Por Leandro Russo.-Es el Molino, viejo.
El viejo Molino es objeto y Testigo, una vez más, de las mutilaciones a que están sometidas la historia y la identidad de los pueblos. En esta oportunidad no hizo falta que viniera un emisario de Bunge y Born con las alforjas rebosantes para luego cerrar su puertas, como en los primeros años de la década del ´50; ni que las llamas devoraran sus entrañas como aquella noche de 1972. No, hoy la iniciativa –o la complicidad- se nutre de las cándidas huestes del propio Pueblo. Una mano ¨amiga¨... Una puñalada por la espalda. Me parece escuchar a ese viejo Testigo que señalando a uno de los suyos (y parafraseando a Cesar) le dice: tú también Bruto. Acaso es de suponer que de los cuatro millones y pico destinados a la ¨remodelación¨ varias monedas (seguramente más de treinta) habrán ido a parar a los bolsillos a algún Judas, que consumada la traición y con cara de yo no fui balbuceará: ¿yo Señor?
Desde hace muchos, pero muchos años, nuestro patrimonio no solo histórico sino presente y futuro parece estar en manos de expertos en demoliciones. Me parece que junto a la desidia y la incompetencia característica de los responsables de este naufragio civilizatorio subyacen, y en eso sí que son más que eficientes, la mercantilización de los bienes culturales (con su correspondiente desnaturalización y vaciamiento de significado socio-histórico) y una intencionalidad política y cultural que tiene que ver con la imposición más o menos violenta de una identidad. Incluso, muchas veces el ¨negocio inmobiliario¨ se asienta en esta pérdida de identidad a escala social y se reemplaza por una matriz urbanística que presupone –impone- nuevos valores para ser vividos en nuevos espacios. Nuestro espacio geográfico o urbanístico establece la impronta material o paisajística para un sin número de prácticas sociales y es sin dudas una parte de la arcilla con que se modelan numerosas representaciones simbólicas. El preservar, destruir o re-significar el patrimonio histórico, es operar directamente sobre la memoria social y por lo tanto sobre la cultura y la valoración de los hechos en la realidad. Ya los españoles en los años de la conquista se apoderaban de los lugares ¨sagrados¨, re-significaban los espacios de poder, demolían templos nativos y edificaban sobre las ruinas los propios. Algo parecido a los que nos ha pasado y está pasando con algunos sitios que han sobrevivido a la topadora del ¨progreso¨.
Quizás convenga tomar algunos ejemplos que por la distancia y la escala no se encuentren teñidos por la banalidad de lo doméstico y nos permitan ver con cierta perspectiva lo que nos está pasando en Tervelin.
El Abasto de hoy es tan ¨real¨ como una vaca embalsamada. Está completamente desnaturalizado. Uno de los íconos porteños (Gardel) se templó en el viejo mercado, en su entorno social y cultural, un arrabal que acunó una identidad que recorrió el mundo – dicho sea de paso cada día canta mejor-, y hoy a decir verdad por mucha imaginación que se tenga resulta imposible relacionar al ¨Morocho del Abasto¨ con toda esa hojarasca impersonal de los shopping.
Puerto Madero, la entrada al Bs. As. de principios del SXX, otrora contracara social y cultural de la aristocracia agro-exportadora en la pituca Capital. El Hotel de los Inmigrantes, los Dock donde se apiñaban changarines y estibadores, los inquilinatos de las adyacencias una verdadera Babel de sueños forjados en el trabajo y… hoy los nuevos viejos Dock son un ¨merendero¨ de yuppies, y los ¨inmigrantes¨ que residen a la vera de los diques son los dueños de las corporaciones del país… o mejor dicho, del país de las corporaciones.
¿Y la plaza en que estuvieron los talleres Vasena en que comenzó la Semana Trágica ?¨ Sí, tampoco allí se podía ¨regalar¨ un espacio geográfico tan caro a la memoria histórica de las luchas sociales (identitarias), allí en la esquina de Cochabamba y La Rioja en donde estaban los talleres Pedro Vasena e Hijos hoy se encuentra una plaza que se llama Martín Fierro; hace varias décadas los vecinos del barrio ( San Cristóbal), distintas organizaciones sociales y los familiares de las víctimas de la Semana Trágica , propusieron para la plaza que se creaba, el nombre de ¨Parque Mártires de la Semana Trágica ¨, pero tal iniciativa no prosperó justamente por la oposición del dirigente Augusto Timoteo Vandor (un precursor de los actuales Pedrazas, Caballieris, Barrionevos, Daers, etc.). En su oportunidad no les dio la cara para bautizar la plaza con el nombre de Dellepiane (que, dicho sea de paso, hoy tiene una autopista gracias al bautista Videla), ni tampoco Liga Patriótica o Plaza Manuel Carlés, que fueron los verdugos de los niños, las mujeres y los obreros de aquel enero del ´19; no, simplemente como se hace en estos casos buscaron un nombre ocasionalmente anodino, algo así como… Martín Fierro (denominación que también se utiliza en la gastronomía de bodegón para designar el postre: queso y dulce. Por ejemplo).
Este pasado travestido no anda ingenuamente buscando una identidad perdida; más que negar, falsifica la simbología de la historia.
Volviendo a Trevelin. La sobriedad del viejo edificio es –todavía-el testimonio penitente de la vida austera de aquellos colonos que si más que sus manos y su fe vinieron a cultivar la tierra, resguardar sus costumbres y vivir en la dignidad del trabajo cotidiano. Quizás las nuevas ¨remodelaciones¨ certifiquen que las cosas han cambiado. Salvo contadas excepciones, los campos de trigales se han convertido en loteos, la producción agrícola ha dado lugar a la compra-venta de tierras; el Valle hoy resulta ser fértil solo para la especulación inmobiliaria. En este lamentable marco nadie se sienta sorprendido que una confitería eclipse a un Molino o que la especulación y la codicia releguen al trabajo y la producción. Pero no siempre las cosas fueron así, y allí está el viejo Molino para atestiguarlo. De aquí la importancia del patrimonio cultural como expresión de valores, identidades y de prácticas sociales.
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