Yayo Herrero y Luis González Reyes.-En nuestra sociedad, que podría llamarse la sociedad del exceso, paradójicamente la mayor parte de las cosas importantes o imprescindibles van a menos. Las reservas pesqueras disminuyen de forma alarmante debido al exceso de pesca; el petróleo, base de nuestra organización económica, empieza a agotarse a causa de la extracción excesiva; el equilibrio climático se quiebra debido al exceso de transporte motorizado; los ecosistemas se fraccionan y deterioran debido al exceso de cemento y hormigón; el agua, el aire y el suelo se envenenan debido al uso excesivo de productos químicos; las desigualdades sociales se profundizan porque existe una acumulación y consumo excesivo de bienes por parte de una minoría; la articulación social que garantizaba los cuidados se está destruyendo, entre otras cosas, porque hombres y mujeres deben dedicar un tiempo excesivo a trabajar para el mercado; la diversidad social y cultural desaparece ante los excesos de un modelo homogeneizador.
Si los problemas que afrontamos están causados por una extracción excesiva de recursos, por la ingente generación de residuos, por la incautación excesiva de los tiempos para la vida por parte del mercado y por una acumulación obscena de riqueza por una parte de la humanidad; si los problemas que colocan la vida, tal y como la conocemos, en situación de riesgo vienen dados por la extralimitación, es fácil imaginar por dónde tendrán que ir las soluciones.
Si el planeta está sujeto a límites, en su seno nada puede crecer indefinidamente. El ineludible hecho de que el sistema económico se encuentre dentro de la biosfera, de que requiera materiales y energía, y de que emita residuos y calor, implica que no puede sostenerse sobre el crecimiento ilimitado. El camino hacia la sostenibilidad pasa forzosamente por la disminución de la extracción y la generación de residuos de las poblaciones que más lo hacemos.
La adicción al crecimiento del capitalismo
Vivimos en un sistema, el capitalista, que funciona con una única premisa: maximizar el beneficio individual en el menor tiempo. Uno de sus corolarios inevitables es que el consumo de recursos y la producción de residuos no puede parar de crecer.
Veámoslo con un ejemplo. El Banco Santander toma prestados unos millones de euros del BCE y después se los presta, a un tipo de interés mayor, a Sacyr-Vallehermoso, para que pueda comprar el 20 por ciento de Repsol-YPF. Para que Sacyr rentabilice su inversión y le devuelva el préstamo al Santander y éste a su vez al BCE, Repsol no puede parar de crecer. Si no hay crecimiento, la espiral de créditos se derrumba y el sistema se viene abajo.
¿Y cómo crece Repsol? Vendiendo más gasolina y aumentando el cambio climático, recortando los costes salariales, extrayendo más petróleo incluso de Parques Nacionales o de reservas indígenas, bajando las condiciones de seguridad [1]... En definitiva, a costa de las poblaciones de las zonas periféricas y de la naturaleza.
Y esto también es aplicable al ámbito de la economía financiera, ya que se articula sobre la productiva, que es sobre la que tiene que ejercer, en último término, su capacidad de compra.
Por lo tanto, el capitalismo es intrínsecamente incompatible con los límites físicos del planeta. Por ello ha ido desarrollando toda una serie de pseudo-soluciones que intentan demostrar que se puede seguir creciendo indefinidamente en un planeta de recursos limitados. Entre ellas destaca la promesa de la desmaterialización de la economía a partir de la ecoeficiencia. La eficiencia es condición necesaria pero no suficiente. El efecto rebote que ha acompañado a muchas innovaciones tecnológicas que pretendían desmaterializar la economía da buena muestra de ello.
Decrecimiento y calidad de vida
Cuando la población vive en condiciones de miseria, incrementos en el consumo de recursos y energía se asocian directamente con el aumento de la calidad de vida. Esto está claro en varios indicadores, como el aumento de la esperanza de vida, el acceso a la educación o la felicidad.
