Liev Tolstoi |
Releía La muerte de Iván Illich cuando descubrí a otro Iván
a Iván el tonto, ambos personajes creados por el pulso firme de León Tolstoi.
Los dos escritos me produjeron un gran impacto emocional. El primero ya lo
conocía. Pero el segundo relato incluido en el mismo volumen provocó en mí una
reflexión más profunda o al menos diferente. Iván Illich me hizo ser consciente
de la vida falaz por la que transitamos, repleta de ilusiones vanas. Iván el
tonto me conmovió desde la
Utopía abandonada por mi generación, basada en un mundo más
justo.
En Iván el tonto, un pequeño cuento de Tosltoi —para niños
según algunos críticos—, el autor, alumbrado por la luz del sentido común,
expone otro modo de hacer las cosas en la sociedad; cómo vivir de una manera
armoniosa y pacífica. Tolstoi refleja en su trabajo la vívida imagen que posee
de una sociedad sin clases, sin gobierno, sin ejército y sin dinero. Una
sociedad organizada bajo los cimientos del esfuerzo y la solidaridad. Por
supuesto una utopía, pero qué puede hacer el Hombre sin un horizonte ideal que
le ilumine el camino.
Tolstoi era anarquista y también cristiano. Asociación de
ideas difícil de congeniar, por supuesto. Construyó su ideario tal vez
inspirado en las sectas milenaristas que existieron durante la Edad Media , que
planteaban como modo de vida un comunismo primitivo próximo al que pregonaron
más tarde los anarquistas del siglo XIX. El proyecto social de Tolstoi exigía
la eliminación definitiva del estado pero como paso previo sugería, en contra
de otros autores libertarios, disolver la base de su poder: el ejército y el
resto de fuerzas que lo sostienen. El siguiente texto expresa bien esta
afirmación:
«Que cada individuo que desee colaborar al bien general de
la sociedad trate de vivir sin recurrir en ningún caso a la protección de su
persona y de su propiedad con la violencia. Que trate de no someterse a las
exigencias de las supersticiones religiosas y gubernamentales; que en ningún
caso tome parte en la violencia gubernamental, sea en los tribunales, sea en
las administraciones, o en cualquiera otro servicio; que no se goce, bajo
ninguna forma, del dinero arrancado al pueblo a la fuerza; que no tome parte en
el servicio militar, fuente de todas las violencias….»
Su pensamiento transformador transcurre por «el
perfeccionamiento interior, religioso y moral de los individuos».
«La negativa de pagar los impuestos o de tomar parte en el
servicio militar se gesta en una idea religiosa y moral que los gobiernos no
pueden negar; esta sola negativa, firme y atrevida, quebranta las bases sobre
las que se sostienen los gobiernos, y esto será mil veces más seguro que el
empleo de las huelgas por largas que sean, que los millones de folletos
socialistas, que las revoluciones mejor organizadas o la matanza de políticos.»
Tolstoi considera que la lucha revolucionaria debe ir
dirigida a acabar con el gobierno de la nación.
«Todos los esfuerzos de los que desean mejorar la vida
social deben tender a librar a los hombres de los gobiernos, cuya inutilidad es
en nuestra época cada vez más evidente.»
El autor ruso defiende la acción no violenta y la
desobediencia civil como herramientas necesarias para conseguir el objetivo
liberador.
«La lucha por la fuerza, y, en general, por las
manifestaciones exteriores (y no por la sola fuerza moral) de un grupo pequeño
de personas contra un gobierno poderoso que defiende su vida y que para ello
dispone de millones de hombres armados y disciplinados, es inútil. Semejante
lucha es ridícula…»
Además considera que la lucha violenta contra el estado es
innecesaria y sumamente ineficaz porque aparta a los individuos de la
transformación interior.
«La actividad revolucionaria es irrazonable e irregular.
Además, es perjudicial, puesto que aparta a los hombres de la actividad única,
—el perfeccionamiento moral— por el cual, y exclusivamente por él, pueden
lograrse los fines de los hombres que luchan contra el gobierno.»
Los seres humanos —dice Tolstoi— tienen que realizar cambios
importantes en su forma de entender la realidad y de enfrentarse a ella, sin
esos cambios la revolución social es imposible.
