hemos intentado crear un puente entre los dos, pero no ha sido fácil, y por eso no soy idealista en cuanto a que los pueblos indígenas logren su emancipación. Aunque haya un régimen más progresista o menos progresista, siguen habiendo problemas porque se trata de dos ideologías, dos filosofías y dos sistemas que se enfrentan. Dado que la visión y la esencia de las civilizaciones ancestrales es su profunda relación con la tierra, ésta es el principal problema en América Latina. Vienen unos señores con la pretensión de usurpar estas tierras para sacar oro, plata, petróleo... pero la gente, por constitución ancestral, no permite que les sean usurpadas, pues a veces incluso se trata de lugares sagrados que tienen una función espiritual.
Hay un problema bastante complicado que es el de la minería, el petróleo y todos aquellos recursos que los occidentales llaman recursos naturales y que nosotros llamamos nuestros bienes materiales, o nuestros bienes en general. Si tuviéramos capacidad para abordar la crisis a lo mejor podríamos encontrar una solución, y creo que esto es lo que está tratando de batallar Evo Morales en Bolivia, tratando de ver cómo y hasta dónde puede haber compatibilidad entre la ociosidad que busca occidente y la ociosidad que buscan las culturas ancestrales.
Otro problema es que nosotros no manejamos las corporaciones que maneja occidente: no hemos sido banqueros, no hemos sido empresarios, no hemos acumulado riquezas a base de diamantes y oro, y por ello nos han excluido totalmente de la administración pública y las políticas públicas son dirigidas siempre por otros, no por nosotros. De ahí viene la demanda de nuestra inclusión en la toma de decisiones, o sea, que nos permitan decidir sobre aquellos asuntos que conciernen a nuestro sistema ancestral. Por eso, para no quedar al margen de los procesos electorales, por primera vez en la historia de Guatemala tenemos un partido maya.
Nuestro partido empezó a fundarse hace ocho años y nos ha llevado todo ese tiempo poder cumplir los requisitos de occidente para ser un partido que en sí mismo no es maya, pero que está integrado por mayas, pues el noventa y seis por ciento de los fundadores de Winaq somos mayas. Esta cuestión me ha valido muchas críticas, se me ha preguntado por qué Rigoberta está fundando un partido, no necesita ni tiene que meterse en política, la política es criminal, es sucia, es… Sí, es sucia, pero, después de tres tentativas de partido político maya en Guatemala que fueron aniquiladas, para mí Winaq es el primer intento logrado. Esta vez hemos conseguido tener un partido que va a entrar en el Foro de São Paolo, próximamente en Caracas, y vamos a ser uno de los partidos progresistas de América Latina. Pero eso no es la solución Winaq. Creo que todavía es necesario pasar por un largo proceso porque nos cuesta muchísimo entender la lógica de occidente en la elección de líderes. Para nosotros un líder no es el que se autonombra, es el que sabe escuchar a la gente. Pero, ¿por qué me siento orgullosa de haber sido una de las fundadoras del Winaq y de ser actualmente la secretaria general del partido? El 44,5 por ciento de la militancia de Winaq son mujeres, mujeres mayas. No me siento orgullosa tan solo por ser un partido, partidos hay muchos, sino porque puede ser un instrumento para buscar y explorar vías que nos permitan crear una alternativa.
Para concluir, sobre las crisis y las alterativas. Se trata de una profunda crisis social, de una crisis de valores, como dice Ernesto Sabato, que al mismo tiempo es una oportunidad para reflexionar sobre qué es lo realmente importante. Y también, ¿cómo actuamos, cómo nos comprometemos individual y colectivamente para los cambios radicales? ¿Cuáles son las alternativas al capitalismo, sistema que no resulta solamente devastador para los pueblos indígenas sino para el planeta entero? ¿Cuáles son sus propuestas para la nueva generación de activistas?
Mi consejo es que volvamos a la comunidad, que volvamos a la tierra, que volvamos a tener la conexión necesaria con una vida plena que no se vea limitada a la intriga y la controversia; que sepamos renovar nuestras instituciones, aquellas que se crearon para la guerra y cuya función era de choque. Hoy no estamos en guerra y tenemos que adecuarnos a una dimensión de lucha social en la que no victimicemos a nuestra gente y tampoco idealicemos a los pueblos. Seamos más realistas. Pienso que hay muchas organizaciones que deberían renovar ya su propia existencia, porque se puede mantener una sigla solo por mantenerla. Uno de los errores que se ha cometido es decir ‘éste es mi símbolo’ y querer mantenerlo sin dar un paso hacia la revisión de agenda y de estrategias. Yo misma empiezo tratando de no idealizar a mi gente, porque la perversidad no es solo la de los grandes políticos, también es perverso que se permita que a una persona pobre se le compre el voto o que se la humille. Es decir, es la calidad humana lo que tenemos que buscar. Podemos filosofar, pero lo más importante es que seamos capaces de crear autoestima en la gente y crear una población más sana, más armoniosa, que empiece a buscar la armonía en lugar de la victimización. Hay todavía mucho trabajo que hacer en la educación, respecto a la cultura, la identidad, la autovaloración de nuestros idiomas y el uso de nuestros instrumentos como el calendario maya y las normas ancestrales. Pero a esto se llega mediante el diálogo, mediante la consulta… Creo que la vía del futuro es la consulta. Si yo le pregunto a usted cómo lo resuelve y si usted tiene una idea, esa idea viene a sumarse a los esfuerzos que van a ser el camino. No hay una receta.
Guatemala es un país próspero, pero ha sufrido mucho. Las huellas del genocidio nos van a durar muchos años. No se puede decir ‘esto es el pasado y aquí está el presente’, sino que el pasado está intacto en el presente. Debemos cuidar que nuestros hijos no sean genocidas o no sean víctimas del genocidio, y eso solamente es posible si tenemos memoria. Si negamos la historia corremos el riesgo de que vuelva repetirse. Es muy importante que juicios como la masacre de la Embajada de España, aunque sea treinta y dos años más tarde, haya llegado a un tribunal. No sé si van a soltar a esos señores o si los van a meter en la cárcel, yo no tengo ni idea, pero esos juicios representan una etapa de las luchas que hemos llevado a cabo contra la impunidad. Los victimarios cargaran encima la vergüenza de ser criminales y de ella no podrán escapar. Por eso espero que el libro interese a los eslovenos y que los vincule a Guatemala. En él no esta la historia completa, porque para completarla habría que entrar en cada uno de los testimonios, recuperaciones escritas, expedientes judiciales, que hemos elaborado a lo largo de los últimos veinte años. En este tiempo no hemos descansado para escribir la memoria de lo que allí pasó.
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