Un viejo carpintero llegó a una granja pidiendo trabajo.
Al entrar encontró al dueño, solitario y ensimismado,
sentado en el tronco de un árbol talado.
Después de ofrecerle a éste sus servicios, el dueño le
respondió:
- Use esos troncos y construya algo entre mi granja y la
granja vecina, que es de mi hermano. Estoy molesto con él y no quiero verlo
más.
El ebanista guardó silencio, y comenzó a trabajar con los
leños. Eran burdos y espinosos. Los tomaba uno a uno, sujetándolos firmemente
en la prensa, para después tallarlos con la mayor gentileza posible.
Pasó el tiempo, y, con esmero y diligencia, las manos del
hombre fueron convirtiendo los troncos en finas y suaves piezas.
Un día, el hermano vecino llegó sin aviso a pedir disculpas:
- Me sorprendiste, hermano, gracias por construir ese
puente. En realidad, no debí haber permitido que nos alejáramos.
El hermano pensó en el carpintero, se asomó a la ventana, y
encontró que el hombre había ensamblado las finas piezas talladas formando un
hermoso puente, el cual unía las dos fincas por encima de la zanja que las
separaba. Se dijo a sí mismo:
- No era lo que esperaba, pero es mejor de lo que quería.
Y los dos hermanos y sus familias se reencontraron.
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