«Mientras que los hombres sean incapaces de resistirse a las
seducciones del miedo, del lucro, de la ambición, de la vanidad, que humillan a
unos y depravan a otros, formarán siempre una sociedad compuesta de violadores,
de impostores y de víctimas. Para que esto no suceda, cada individuo debe hacer
un esfuerzo moral sobre sí mismo. La vida humana se modifica no por el cambio
de las formas exteriores y sí por el trabajo interior de cada individuo sobre
sí mismo.»
Tolstoi realiza un análisis interesante que está vigente en
la actualidad. Cuando examinamos otros sistemas de opresión de países
considerados menos desarrollados nos consideramos afortunados y superiores.
Pero nada más lejos de la realidad, nuestros sistemas de gobierno están mejor
maquillados pero siguen manteniendo unas implacables relaciones de explotación,
auspiciadas y endulzadas bajo la mascarada de la democracia capitalista.
«En Inglaterra, en Alemania, en Francia, en América, los
malos procederes de los gobiernos están tan bien enmascarados, que los
ciudadanos de estos países, en vista de los acontecimientos de Rusia, imaginan
sencillamente que lo que pasa en Rusia no ocurre más que en ella, y que ellos
gozan de una libertad absoluta y que no tienen necesidad de mejorar su
situación. Sin lugar a duda se encuentran en el estado peor de esclavitud: en
la esclavitud de los que no comprenden que son esclavos y están orgullosos de
su situación. El deber de todos los hombres esclavizados por los gobiernos está
no en reemplazar una forma de gobierno por otra sino en suprimir todo
gobierno.»
La tesis fundamental de Tolstoi para conseguir una sociedad
nueva es la necesidad de provocar una revolución en las conciencias de los
hombres y las mujeres del mundo.
«Una vida mejor no puede lograrse más que con el progreso de
la conciencia humana, y por esto, todo hombre que desee mejorar la vida, debe
dedicarse a mejorar su conciencia y la de los demás. Pero esto es precisamente
lo que los hombres no quieren hacer, al contrario, emplean todas sus fuerzas en
el cambio de las formas de vida a la espera de que éstas aporten una
modificación de la conciencia.»
Muchos autores anarquistas como el mismo Bakunin o Kropotkin
a pesar de reconocer que las tesis de Tolstoi no eran desacertadas, creyeron
que los revolucionarios debían de estar preparados para destruir el estado y la
propiedad mediante la violencia, argumentaban que una vez conseguido esto los
seres humanos se adaptarían sin problemas a las condiciones ventajosas que
ofrecería la nueva sociedad.En este contexto ideológico se desarrolla Iván el
Tonto. Tolstoi escribe el cuento de una manera sencilla para que el humilde
público campesino para el que va dirigido lo entienda. De hecho él siempre
pensó que la revolución sería engendrada por los hombres y mujeres que
trabajaban la tierra con sus manos.
El personaje central, Iván, es un campesino, considerado
tonto por su familia, que vive con sus padres y una hermana muda. Desde el
primer momento favorece las ambiciones de sus hermanos mayores y cede su
herencia sin importarle. Su desprendimiento y generosidad es propio de una
persona que no se apega a los bienes materiales, que no considera totalmente
suyos sino de aquellos que los puedan necesitar. Su vida se erige día a día con
el trabajo y una voluntad férrea por extraer a la tierra sus frutos. En ningún
momento pasa por su cabeza la idea de acumular riqueza.
«Iván tomó las hojas, las frotó y el oro cayó.
—Servirá para juguete de los niños.»
Si Iván piensa en alguna mejora para su vida ésta se
encuentra asociada a la de sus conciudadanos. Si consigue oro de manera mágica
es para repartirlo; si hace soldados, también mágicamente, es para que toquen
música y hagan felices a las mozas del pueblo. Iván todo lo ejecuta con
ingenuidad, en él no hay doblez, ni siquiera posee un concepto de justicia
elaborado, solamente un sentido común elemental engarzado en el mismo
funcionamiento de la
Naturaleza.
Sus ganas de complacer a los otros hacen que incluso cree
mágicamente soldados para que su hermano Seman el Guerrero se sienta feliz y
consiga sus propósitos de dominación. Pero luego, más tarde, actúa contundente
con un ingenuo y primitivo sentido del equilibrio o de la justicia, si se
quiere. Su hermano, el militarista, le pide más tropas y él responde:
«—Yo pensaba que los soldados iban a cantar solamente
canciones y he aquí que han matado a un hombre cruelmente. No quiero darte
más.»
En el cuento Iván llega a ser Zar y en un momento dado
abandona su estatus y vuelve a sus tareas cotidianas, las que le hacían feliz,
y contagia con su ejemplo a la zarina.
