James Petras.-El asesinato de Bin Laden ha sido celebrado como una gran victoria estratégica por la Casa Blanca, las capitales europeas y los grandes medios de comunicación de todo el mundo. El asesinato ha sido un formidable acto de propaganda para mejorar la posición de los militares de EE.UU. ante la opinión pública nacional y para servir de advertencia a sus adversarios extranjeros.
Contrariamente a esta inmensa campaña publicitaria y a pesar del valor simbólico que pueda tener a ojos de sus verdugos, no hay indicios de que la muerte vaya a modificar de ninguna manera el deterioro de la posición política y militar de EE.UU. en Asia Meridional, Próximo Oriente, Norte de África u otros lugares.
Bin Laden y Al Qaeda
Del mismo modo, en términos de debilitamiento, y ya no digamos de derrota, de Al Qaeda, el asesinato va a tener un efecto mínimo. Al Qaeda es una organización muy descentralizada, un conjunto disperso de grupos distribuidos en las zonas de conflicto, cada uno con sus propios líderes, programas, tácticas y estrategias. Al Qaeda no es una organización internacional centralizada que dependa de un comando central dirigido por una sola persona. Bin Laden era un símbolo ideológico más que un líder operativo al mando de las operaciones. Su muerte sólo dará paso a un nuevo líder y tendrá cero impacto en el resto de la red de grupos escasamente vinculados que se llama a sí misma Al Qaeda. Por lo tanto, cualquiera de las acciones y actividades realizadas en el pasado continuará en el futuro.
Bin Laden y la resistencia afgana
El asesinato de Bin Laden tendrá una repercusión absolutamente mínima en Afganistán, por la obvia razón de que las principales fuerzas que integran la resistencia armada son los talibán y varios otros grupos nacionalistas independientes. Los talibán son totalmente independientes de Al Qaeda en sus orígenes, estructura, liderazgo, tácticas, estrategia y composición social. Por otra parte, los talibán forman una organización de masas con raíces y simpatizantes en todo el país. Tiene decenas de miles de combatientes afganos bien entrenados; ha infiltrado profundamente el gobierno y el ejército afgano y ha anunciado recientemente (1.5.2011) una importante ofensiva de primavera. Los talibán forman una fuerza abrumadoramente nacional, en su composición, liderazgo e ideología, mientras que Al Qaeda es internacional (árabe) en sus componentes y liderazgo. Pueden haber tolerado o en ocasiones incluso haber colaborado tácticamente con Al Qaeda, pero en ningún momento ha habido evidencia de que recibieran órdenes de Bin Laden. La gran mayoría de las bajas que han sufrido EE.UU. y la OTAN en Afganistán fueron infligidas por los talibán. Las principales bases operativas y de apoyo situadas en Pakistán están vinculadas a los talibán. En resumen, la muerte de Osama Bin Laden tendrá un nulo impacto en la correlación de fuerzas en Afganistán; tendrá un nulo impacto en la capacidad de los talibán para desarrollar una guerra prolongada contra la ocupación de EE.UU. y causar decenas de víctimas cada semana.
Bin Laden y las grandes revueltas árabes
Desde Túnez a los estados del Golfo, las revueltas populares de masas han derrocado regímenes colaboradores de EE.UU. o están a punto de hacerlo. Al Qaeda había desempeñado un papel menor, excepto tal vez entre los “rebeldes” libios. En Egipto y Túnez, movimientos de masas que abarcan una amplia gama de estudiantes seculares, sindicatos, grupos cívicos y movimientos islámicos moderados han dominado los levantamientos. Al Qaeda es un factor marginal y Bin Laden, una figura muy marginal, cuando no abiertamente rechazada.
El asesinato de Bin Laden no tendrá ningún impacto en el creciente sentimiento antiimperialista que anima a estos movimientos de masas. Algunos comentaristas sugieren incluso que la muerte va a debilitar los esfuerzos propagandísticos de la Casa Blanca para justificar operaciones militares estadounidenses bajo el pretexto de ser operaciones antiterroristas.
Bin Laden e Iraq-Irán
La gran oposición a EE.UU. en Iraq está formada la mayoría chiíta, la minoría sunita y los ex baathistas. Las acciones terroristas de Al Qaeda han desempeñado un papel secundario y no secundan la exigencia de la gran mayoría de iraquíes cuando exigen la retirada de EE.UU. Los principales movimientos religiosos masivos contra la ocupación tienen sus propios líderes, milicias y bases comunitarias, y ninguno acepta el liderazgo de Al Qaeda ni siquiera su colaboración. La retirada de EE.UU. es una respuesta a la presión de masas desde abajo, no es el resultado de las muertes de civiles debidas al ocasional terrorista suicida de Al Qaeda. Es evidente que la retirada de EE.UU. de Iraq no se verá afectada por la muerte de Bin Laden, como tampoco la transición será influenciada por sus seguidores locales.
