Luis Martin-Cabrera.-April is the cruelest month, abril es el mes más cruel escribió T.S. Elliot, el mes de los enamorados y los desencantos, pero abril, en España, es también el mes en el que se proclamó la II República después de llenar la Puerta del Sol y expulsar al rey; aquellas fotos en blanco y negro hablan con las de hoy. ¿Y mayo? mayo es sin duda el mes de las revoluciones, de Paris, a México pasando por Berkeley, mayo, insiste testarudo, en llamar a la puerta con ansías de revolución, pero ¿Qué esta pasando en España?
Aquí, desde tan lejos, perdido en un aeropuerto de los Estados Unidos, este profesor de literatura sólo puede ver a contraluz, palpar y escuchar a la distancia, gracias entre otras cosas a la excelente crónica de Angeles Díez (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=128703), lo que está pasando en la Puerta del Sol y en otras plazas de otras ciudades, que empiezan a producir una gramática urbana -la Cashba, Tahir, Wisconsin- que recupera “el derecho a la calle” para hablar contra el consenso neoliberal y la dictadura de los mercados.
Sólo puedo ver lo que leo, lo que escucho. Y lo que leo, lo que escucho es que los tertulianos, esa turba vociferante e infame que llena las ondas de ruido y los periódicos de mentiras y banalidades, ha perdido el lenguaje. Juan Cruz, ese lacayo de PRISA, omnipresente en tertulias televisivas y radiofónicas habla de “el odio a las urnas” y de “el peligro de una solución populista”, un editorial de El País advierte del potencial peligro de un “liberticidio”, como si nuestra libertad no fuera inversamente proporcional a la libertad de los mercados, como si los cinco millones de parados tuvieran otra libertad que no sea la libertad de morirse de hambre. Están nerviosos, buscan en su gramática de banalidades y sólo son capaces de decir, como autómatas, “hay que votar”, “son apolíticos”, esta bien que expresen su descontento, pero “no tienen soluciones”, “hay que respetar la jornada de reflexión”, “son antisistema, no tienen los pies en la tierra, las únicas soluciones son las que pueden proveer los partidos”.
No han entendido nada, no quieren entender, llevan mucho tiempo produciendo un lenguaje que ya no toca la realidad ni oblicuamente. Los manifestantes no son apolíticos, son apartidistas como explicó Isaac Rosa, no odian las urnas odian a los bancos y a sus políticos serviles y tienen no sólo soluciones sino un lenguaje propio que toca y llena las plazas con una gramática de la libertad: “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”, “Sin curro, sin dinero y sin miedo”, “No somos un partido político, los que tienen que reflexionar son ellos”.
¿Cuándo hay una revolución? Cuando uno está más seguro y más feliz fuera de casa que en casa, dice Santiago Alba Rico, pero también cuándo las calles y las plazas crean un lenguaje nuevo para expresar el deseo y la potencia de la emancipación colectiva. Esa potencia no tiene nada que ver con la sociedad civil, ni con las nuevas tecnologías que en cualquier caso son un medio no un fin, ni con el idealismo de la juventud, es más bien la potencia plebeya. Sí, es el pueblo, el demos, tan manoseado y traicionado por políticos y sindicatos pactistas, el que escribe en pancartas y muros su historia y sus deseos con un lenguaje nuevo en mayúsculas, los indignados quieren una vida digna. Lo que la plaza pide es exactamente eso: que el gobierno no le abra las puertas de la Moncloa a las 35 empresas más importantes del país, sino que gobierne para el pueblo, y con el pueblo, al fin y al cabo democracia es el gobierno del pueblo, no una marca en manos de Botín y sus amigos.
No sabremos que devendrá de esta potencia plebeya, lo que sí sabemos es que ya expresa con un nuevo lenguaje el deseo de un futuro diferente, más justo. Desde aquí sólo puedo melancólicamente apoyar con todas mis fuerzas a todos los que resisten en las plazas contra viento y marea, porque yo, también me tuve que marchar de mi país cuando era joven para poder seguir pensando y escribiendo, para poder tener un futuro que no elegí, sino que me impusieron los mismos banqueros y sus serviles políticos. ¡Ni un paso atrás, las calles son nuestras!
Luis Martin-Cabrera es profesor de literatura en UC, San Diego
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