Sin embargo, a partir de un determinado umbral, esa correlación se pierde. Por ejemplo, incrementos continuados en el consumo de energía por encima de una tonelada equivalente de petróleo por persona y año no van acompañados de incrementos significativos en indicadores como la esperanza de vida, la mortalidad infantil o el índice de educación [2]. Una tonelada equivalente de petróleo es el consumo energético aproximado de Uruguay y Costa Rica, que tienen indicadores de calidad de vida similares, aunque algo menores, a España, cuyo consumo ronda las 3,6 toneladas.
Esta cifra podría ser un punto de referencia que respondiese a la pregunta de ¿hasta dónde decrecer?, aunque podríamos tomar otras referencias más bajas, como la de los/las habitantes de Can Masdeu, en la periferia de Barcelona, que tienen una calidad de vida excelente con un consumo que ronda el cuarto de esa tonelada equivalente de petróleo [3].
Otros estudios, en EEUU [4] o Irlanda [5], apuntan a que la felicidad tampoco guarda una correlación con el crecimiento a partir de determinado límite.
Decrecimiento y trabajo
Ajustarse a los límites del planeta requiere reducir y reconvertir aquellos sectores de actividad que nos abocan al deterioro, e impulsar aquellos otros que son compatibles y necesarios para la conservación de los ecosistemas y la reproducción social.
Nuestra sociedad ha identificado el trabajo exclusivamente con el empleo remunerado. Se invisibilizan así los trabajos que se centran en la sostenibilidad de la vida (crianza, alimentación, cuidados a personas mayores o enfermas) que, siendo imprescindibles, no siguen la lógica capitalista. El sistema no puede pagar los costes de reproducción social, ni tampoco puede subsistir sin ella, por eso esa inmensa cantidad de trabajo permanece oculta y cargada sobre las mujeres. Cualquier sociedad que se quiera orientar hacia la sostenibilidad debe reorganizar su modelo de trabajo para incorporar las actividades de cuidados como una preocupación colectiva de primer orden.
Pero además es necesaria una gran reflexión sobre el empleo remunerado. Es evidente que un frenazo en el modelo económico actual termina desembocando en despidos. Hay trabajos que no son socialmente deseables, como las centrales nucleares, el sector del automóvil o los empleos que creados alrededor de burbujas financieras. Las que sí son necesarias son las personas y, por tanto, el progresivo desmantelamiento de determinados sectores tendría que ir acompañado por un plan de reestructuración en un marco de fuertes coberturas sociales públicas.
El avance hacia la sostenibilidad crearía nuevos empleos en sectores que ya son fuertes generadores de trabajo, como las renovables, el reciclaje o el transporte público [6]. Además la red pública de servicios básicos deberán crecer. Por último, la reducción del consumo de energía, inevitable por otra parte, y el replanteamiento de la utilización de tecnología de alto nivel, implicarán una mayor intensidad en el trabajo y, por lo tanto, la necesidad de más empleo.
En todo caso hay informes [7] que apuntan que necesitamos trabajar menos para mantener el sistema de producción que tenemos. Por lo tanto, ya hoy, con un reparto adecuado del trabajo, nuestra jornada “laboral”, incluyendo las labores de cuidados, disminuiría notablemente. Esto centra el foco de discusión social en el reparto del trabajo, no en la creación de más empleo. Desde esta perspectiva, el enfoque del sindicalismo mayoritario debería volver a reivindicaciones anteriores, como la jornada de 35 horas.
Igualdad y distribución de la pobreza
La economía neoclásica presenta una receta mágica para alcanzar el bienestar: incrementar el tamaño de la “tarta”, es decir, crecer, soslayando así la incómoda cuestión del reparto. Sin embargo, el crecimiento contradice las leyes fundamentales de la naturaleza. Así, el bienestar vuelve a relacionarse con la distribución.
Reducir las desigualdades nos sumerge en el debate sobre la propiedad. Nos encontramos en una sociedad que defiende la igualdad de derechos entre las personas y sin embargo asume con naturalidad enormes diferencias en los derechos de propiedad. En una cultura de la sostenibilidad habría que diferenciar entre la propiedad ligada al uso de la vivienda o el trabajo de la tierra, de la ligada a la acumulación y poner coto a la última.
