Enrique Dans – 29 de mayo de 2011
Para mí, la gran duda: tengo perfectamente claro cómo hemos llegado hasta aquí, pero no tengo tan claro hasta dónde va realmente a llegar esto. Hasta qué punto vamos realmente a conseguir que las razones que nos llevaron a tantos a ponernos en movimiento acaben plasmándose en cambios tangibles. Ojo, no voy a intentar resumir nada: esta es una entrada larga, analítica y con varias partes diferenciadas, que van desde lo general hasta lo puramente personal.
El proceso que nos trajo hasta aquí comenzó, como ya se ha comentado en muchos sitios y por mucha gente, con la organización del malestar creado por la resistencia a la ley Sinde en el movimiento #nolesvotes. Las consecuencias reales de #nolesvotes ya han sido muy bien analizadas por voces tan autorizadas como The Economist (“Spanish politics: the unhappy campers“, May 26), Manuel Castells en La Vanguardia (“#Wikiacampadas“, 28 de mayo) o Pedro Silverio Moreno en Open Democracy (“Understanding ‘Spanishrevolution’“, 23 de mayo). La continuación del proceso y su evolución o sus vínculos con movimientos como JuventudSinFuturo o DemocraciaRealYA no es tan sencilla de trazar porque baja al terreno de la inspiración o de los apoyos a título personal, aunque la mayor parte de los directamente implicados la ven bastante clara.
A partir de ahí, todo un complejo entramado de manifestaciones, concentraciones, acampadas, actos de represión y reacciones a los mismos han llevado a una espiral vertiginosa: el movimiento ha logrado mantener la atención de los medios nacionales e internacionales sin apagarse, e incluso ha comenzado su extensión a otros países. Las acampadas han tenido un gran mérito en este tema: denostadas por muchos por el componente de interrupción de la vida urbana que suponían, han sabido mantener la vela encendida y aguantar lluvia, críticas y hasta porrazos para lograr lo que dijimos al final de la primera entrada tras las elecciones: seguir teniendo la calle. La barbaridad de la Plaça de Catalunya generó todos los ingredientes que hacen falta para mantener la llama viva: la histeria, el miedo, la sangre, y a punto estuvo de dejar consecuencias todavía más graves. Ahora, la batalla continúa en los barrios, haciendo que más ciudadanos entiendan el cambio, lo que aquí viene: la obligación que los políticos tienen de incorporar los puntos fundamentales, el consenso de mínimos de este movimiento, a la normalidad democrática.
Por el momento, la respuesta de los políticos al movimiento 15M ha sido de una pasividad total. No se comenta nada, no se le da importancia, no se dice nada. La mejor receta para el desastre. Lo comentamos antes de las elecciones, y es preciso volverlo a reseñar: los políticos pretenden hacer que este movimiento no existe, hacen oídos sordos y se tapan los ojos ante una ciudadanía indignada que sigue exigiendo cambios. Creen que esto va a desaparecer solo. Y no es así. Ahora llega un reto importante: conseguir que el momentum obtenido no pase, no se diluya. Las acampadas continuarán o se disolverán según lo que los acampados decidan libremente en sus asambleas. Pero sea en las acampadas o mediante concentraciones periódicas a horas determinadas en sitios establecidos, el movimiento debe continuar. Llegados a este punto, no podemos detenernos hasta que los partidos muestren algún tipo de reacción. Reacción que además, previsiblemente, será superficial, absurda y cosmética.
Y esa es realmente la pregunta. La política no es sino una industria más que se ha topado con el fenómeno de la disrupción. Tradicionalmente, esos procesos conllevan una falta de reacción de los protagonistas de la fase anterior, precisamente la inacción que los políticos están mostrando ahora, una patente incapacidad de incorporar las nuevas propuestas, de generar un cambio desde dentro. Para los partidos políticos actuales, los cambios que exige la ciudadanía parecen prácticamente imposibles: conllevarían cambiar estructuras, renunciar a una política que se había convertido en un modo de vida para muchas personas sin experiencia real en gestión, que se han rodeado de privilegios de todo tipo con insultantes pensiones y beneficios de todo tipo, que han construído partidos monolíticos y no democráticos basados en la obediencia ciega y en el servicio a lobbies de poder. Cuanto más tiempo pasa sin reacción de ningún tipo de los partidos al movimiento 15M, más me convenzo de que los cambios que se avecinan van a ser verdaderamente difíciles, de la cantidad de camino que queda por recorrer. De que posiblemente los partidos se hayan encontrado con ciudadanos indignados que les exigen unos cambios que, simplemente, son incapaces ya no de llevar a cabo, sino siquiera de pensar en llevar a cabo, y que en su lugar, deciden enrocarse, blindarse estérilmente ante los cambios. El movimiento 15M es, para ellos, la pelota que amenaza con destruir el castillo de naipes que durante tantos años han construido.
