Los cultivos transgénicos se introdujeron en nuestra
agricultura y alimentación hace ya más de 15 años, con la promesa de ayudar a
solucionar muchos de los problemas de la agricultura. En aquel momento, grupos
ecologistas y movimientos campesinos se opusieron de forma frontal. Se invocaba
el principio de precaución, la incertidumbre que suponían liberar a estos
nuevos seres vivos al medio ambiente, sus potenciales impactos ambientales,
sobre la salud, sobre el modelo agrario, el peligro de autorizar patentes sobre
la vida…
Oponerse a los cultivos transgénicos no es oponerse a la
ciencia
Es común que cuando se defiende una postura contraria a la
introducción de transgénicos en la agricultura, se hagan acusaciones de
posturas anticientíficas. Christian Vélot, profesor de genética molecular en la Universidad de París,
planteaba la falsedad de este argumento. «Oponerse a las semillas transgénicas
no supone estar contra otros avances científicos, como las medicinas producidas
a partir de transgénicos en el laboratorio (insulina para diabéticos) o a la
investigación básica en ambientes cerrados. No es lo mismo la investigación
médica en ambientes cerrados para investigar el funcionamiento de tejidos y
células, que liberar nuevos seres vivos al medio ambiente. Una vez liberados
los organismos modificados genéticamente al medio ambiente, se presentan
riesgos ambientales, socioeconómicos y sanitarios situados en un plano del todo
diferente a la aplicación de estas tecnologías en laboratorio. Son dos mundos».
La biotecnología genera mucha incertidumbre
Mientras que la doctrina oficial nos dice que los
transgénicos son los alimentos más evaluados y seguros de la historia,
Christian Vélot nos reconocía que aunque las empresas hablan de una «precisión
quirúrgica, si los cirujanos manejasen lo quirúrgico como los biólogos
moleculares manejamos las técnicas de ingeniería genética, yo no aconsejaría a
nadie que entrase en el quirófano jamás». Michael Antoniou, del Departamento de
Genética Molecular y Médica de la
Facultad de Medicina del King’s de Londres -que también
trabaja con ingeniería genética en ambientes confinados- nos planteaba la
imprudencia de confiar en los resultados de una ciencia sesgada y orientada por
los intereses de las multinacionales como Monsanto. «Los nuevos descubrimientos
sobre genética revelan que el funcionamiento a este nivel es mucho más complejo
de lo que nos quiere vender la industria, y que los cultivos transgénicos en el
mercado se basan en unos conceptos científicos ya superados y anticuados».
Impactos ambientales demostrados y no adecuadamente
evaluados
Durante los últimos años hemos conocido muchos de los
impactos ambientales de los transgénicos. Mientras países como Alemania han
prohibido su cultivo, entre otros motivos por sus impactos sobre la
biodiversidad, la fauna del suelo o los ríos o porque aparecen cada vez más plantas
resistentes al herbicida glifosato; o incluso EEUU reconoce la generación de
resistencias en los insectos que algunos maíces transgénicos quieren combatir;
en países como España no se le está dando seguimiento a este tipo de impactos.
Sin embargo, investigadores como Mª Carmen Jaizme,
Coordinadora de Programas de Investigación y Directora del Departamento de
Protección Vegetal del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA),
corroboraba los impactos de los cultivos transgénicos sobre la fertilidad de
los suelos, al interferir con los microorganismos y hongos que viven en ellos.
Angelika Hilbeck, investigadora suiza del Instituto Federal
Suizo de Tecnología planteaba las carencias de la evaluación ambiental que de
los transgénicos se hace en Europa. «Según como formulamos los problemas, en muchos
casos, llegaremos a conclusiones diferentes. Si de entrada se excluyen de la
investigación cierta clase de posibles efectos adversos, evidentemente no se
encontraran evidencias de los mismos. Por ejemplo, si no se consideran los
efectos sobre la biodiversidad de los herbicidas de amplio espectro, como el
glifosato asociado a la agricultura transgénica; o los efectos crónicos,
subletales o indirectos de la proteína insecticida Bt que expresan muchas variedades
de plantas transgénicas, no tendremos respuesta a estas preocupaciones. La
actual evaluación de riesgos realizada por las autoridades y promovida por las
empresas cubre un margen muy estrecho».
Y más teniendo en cuenta lo que nos enfatizaba Antonio Gómez
Sal, Catedrático de Ecología de la Universidad de Alcalá de Henares: «los graves
impactos que los cultivos transgénicos pueden suponer pérdida de biodiversidad
y, en definitiva, de estructura y complejidad en los agrosistemas».
Impactos sociales y económicos ignorados
Rosa Binimelis, investigadora del Centre de Recerca en
Economia i Desenvolupament Agroalimentari (CREDA) de la Universidad Politécnica
de Cataluña mostraba cómo los impactos socioeconómicos de los transgénicos, que
en el Estado Español son enormes, no son tenidos en cuenta en la evaluación de
los mismos. Sólo en un país, Noruega, se consideran aspectos como la
sostenibilidad, el interés público y la ética, tanto en los países productores
como los importadores. Y evidentemente, Noruega no ha autorizado ningún cultivo
transgénico.
