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La isla italiana del Giglio corre un “alto” riesgo de
desastre ecológico por el naufragio el viernes en la noche del crucero de lujo
Costa Concordia, denunció este lunes el ministro italiano del Ambiente,
Corradio Clini.
la roca de la trragedia |
El mal tiempo puede complicar la operación de recupero del
carburante, aunque por el momento no se ha vertido.
“El barco tiene los depósitos llenos de carburante, un
gasoil denso, que podría vertirse hasta el fondo del mar. Sería un verdadero
desastre”, explicó el ministro a la prensa.
Un mensaje en Facebook avisó de que el ‘Concordia’ pasaría
cerca de la isla
El capitán del barco cada vez es menos presunto y más
culpable. La prensa italiana publica que, a las 21,08 del viernes, Patrizia
Tivoli, la hermana de Antonello, el jefe de comedor del Costa Concordia, envió
un mensaje por Facebook a sus amigos de la isla de Giglio: “Dentro de poco
pasará cerca cerca la [nave] Concordia. Un saludo grande a mi hermano que en
Savona finalmente desembarcará para tomar unas vacaciones”.
Unos minutos más tarde, el barco se acercó tanto a la isla
que encalló con una roca y naufragó. El título más gráfico es que el habla de
“un gran naufragio por un pequeño favor”, reseña elpais.com.
El favor del capitán al jefe de comedor y a un viejo oficial
no era, sin embargo, algo inusual. En agosto pasado, el alcalde de la isla,
Sergio Ortelli, había escrito una carta al periódico digital Giglionews.it en
la que agradecía públicamente que el Costa Concordia hubiera pasado a la isla,
que por aquellos días se encontraba llena de turistas.
Ayer, el alcalde Ortelli intentaba meterse entre las piedras
de la justificación: “Sin embargo, jamás había pasado tan cerca”. La página de
Facebook no es más que la constatación de lo que durante las últimas horas
todos los vecinos de la isla comentaban a quien los quisiera escuchar. Fue un
error del capitán. Las consecuencias dramáticas de una costumbre estúpida…
A mediodía los equipos de emergencias han anunciado la
suspensión de las operaciones de rescate por el mal tiempo, tras recuperar un
sexto cadáver.
Nadie duda en la isla de Giglio de que el capitán Francesco
Schettino, de 52 años de edad y 30 de experiencia, acercó el barco a tierra
para cumplir un peligroso rito y se le fue de las manos. El rito, la costumbre,
la tremenda estupidez de que un edificio flotante de 17 pisos, la más moderna
tecnología y 4.200 personas a bordo se acerque considerablemente al litoral
para que turistas y vecinos puedan saludarse.
“No sé si ahora lo reconocerá alguien”, dice Andrea, uno de
los bomberos desplazados a la isla para ayudar en las labores de rescate, “pero
todos los que vivimos en los alrededores lo sabemos. A veces, los cruceros se
acercan a tierra, los pasajeros salen a cubierta, aplauden, tiran fotos y
brindan a la salud del capitán. Suele hacerse cuando la mar está en calma y el
cielo claro”.
El viernes por la noche, las condiciones eran ideales para
perpetrar tamaña -aunque todavía presunta- estupidez. El imponente cadáver
medio hundido del Costa Concordia es ahora su homenaje. Contemplarlo
impresiona. Da igual que se hayan visto ya decenas de fotografías y de vídeos.
No le hacen justicia.
El domingo, cuando el barco de línea que cubre en una hora
el trayecto entre la ciudad de Porto Santo Stefano (en la costa occidental de
la península italiana) y la isla de Giglio pasó a su lado cargado de vecinos,
turistas y un ataúd, el pasaje guardó silencio, conmovido.
El crucero se desplomó a 200 metros de distancia
de la bocana del puerto. Sin necesidad de esperar a la caja negra, todos los
vecinos consultados -incluso Don Lorenzo, el párroco- comparten una versión: “El
capitán acercó el barco, tras el golpe con el fondo intentó seguir navegando
-por eso no dio parte hasta una hora después-, pero cuando se percató de que el
naufragio era inevitable, acercó el barco a la costa, tal vez en un intento de
entrar en el puerto y evitar lo inevitable, tal vez para que los pasajeros se
pusieran salvar”.
La teoría -que comparte Lucia, una camarera del puerto que
jamás había puesto tantos cafés en su vida- intenta de alguna manera salvar
algún aspecto de la actuación del capitán Schettino, el villano de una historia
que tiene sus héroes en esta pequeña isla y el misterio, en los camarotes -la
mitad de ellos ya bajo el agua- del Costa Concordia.
Cada vez que una pequeña lancha de rescatistas se acerca al
puerto de Giglio, una pregunta les espera: “¿Se escucha algo?”. Sobre las once
de la mañana del domingo, la respuesta más esperada llegó a tierra firme y de
ahí salto a los titulares de los periódicos: “Se escuchan ruidos en el interior
del buque”. Una hora después, un helicóptero de rescate se acercó a toda
velocidad por la proa del Costa Concordia. Una vez sobre la vertical, se quedó
quieto como en una fotografía.
Unos minutos después, muy lentamente, izó en una camilla el
cuerpo de un náufrago acompañado de un rescatista. Enseguida se supo que se
trataba del último milagro. Su nombre, Manrico Giampedroni, comisario de a
bordo, encerrado durante 36 horas en ese ataúd de lujo. Tenía una pierna rota.
Los medios italianos a pie de tragedia lo subieron enseguida a los altares de los
héroes, atribuyéndole un papel fundamental en la evacuación del barco…
Todas las tragedias tienen su ritual, su entrega por
capítulos. La noticia del accidente, su balance aproximado de víctimas, el
testimonio escalofriante de los supervivientes, las rápidas especulaciones
periodísticas del por qué, la lenta investigación, la galería de héroes…
Durante todo el domingo, la familia del tío Guillermo Gual
hizo vela en el siguiente capítulo, el de los milagros. Pero al filo de las
nueve de la noche, Juan, Ana y sus cuatro hijos recibieron la peor noticia. El
tan querido tío Guillermo, ese hombre grande que se comportaba como un niño, no
había podido abandonar el barco y salvarse.
(Con información de AFP)
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