¿Qué ocurre entonces? Gobernar un país en el que un número significativo de personas se autodefinen como “indignados” y están dispuestos a tomar la calle o sencillamente no salen de ella parece una tarea muy poco recomendable, equiparable a intentar desactivar una bomba con guantes de boxeo. En otras industrias, la cosa suele saldarse con la aparición de otros protagonistas. Jugadores que antes no existían en ese terreno, pero que irrumpen y muestran su adaptación al nuevo entorno, ese en el que los que eran importantes hasta entonces se mueven como peces fuera del agua. ¿Estamos a la espera de algo así? ¿Nos disponemos a ver la aparición de nuevos partidos, de nuevas figuras que capitalicen el descontento ciudadano? Por el momento no lo veo, no me parece que ninguno de los movimientos que conozco tenga intención de dedicarse a formar uno de esos partidos políticos que precisamente critican, pero sinceramente, no lo sé. El desarrollo de un partido al uso, por otro lado, tiene muy poco de disruptivo o de renovador: la historia está llena de intentos de ese tipo, que suelen terminar en nada o siendo asimilados por el sistema. En este terreno, me temo, tengo muchas más preguntas que respuestas.
En lo personal, estas semanas han sido bastante complicadas. He tenido mucho más protagonismo del que merezco y del que deseo, debido únicamente al hecho de tener un blog que habla de estos temas y de haber mantenido relaciones habituales con muchos medios durante muchos años. Lo he dicho por activa y por pasiva: este es un movimiento colectivo, ha habido muchas personas que han dedicado a él mucho más tiempo y esfuerzo que yo, y mi papel se limita al de proponer reflexiones junto con otras personas, y hacer lo que modestamente puedo para divulgarlas en mi página. Aún así, he podido comprobar lo que ocurre cuando en un movimiento que se planteó como algo sin liderazgos, sin cabezas visibles y sin personalismos, algunos nos encontramos de repente en el ojo del huracán.
Varios de los que inicialmente participamos en la redacción de los manifiestos de #nolesvotes hemos recibido durísimos ataques personales, de esos que verdaderamente desgastan. En mi caso, he visto aparecer todo tipo de conspiraciones magufas que apuntaban a mis supuestas “relaciones con la oligarquía financiera”. Cosas que me parecieron sinceramente un chiste: ver como en un escrito sin más prueba que un vinculo a mi propia biografía deciden interpretar que la inofensiva relación puntual que mantuve durante un mes hace más de diecisiete años, cuando era un junior, con el Barclays Bank para desarrollar formación para su red comercial es supuestamente equiparable a algún tipo de “asesoría estratégica de alto nivel”. O que la participación en el foro Saviálogos de Banca Cívica junto con otras cien personas más y cuyas reflexiones son íntegramente públicas es “formar parte del entramado oligárquico responsable de la actual situación de desigualdad e injusticia social que sufre la humanidad”. O que supuestamente debo avergonzarme por trabajar en una de las mejores escuelas de negocios del mundo cuando precisamente es la que más apoya a los emprendedores y una de las que tiene un código ético más sólido e inequívoco. O que escribir en determinados medios supone algún tipo de delito. Sinceramente, me resultaba tan patético y ridículo, que me planteaba cómo podía haber quien realmente diese pábulo a semejantes estupideces.
Resulta tristemente paradójico que cuanto más transparente decidas ser, más imbéciles aparezcan pretendiendo que han descubierto algo terrible en los datos que tú mismo expones libremente. Ya me han acusado de ser asesor de todos los partidos políticos del arco parlamentario, algunas veces con pruebas tan “concluyentes” como un checkin en Foursquare. Pero cuando empiezas a recibir mensajes amenazantes, comentarios plagados de agresividad y llamadas a altas horas de la noche a cuento del tema, te das cuenta de que la cosa es mejor empezar a tomársela en serio. No, obviamente no voy a dejar de analizar y de escribir sobre algo que, para mí, forma parte de las cosas que más interés despiertan: la influencia de la tecnología y de la web social sobre la sociedad y sobre la forma en la que ésta se organiza, la política; pero sí estaría bien pedir algo de madurez al respecto: no, no soy ningún tipo de “elefante blanco”, dejémonos de paranoias. Sigo siendo un simple profesor y una persona que se plantea cómo la tecnología nos afecta en todos los sentidos. Alguien que se hace preguntas e intenta buscar sus respuestas. Quien quiera oscuras conspiraciones, asesorías ocultas, conexiones misteriosas, agendas escondidas y magufadas varias, que se vaya a buscarlas a las películas de espías. Pero a mí que me dejen en paz.
Pero volviendo al tema inicial: ¿va algún partido a dignarse a escuchar a los ciudadanos? ¿A intentar entender lo que piden? ¿A no reducirlo a críticas banales y a simplificaciones burdas como “es que son antisistema” o “es que no saben lo que piden”? ¿Van a proponer cambios concretos ante las críticas al sistema? No es tan difícil de entender: queremos una nueva ley electoral, queremos políticos transparentes, preparados y no corruptos, queremos separación efectiva de poderes, queremos controles ciudadanos para la exigencia de responsabilidad política. Queremos limpiar la democracia de toda la basura que durante años le habéis echado encima.
Y lo queremos YA. Si no lo entiendes, deja el sitio a otros.
Gentileza de Enrique Dans
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