Denunciaba Rosa lo que denominaba la ‘presión
modernizadora’: Según un técnico de una cooperativa agraria entrevistado para
sus investigaciones «Pioneer es quien más vende ahora, porque el gen de
Syngenta es viejo y la gente siempre quiere lo último en tecnología». Y en este
sentido Julio César Tello, Catedrático de Producción Vegetal de la Universidad de
Almería, nos instaba a distinguir entre modas comerciales y auténtico progreso,
y marcaba la importancia de la sostenibilidad y el principio de precaución como
marco ético dentro del cual movernos. Es el marco ético el que debe encauzar el
progreso.
Desde el punto de vista de un productor ecológico, Antonio
Ruiz, ex presidente del Comité Aragonés de Agricultura Ecológica, nos recordaba
los numerosos casos de contaminación genética que han sufrido los agricultores
aragoneses y catalanes que apostaron por el maíz ecológico, con sus
consecuentes pérdidas. Una alternativa que es rentable, ambiental y
socialmente, es marginada y maltratada por las autoridades públicas en favor de
los intereses de unas multinacionales.
Y desde un punto de vista de la cadena alimentaria en su
conjunto, Julien Milanesi, economista e investigador asociado a la Universidad de Pau,
Francia, nos explicaba que «el incremento de costes que suponía el cultivo de
transgénicos en Francia -cuando estaba permitido- recaía directamente sobre
aquellos productores y productoras, procesadores o empresas que querían ofrecer
alimentos libres de transgénicos.
Indefensión jurídica
Hay una materia a menudo olvidada en el análisis de la
situación de los transgénicos, y este es el análisis jurídico. Ana Carretero,
profesora de Derecho Civil y Vicedecana de la Facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales de la
Universidad de Castilla – La Mancha , nos recordaba «la
increíble e intolerable indefensión jurídica que sufren en el Estado Español
tanto agricultores y agricultoras como las personas consumidoras frente a la
imposición de los transgénicos». Y animaba a utilizar las herramientas de las
que aún disponemos en la legislación para hacer frente al poder de estas
multinacionales.
Daños sobre la salud
Una de las grandes incertidumbres de los cultivos y
alimentos transgénicos son los potenciales riesgos para la salud. Siempre han
faltado estudios independientes, estudios a largo plazo. Ha sido una de las
áreas mantenidas más oscuras por multinacionales y gobiernos. Se sospechó de
posibles generaciones de alergias, de toxicidad a largo plazo… Pero las
investigaciones de personas como Gilles Eric Serallini, Catedrático de Biología
Molecular de la
Universidad de Caen han encontrado efectos inesperados significativos
en los experimentos hechos por la propia Monsanto. Los animales con los que se
experimentó reflejaron toxicidad renal y hepática, entre otros efectos. «Con
pruebas nutricionales en animales, no hay cultivos transgénicos rentables. Sólo
lo son si no se le piden estas pruebas… que sin embargo serían esenciales para
poder hablar de seguridad sanitaria. Sólo se comercializan transgénicos porque
la evaluación científica es deficiente» concluía Serallini.
Y acusaba a la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA)
de ser, más que una autoridad científica, un lobby. Y no es de extrañar después
de todos los casos de conflicto de intereses y paso constante desde esta
agencia que evalúa los transgénicos a la industria.
Una ciencia más democrática y socialmente comprometida
Uno de los aspectos fundamentales de todas las jornadas fue
la patente necesidad de una ciencia más democrática, y de una mayor implicación
social de científicos y tecnólogos. Cuando hablamos de alianzas en la lucha
contra los transgénicos y en la construcción del movimiento por la Soberanía Alimentaria ,
la parte académica es fundamental. La Red Europea por una Ciencia Social y
Ambientalmente Responsable (ENSSER en sus siglas en inglés), a la que
pertenecen muchos de los participantes de las jornadas, es un buen ejemplo.
La necesidad de un cambio de modelo
Para cerrar las jornadas, se insistía en la necesidad de
apostar por una mayor conciencia ecológica y un modelo de agricultura
respetuoso con el medio, alejado del modelo de agricultura industrial que
representan los cultivos transgénicos.
Un modelo que pasa por la agricultura campesina. O como nos
recordaba Jeromo Aguado, campesino, «queremos seguir siendo campesinos y
campesinas, no queremos ser dependientes, queremos ser autónomos, queremos
producir alimentos sanos, para las personas, y no para los mercados. Queremos
producir nuestras semillas, que siempre han sido muy productivas, no productivistas.
Y queremos vivir en los pueblos. Viviendo en los pueblos es la única forma de
mantener nuestras culturas».
David Sánchez es miembro de Amigos de la Tierra
Fuente: http://revistasoberaniaalimentaria.wordpress.com/2012/01/28/transgenicos-el-tiempo-confirma-todos-los-temores/
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