¿En qué hay que decrecer?
Reducir el tamaño de una esfera económica no es una opción que podamos escoger. El agotamiento del petróleo y de los minerales, y el cambio climático van a obligar a ello. Esta adaptación puede producirse por la vía de la pelea feroz por los recursos decrecientes, o mediante un reajuste colectivo con criterios de equidad. El decrecimiento puede abordarse desde prácticas individuales, comunitarias y también a nivel macro. Entre ellas resaltamos algunas, sobre todo centradas en el nivel macro:
Introducir límites al uso de recursos
• Reducir el consumo en los países del Norte para igualarlo con el Sur, que debería aumentar hasta poder garantizar la salida de la miseria de sus poblaciones. Una iniciativa en este sentido es poner un límite máximo de uso de recursos.
• Estudiar la puesta en marcha de una huella ecológica de consumo máximo por persona en forma de “tarjeta de débito de impactos”.
• Prohibir la producción en sectores que destruyan la vida.
• Reducir los residuos.
• Medidas de aumento de la eficiencia.
• Aumentar la participación de los elementos renovables en la economía, ya sea en forma de energía o en forma de materia, sin olvidar que van a poder cubrir un consumo inferior al que tenemos en la actualidad [8].
• Medidas de sensibilización a la población sobre los límites del planeta.
Priorizar los circuitos cortos de distribución
• Incentivar una reruralización de la población.
• Promocionar un urbanismo compacto, de cercanía y bioclimático.
• Fomento de grupos de consumo y mercados locales.
Poner límites a la creación de dinero
• Anclaje de las monedas a valores físicos como una bolsa de alimentos básicos o de minerales estratégicos o a la cantidad de población.
• Prohibición de que los bancos creen dinero saltándose sus depósitos. Eliminación de los mecanismos de titularización de la deuda.
• Promoción de monedas locales y redes de trueque. Internalización de costes
• Puesta en marcha de un sistema de ecostasas finalistas y redistributivas.
• Responsabilidad por parte de los fabricantes de todo el ciclo de vida del producto.
• Introducir más controles a la producción no ecológica que a la ecológica.
Políticas activas de fomento de la economía ecológica y solidaria
• Volver a hacer público el control de los sectores estratégicos, como el energético o la banca.
• Medidas para el reparto de la riqueza y la limitación de la capacidad adquisitiva: renta máxima y reparto del trabajo (productivo y reproductivo).
• Introducir como únicos los criterios sociales y ambientales en las políticas públicas de subvenciones.
• Etiquetado de trazabilidad del producto indicando las formas de producción y de transporte.
• Política de compras verdes y justas por parte de las administraciones públicas.
• Disminuir incentivos al consumo. Un ejemplo sería la limitación y el control de la publicidad.
Yayo Herrero y Luis González Reyes son miembros de Ecologistas en Acción.
Notas:
[1] Marc Gavaldà y Jesús Carrión, Repsol YPF, un discurso socialmente irresponsable, Àgora Nord-Sud y Observatori del Deute en la Globalització, 2007.
[2] Rosa Lago e Iñaki Bárcena, “A la búsqueda de alternativas”, en Iñaki Bárcena, Rosa Lago y Unai Villalba (eds.), Energía y deuda ecológica, Icaria, 2009.
[3] Ibidem.
[4] Avner Offer, The Challenge of Affluence, Oxford University Press, 2006.
[5] Manfred Max-Neef, Economía transdisciplinaria para la sustentabilidad, 2005.
[6] Wordwatch Institute, Empleos verdes: Hacia el trabajo decente en un mundo sostenible con bajas emisiones de carbono, PNUMA, 2008.
[7] Anna Coote, Jane Franklin y Andrew Simms, 21 horas, Nef y Ecopolítica, 2010.
[8] Puede consultarse online la propuesta de Ecologistas en Acción.
Este artículo ha sido publicado en el nº 49 de Pueblos - Revista de Información y Debate, especial diciembre 2011.
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