«En cuanto hubieron enterrado a su suegro Iván el tonto se
quitó las vestiduras de zar y las dio a su mujer para que las guardara en el
arca. Se puso otra vez su camisa de cáñamo, sus anchos calzones y volvió a
trabajar.
—¡Pero, si tú eres un Zar!
—¿Y eso qué importa? —contestó— ¡También los Zares necesitan
comer!»
Naturalmente su comportamiento, que él no exigió imitar, no
fue bien comprendido por muchos de sus súbditos.
«Un ministro fue a verle y le dijo:
—No tenemos dinero para pagar a los funcionarios.
—Pues si no hay dinero —repuso Iván—, no les pagues.
—¡Es que se irán!
—¡Que se vayan! Así tendrán tiempo de trabajar. Que saquen
el estiércol; demasiado tiempo lo han dejado amontonar sin aprovecharlo.
Y todas las personas sensatas abandonaron el reino de Iván.
Sólo quedaron en él los tontos. Nadie tenía dinero, todos vivían del trabajo y
así sé sostenían y mantenían entre sí.»
Más adelante en la narración, Tolstoi plantea abiertamente
el problema del ejército como fuente de toda opresión, asociado a la codicia y
acumulación de riqueza de los poderosos. Varios episodios así lo relatan. En el
primero de ellos se posiciona en contra de participar en el servicio militar
obligatorio.
«El viejo diablo recorrió el reino de Iván para reclutar
voluntarios. Hizo saber que todos serían admitidos, y que a cada soldado se le
daría vodka y un gorro colorado. Los tontos se echaron a reír.
—Tenemos toda la vodka que queremos, puesto que la hacemos
nosotros. En cuanto al gorro, nuestras mujeres los hacen de todos los colores,
y hasta a rayas, si así los preferimos.
Y nadie se alistó.»
Tolstoi llega más lejos y nos hace comprender que una
minoría de hombres no puede someter a la mayoría de un pueblo, numéricamente es
imposible, sobre todo si existe por parte de éste una voluntad de resistencia.
«Y el diablo anunció al pueblo que todos los tontos debían
alistarse como soldados, y que cuantos se resistieran serían condenados a
muerte.
Los tontos se fueron a ver al general:
—Nos dices —expusieron—, que si nos negamos a ser soldados,
el Zar nos ejecutará. Pero no nos dices qué será de nosotros cuando seamos
soldados. Parece que también se les mata.
—Si, también sucede esto.
Al oír los tontos esta respuesta, se obstinaron en su negativa.
—No seremos soldados —gritaban—. Preferimos morir en casa,
puesto que también a los soldados los matan.»
Más tarde, ante la resistencia del pueblo a alistarse en el
ejército los tontos acudieron a Iván a pedirle explicaciones.
«—Un general nos manda que nos hagamos soldados y nos dice:
“Si os hacéis soldados no es seguro que os maten; y si no queréis serlo Iván os
matará seguramente”. ¿Es eso cierto?
Iván soltó una carcajada.
—Pero, ¿cómo me las compondré —les dijo— para mataros yo
solo a todos?»
La narración continúa desgranando situaciones en las que se
cuestiona la propiedad privada y la insensatez de la guerra, y presenta la
resistencia pasiva como estrategia para desarmar la violencia del estado.
«Los soldados ocuparon otro pueblo y acaeció otro tanto. Así
marcharon un día y otro día y por todas partes sucedía lo mismo; se lo daban
todo, nadie se defendía, y hasta los mismos del pueblo les invitaban a quedarse
con ellos.
—Sí, queridos amigos —les decían—; si vivís mal en vuestro
país, estableceos aquí para siempre.
Los soldados anduvieron más aún, sin encontrar ejercito
alguno. Por todas partes hallaban gentes que vivían a la buena de Dios: se
alimentaban de su trabajo y no se defendían.»
Tolstoi concluye el cuento con la siguiente afirmación de
Iván el tonto: «En mi reino hay una única ley: “Al que tiene las manos callosas
se le dice siéntate en la mesa y al que no tiene callos en las manos: cómete
las sobras”».
Un relato, como se ve, no por ingenuo menos
edificante e instructivo, al menos como elemento a tener en cuenta a la hora de
reflexionar sobre los gobiernos y la violencia con que ejercen un poder que los
ciudadanos les hemos delegado irresponsablemente.
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