Este martes 17 de enero, desde la sala Che Guevara, Eduardo
Galeano leyó fragmentos de su libro Espejos. Una historia casi universal.
Compartimos algunas “ventanas” dedicadas a Cuba que aparecen en esta obra y que
Galeano leyó este martes en Casa de las Américas.
Desafiando la furia de los vientos y el hambre de los
monstruos devoradores de barcos, el almirante Cristóbal Colón se echó a la mar.
Fundación de América
En Cuba, según Cristóbal Colón, había sirenas con caras de
hombre y plumas de gallo.
En la
Guayana , según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos
en los hombros y la boca en el pecho.
En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas
tan grandes que las arrastraban por los suelos.
En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, había nativos
que tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás.
Según Pedro Martín de Anglería, que escribió la primera
historia de América pero nunca estuvo allí, en el Nuevo Mundo había hombres y
mujeres con rabos tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.
Martí
Paseaban el padre y el hijo por las calles floridas de La Habana , cuando se cruzaron
con un señor flaquito, calvo, que caminaba como si estuviera llegando tarde.
Y el padre advirtió al hijo: -Ojo con ése. Es blanco por
fuera, pero por dentro es negro. El hijo, Fernando Ortiz, tenía catorce años.
Tiempo después, Fernando iba a ser el hombre que supo
rescatar, contra siglos de negación racista, las ocultas raíces negras de la
cubanía.
Y aquel peligroso señor, el flaquito, el calvo, el que
caminaba como si estuviera llegando tarde, se llamaba José Martí. Era hijo de
españoles el más cubano de los cubanos, el que denunció:
-Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el
chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España.
Y repudió la falsa erudición llamada Civilización, y exigió:
-Basta de togas y de charreteras, y comprobó: -Toda la gloria del mundo cabe en
un grano de maíz.
Poco después de aquel cruce en La Habana , Martí se echó al
monte. Y estaba peleando por Cuba cuando, en plena batalla, una bala española
lo volteó del caballo.
Fundación de Cuba
Revolución, revelación: los negros entraban en las playas,
antes prohibidas para quienes teñían el agua, y todas las Cubas que Cuba
escondía estallaban a plena luz.
Sierra adentro, Cuba adentro, niños que nunca habían visto
cine se hacían amigos de Carlitos Chaplin, y los alfabetízadores llevaban
letras a perdidos lugares donde esas cosas raras no llegaban ni de visita.
En pleno ataque de locura tropical, la Orquesta Sinfónica
Nacional viajaba completa, con Beethoven y todo, hacia pueblitos caídos del
mapa, y los eufóricos lugareños garabateaban carteles de invitación:
-¡A bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional !
Andaba yo por el oriente, allá donde los caracolitos de colores
caen en lluvia desde los árboles y las montañas azules de Haití asoman en el
horizonte.
En algún camino de tierra, me crucé con una pareja. Ella
venía a lomo de burro, bajo un paraguas que la defendía del sol. Él, a pie. Los
dos vestidos de fiesta, reina y rey de esos parajes, invulnerables al
tiempo y al barro: ni una arruga, ni una manchita
perturbaban la blancura de esas ropas que habían estado esperando años o
siglos, desde el día de la boda, en el fondo de algún armario.
Les pregunté adónde iban. Contestó él:
-Nos vamos a La Habana. Al cabaret Tropicana. Tenemos entradas
para el sábado.
Y se palpó el bolsillo, confirmando.
Yo sí puedo
En 1961, un millón de cubanos aprendió a leer y a escribir,
y miles de voluntarios borraron las sonrisas burlonas y las miradas compasivas
que habían recibido cuando anunciaron que lo harían en un año.
Tiempo después, Catherine Murphy recogió evocaciones:
* Griselda
Aguilera: Mis padres alfabetizaban aquí en La Habana. Yo les pedía,
pero no me dejaban ir. Cada mañana, bien temprano, se marchaban los dos, y yo
me quedaba en casa, hasta la noche. Un día, después de tanto pedir y pedir, me
dejaron. Los acompañé. Carlos Pérez Isla se llamaba mi primer alumno. Tenía
cincuenta y ocho años. Yo, siete.
* Sixto
Jiménez: A mí tampoco me dejaban. Tenía doce años, ya sabía leer y escribir y
cada día pedía y discutía, y nada. Es muy peligroso, decía mi madre. Y justo en
esos días vino la invasión de Bahía de Cochinos, los criminales esos venían a
vengarse, venían con la sangre en el ojo, ellos, los dueños de Cuba. Nosotros
los conocíamos bien, ya en los viejos tiempos nos habían incendiado la casa dos
veces, allá en la sierra. Y entonces mi madre me preparó la mochila. Adiós, me
dijo.
* Sila Osorio:
Mi madre alfabetizó en las montañas, de Manzanillo para allá. Le tocó una
familia con siete hijos. Ninguno sabía leer ni escribir. Seis meses estuvo mi
madre viviendo en esa casa. Durante el día, recogía café, buscaba agua… En las
noches, enseñaba. Cuando ya todos sabían, se fue. Había llegado sola, pero no
se fue sola. Figúrate: si no hubiera sido por la campaña de alfabetización, yo
no existiría.
* Jorge
Oviedo: Yo tenía catorce años cuando llegaron los brigadistas a Palma Soriano.
Nunca había ido a la escuela. Pero fui a la primera clase de alfabetización,
dibujé unos palotes y ya me di cuenta: esto es lo mío. Y a la mañana siguiente
me escapé de casa y me eché al camino. Bajo el brazo llevaba el manual de los
brigadistas. Caminé mucho, hasta que llegué a un pueblo metido allá en las
montañas de Oriente. Me presenté como alfabetizador. Di la primera clase,
repetí lo que había escuchado allá en Palma Soriano. Recordaba todito. Para la
segunda, estudié, o más bien adiviné, lo que decía el manual. Y para las clases
siguientes…
Yo fui alfabetizador antes de ser alfabetizado. O fui todo
junto, no sé.
Fotos: Los ojos más habitados del mundo
Un barco ha estallado en el puerto. Setenta y seis obreros
muertos. El barco traía armas y municiones para la defensa de Cuba, y el
gobierno de Eisenhower ha prohibido que Cuba se defienda.
La multitud cubre las calles de la ciudad. Desde el podio,
el Che Guevara contempla tanta furia reunida. Tiene la multitud en los ojos.
Korda toma esta foto cuando los barbudos llevan poco más de un año en el poder.
Su diario no la publica. El director no le ve nada especial. Pasarán los años.
Esa foto será un símbolo de nuestro tiempo.
Fidel
Sus enemigos dicen que fue rey sin corona y que confundía la
unidad con la unanimidad.
Y en eso sus enemigos tienen razón.
Sus enemigos dicen que si Napoleón hubiera tenido un diario
como el «Granma», ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo.
Y en eso sus enemigos tienen razón.
Sus enemigos dicen que ejerció el poder hablando mucho y
escuchando poco, porque estaba más acostumbrado a los ecos que a las voces.
Y en eso sus enemigos tienen razón.
Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para la Historia que puso el
pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó a los huracanes de
igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a seiscientos treinta y
siete atentados, que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una
colonia en patria y que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios
que esa nueva patria pudo sobrevivir a diez presidentes de los Estados Unidos,
que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor.
Y sus enemigos no dicen que Cuba es un raro país que no
compite en la Copa
Mundial del Felpudo.
Y no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo
que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre
el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho gracias al bloqueo
imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la
militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución
tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse.
Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las
agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida
pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos
injusta.
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