Por Mario Rapoport *.-La cuestión de nuestras Malvinas vuelve a estar de nuevo en el
tapete, luego de la insólita frase del primer ministro británico en la que
acusó a la Argentina
de intenciones “colonialistas”, lo que en boca del vocero del país más
colonialista de la historia del mundo después del Imperio Romano suena más a un
despropósito o a un súbito arranque de humor negro británico. Sobre todo
teniendo en cuenta nuestro caso, en el que hemos soportado además de la
ocupación de las islas en 1833, dos invasiones militares en 1806 y 1807 y un
ataque naval, que fue detenido en la
Vuelta de Obligado, en 1845.
Tampoco tiene en cuenta que la desafortunada guerra de 1982
no cambia nada respecto de la validez jurídica e histórica de los derechos
argentinos sobre ese territorio. Para los ingleses, el argumento principal que
les justifica mantener su dominio en una isla ocupada por sus tropas militares
es el de defender la autodeterminación de sus escasos habitantes. Se trata del
mismo país, Inglaterra, que ha rechazado en el pasado propósitos similares de
poblaciones mucho más cercanas a Londres, como las de Irlanda del Norte, Escocia
y Gales, salvo para actos deportivos como el torneo de rugby de las Seis
Naciones o campeonatos regionales o mundiales de fútbol, un tipo de
nacionalismo que respetan más.
Pero viene bien refrescar un poco la memoria sobre la
cuestión esencial que Inglaterra no quiere discutir: la soberanía de la islas,
que no depende de quienes las habitan, sino de su pertenencia jurídica e
histórica originaria. Y en este sentido, la resolución 2065 de las Naciones
Unidas es todavía clave, porque constituye una decisión de la Asamblea General
de esa organización, que el 16 de diciembre de 1965 votó, por 94 votos a favor,
ninguno en contra y 14 abstenciones, el reconocimiento de la existencia de una
disputa entre los gobiernos de la
Argentina y del Reino Unido de la Gran Bretaña e
Irlanda del Norte sobre la soberanía de las islas.
La resolución invitaba a ambos a proseguir sin demora las
negociaciones recomendadas por el Comité Especial encargado de examinar la
aplicación de la declaración sobre la concesión de la independencia a los
países y pueblos coloniales a fin de encontrar soluciones pacíficas a los
problemas existentes, teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y los
objetivos de la carta de las Naciones Unidas y de la Resolución 1514 de la Asamblea General ,
así como los intereses de la población de las islas. Es interesante reproducir
al respecto una entrevista inédita que hicimos en marzo de 1988 al embajador
Lucio García del Solar, fallecido hace poco tiempo y uno de los mayores
expertos en el tema, entonces delegado argentino en las Naciones Unidas y
gestor principal de la mencionada Resolución 2065, que hoy vuelve a cobrar
vigencia ante la intransigencia del gobierno británico a sentarse a negociar
con la Argentina.
Una síntesis de sus respuestas ilustra bien la cuestión en
juego.
–¿En qué consistió su actividad principal como delegado
argentino en las Naciones Unidas?
–Fue la de trabajar para la causa de la Malvinas. Durante
mi desempeño en la ONU
comenzaron las negociaciones dentro del Comité de Descolonización. Mi tarea fue
la de intentar obtener allí un proyecto de resolución que invitase a las partes
a negociar y el anteproyecto fue redactado en combinación con el presidente del
Subcomité III, el embajador uruguayo. Un día, en un restaurante de Nueva York,
redactamos el germen de la 2065. Esta es la piedra fundamental de todo el
proceso de negociaciones. Las resoluciones que ha habido después repiten toda
la terminología al utilizar la expresión “los intereses de los habitantes” en
vez de “los deseos”, todo eso nació allí.
–¿Cuál fue el origen de la resolución y cómo se definió esa
política hacia Malvinas?
–La inclusión automática de las Malvinas en el proceso
descolonizador, por ser un territorio administrado, fatalmente entraba dentro
del mecanismo de descolonización: ahora se procuraba utilizar ese mecanismo en
beneficio de una nueva metodología, muy distinta a la clásica, para intentar
recuperarlas. Nosotros siempre habíamos reclamado nuestra soberanía y cada vez
que se nombraba a las Falklands un delegado argentino decía “son las Malvinas”,
pero de ahí no se salía. Entonces, esa reclamación bilateral, lo que en derecho
internacional se llama territorial, se convirtió de golpe en un pedido de
descolonización. Algo que fue combatido incluso desde ciertos círculos locales,
aquí en la Argentina.
Los sectores más nacionalistas no querían que nosotros
admitiéramos que se trataba de una colonia, porque sostenían que eso
significaba reconocer que las Malvinas lo eran y ceder en lo que debía ser una
posición intransigente: “Es nuestro territorio, no es una colonia, de manera
que no podemos pedir que se descolonice”.
Nuestra posición fue criticada internamente, pero la forma
de universalizar el reclamo era justamente en las Naciones Unidas. Debido a que
se presentó el caso en ese ámbito, el Reino Unido tuvo que enfrentar en 1965
una votación que perdió. Especialmente, gracias a una iniciativa diplomática
mía hicimos cambiar la terminología en la ONU , donde siempre aparecía “Falklands” en
inglés, incluso en los textos en castellano. Algunos delegados, a los que ya
había convencido, comenzaron a levantar la mano y a decir que a las Falklands
en su país se las llamaba Malvinas. Y allí se armó un debate feroz, porque el
delegado inglés no tenía instrucciones al respecto ni se imaginó lo que estaba
pasando. Se enojó muchísimo porque cuando a los británicos se los agarra
desprevenidos, lo que es muy difícil, pierden la calma. Fue un debate muy
fuerte que en primera instancia se ganó. A partir de entonces los documentos en
español tenían que decir Malvinas y entre paréntesis Falklands, y los
documentos en inglés, al revés. Al determinarse esta fórmula se consagró para
la cartografía universal, y eso lo hice yo sin instrucciones de ninguna
especie, conversando con algunos delegados.
En resumen, las cuestiones principales que pudieron lograrse
fueron esencialmente cuatro. 1) Las Naciones Unidas pasaban a tener en cuenta
el problema y urgían a los países involucrados a entrar prontamente en
negociaciones sobre el estatus de las islas. 2) Se reconocía que la cuestión
estaba comprendida dentro de los procesos de descolonización que existían
todavía en el mundo. 3) El tema dejaba de ser exclusivamente bilateral y pasaba
a formar parte de una problemática más general, que involucraba a muchos países
con rémoras del pasado colonialista. 4) No sería el deseo de sus habitantes el
que decidiría la cuestión, sino sus intereses, un concepto mucho más ambiguo,
que podía implicar sin problemas su inclusión en la Argentina.
Una sabia intervención diplomática hizo así mucho más que
una guerra para imponer los términos y el futuro desarrollo de la controversia
argentino-británica.
* Economista e historiador.
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