Bin Laden e Irán
El régimen islámico iraní ha sido un enemigo mortal de Al Qaeda que encarcelando a los sospechosos de pertenencia y ha colaborado con EE.UU. en los comienzos de la guerra de Afganistán (2001-2003) en la persecución de sus seguidores. Tanto la oposición política secular como la religiosa eran hostiles a Al Qaeda.
Como resultado de ello, Bin Laden tenía muy poca influencia estructurada, aunque pueda haber tenido un atractivo para las masas como símbolo de la resistencia armada a EE.UU., con arreglo al principio de que el enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo.
El asesinato de Bin Laden no tendrá ninguna repercusión sobre Irán, que tiene su propio icono –Jomeini– y su propia marca de nacionalismo islámico, y está mucho más comprometido en el apoyo a Siria, Hezbolá y Hamás. EE.UU. no va a obtener la menor ventaja en sus esfuerzos por socavar o destruir a sus adversarios de Irán.
El significado del asesinato de Bin Laden
Es evidente que el asesinato de Bin Laden no tiene absolutamente ninguna importancia estratégica o táctica en los principales teatros de guerra y de revuelta política en el mundo árabe. El significado principal de la muerte se encuentra en el contexto de las derrotas estratégicas militar y política sufridas por EE.UU., en particular la más reciente en Afganistán.
El 27 de abril de 2011, nueve oficiales militares estadounidenses de alta graduación fueron asesinados por un piloto de combate afgano de confianza en el aeropuerto de Kabul, instalación dotada de grandes medidas de seguridad. Cuatro comandantes, dos capitanes y dos tenientes coroneles fueron asesinados en la mayor matanza aislada de altos funcionarios militares estadounidenses cometida en las guerras de los siglos XX y XXI.
Hay varios hechos que otorgan a esta acción una importancia estratégica. En primer lugar, se llevó a cabo en una instalación de alta seguridad, lo que sugiere que no hay lugar en Afganistán a salvo de ataques armados letales de los talibán o la resistencia armada. En segundo lugar, todos los militares estadounidenses, no importa cuán alto sea su rango, son vulnerables a ataques mortales. En tercer lugar, ningún militar afgano, oficial o soldado, formado por Estados Unidos puede ser considerado leal; incluso los colaboradores más estrechos pueden volver sus armas contra sus mentores, y eventualmente lo harán.
Si EE.UU. no puede proteger a sus oficiales de alto rango en sus instalaciones de más alto nivel de seguridad, ¿cómo puede pretender tener asegurada ninguna parte del territorio fuera de sus bases, es decir, las ciudades y los pueblos y ciudades. Dos semanas antes, con la colaboración de funcionarios de la cárcel, casi 500 combatientes y líderes talibán encarcelados escaparon por un túnel de 300 metros a una docena de camiones que los esperaban. Sólo dos años antes, 900 prisioneros también escaparon. Como consecuencia, EE.UU. insistió en el nombramiento de colaboradores sujetos a una exigente verificación en los puestos de jefes y directores de seguridad y de cárceles, sin ningún resultado.
La abrumadora evidencia muestra que el esfuerzo de guerra de EE.UU. está fracasando en la creación de un régimen títere eficaz en Afganistán. Los talibán están erosionando, de una manera lenta pero segura, la influencia estadounidense. Ante estas grandes pérdidas estratégicas, como el sorprendente asesinato de altos oficiales militares, Obama tuvo que montar un espectáculo político, un éxito militar, la muerte de un desarmado Bin Laden, para levantar los espíritus de la opinión pública, los estamentos militares y sus seguidores de la OTAN.
Cada levantamiento popular contra los títeres de EE.UU. en el Norte de África y el Próximo Oriente es una derrota política, el resistente régimen de Irán es una derrota, como lo son los esfuerzos de Israel de conseguir un cambio de régimen. Incluso la resistencia de Gadafi es una derrota para los creyentes en las victorias instantáneas. Así que Obama y sus acólitos de los medios de comunicación tienen que amplificar al máximo el asesinato de un aislado líder político de una asociación libre de terroristas marginales, convirtiendo el hecho en un acontecimiento de alcance mundial, auténtico punto de inflexión del conflicto. Cuando en realidad, las pérdidas y las derrotas se acumulan día a día, antes, durante y después del asesinato.
Los talibán ni siquiera parpadearon: su ofensiva de primavera sigue adelante y los funcionarios militares estadounidenses se resisten a cualquier encuentro con colaboradores afganos, por leales que parezcan. Por otra parte, Egipto rechaza la política israelo-estadounidense relativa a la unidad de los palestinos y las revueltas en el Golfo continúan. El único estancamiento, que no victoria, que Washington puede celebrar –incluyendo el asesinato de los nietos de Gadafi– es en Libia: en colaboración con Al Qaeda, en Bengasi la guerra continúa.
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