Los jefes de Estado y funcionarios de las principales potencias imperialistas se reunieron el 1 de septiembre en París con los líderes del Consejo Nacional de Transición para diseñar el futuro de Libia tras la debacle del régimen de Kadafi. Una de las preocupaciones de los que dirigieron la campaña de bombardeos de la OTAN es evitar que las tensiones que ya se ven entre diversas fracciones y milicias rivales deriven en una nueva guerra civil, abriendo un escenario tipo Irak. Con este objetivo intentan darle mayor legitimidad al Consejo Nacional de Transición (CNT) que ya actúa como un protogobierno aunque todavía no está claro hasta dónde mantiene el control de la situación.
La cumbre de los autodenominados “amigos de Libia” fue convocada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy y el primer ministro británico, David Cameron, que buscan capitalizar en la posguerra el rol preponderante que jugaron durante los cinco meses que duró la intervención de la OTAN, aprovechando entre otras cosas que Estados Unidos decidió no asumir la dirección de la operación aunque su participación fue clave para lograr el éxito militar.
Entre los presidentes, primeros ministros y funcionarios de alto rango de alrededor de 60 países que participaron en la conferencia se encontraban los socios de la operación militar -Estados Unidos, Italia, Qatar, entre otros-, y representantes de países que en su momento criticaron la misión de la OTAN, entre ellos Alemania, Rusia, China, India y Brasil. También participaron los miembros de la Liga Árabe y el presidente de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, que brindó la cobertura “humanitaria” para la política de “cambio de régimen”.
Las potencias occidentales, que tienen en su poder miles de millones de dólares de fondos del gobierno libio congelados por las sanciones impuestas a Kadafi, comenzarán a liberar de manera gradual parte de estos fondos para que el CNT pueda funcionar, dejando al descubierto el carácter clientelar del nuevo régimen en formación.
La cumbre, además, fue un anticipo de las disputas entre las potencias imperialistas que buscan recuperar su “inversión” en los bombardeos, garantizándose la mejor parte de la explotación petrolera y los diversos negocios como la reconstrucción de la infraestructura destruida.
La posición agresiva de Francia generó resquemores y tensiones entre las potencias europeas y otros países con intereses en Libia. La noticia publicada por el diario Liberation el mismo día de la cumbre de que el CNT ya le había garantizado a Sarkozy el 35% de la explotación petrolera para la francesa Total alimentó aun más estas disputas. Aunque el gobierno francés desmintió que exista este compromiso, el ministro de asuntos exteriores, Alain Juppé, reconoció que es “lógico” y “justo” que se beneficien prioritariamente quienes respaldaron desde el inicio al CNT.
En este marco, Italia teme que corra peligro la posición privilegiada de la petrolera estatal ENI ante el avance francés. El gobierno alemán intenta evitar ser marginado del negociado por su oposición a la misión de la OTAN. Rusia, que se abstuvo al igual que China de la votación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de la resolución que habilitó la intervención, reconoció a último momento al CNT como gobierno legítimo de Libia esperando que esto lo sirva para mantener los importantes negocios que tenía antes de la caída de Kadafi. Quizás el que teme verse más perjudicado es el gobierno chino que tiene inversiones valuadas en más de 18.000 millones de dólares. No casualmente el diario oficial de la burocracia china llamó a las potencias occidentales a “no sacar una ventaja injusta de la reconstrucción y las oportunidades de negocios en la Libia post-Kadaffi” alertando que la cumbre de París podría transformarse en un “nuevo Versailles”, aludiendo al tratado por el cual las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial se repartieron el botín.
El fantasma de la guerra civil
A dos semanas de la entrada de los “rebeldes” en Trípoli el régimen kadafista está liquidado pero aún el CNT no ha logrado consolidar la transición hacia un nuevo régimen post-Kadafi, lo que hace precaria la situación.
Al cierre de esta edición todavía se desconocía el paradero de Kadafi. Mientras que algunas versiones de prensa indicaban que había huido a Níger junto con cientos de oficiales o que buscaría refugio en la empobrecida Burkina Faso, su vocero insiste que se encuentra en Libia. Hasta el momento, las ciudades de Sirte, Bani Walid y Sebha siguen bajo control de tropas leales a Kadafi. El CNT espera que el cerco militar, los bombardeos de la OTAN y la falta de perspectivas lleven a que los jefes tribales acepten rendirse sin necesidad de tomar las ciudades por la fuerza, pero a pesar de haber extendido el plazo para la rendición, esto aún no ha sucedido.
La legitimidad del CNT para imponerse como gobierno nacional más allá de Bengasi está en duda: según un informe del diario New York Times, las diversas milicias que tomaron Trípoli -procedentes de distintas regiones del país- no reconocen a la dirección político-militar del CNT, tienen sus propios jefes y se han repartido el control de la ciudad en “feudos”.
La política del CNT es tratar de integrar a la “transición” a las fuerzas de seguridad y lo que queda del aparato estatal de la dictadura de Kadafi e iniciar un proceso de desarme de las milicias de voluntarios, incorporándolos a la policía. Quien está a cargo de esta tarea es Abdel Hakim Belhaj, electo por el CNT como comandante del Consejo Militar de Trípoli. Belhaj es el líder de un grupo islamista acusado de estar ligado a Al Qaeda, que fue torturado por el régimen de Kadafi a pedido de la CIA, y hoy está en el mismo bando de la OTAN.
Hasta ahora estas contradicciones parecen contenidas pero las divisiones en el bando “rebelde”, la debilidad política del CNT, las diferencias entre liberales e islamistas, las rivalidades tribales y las oportunidades de negocios que beneficiarán a aquellos que mantengan el control del estado pueden llevar al “escenario iraquí” que tanto temen las potencias occidentales.
Como muestran los documentos hallados en las oficinas del régimen en Trípoli, las potencias imperialistas que ayer se beneficiaron con su alianza con Kadafi -quien no solo les garantizaba grandes negocios sino que también colaboraba en la “guerra contra el terrorismo” torturando al servicio de la CIA en sus cárceles- hoy se benefician con su caída gracias a su alianza con la proimperialista dirección del CNT. Buscan que el “éxito” de la operación de la OTAN en Libia siente un precedente favorable a sus “intervenciones humanitarias” y les permita legitimarse frente a la “primavera árabe”. Incluso algunos, como el ministro francés A. Juppé, ya están planteando aumentar la presión sobre el régimen sirio para garantizar que ante una eventual caída de Bashar al Assad, lo suceda otro régimen títere. Como hemos discutido en números anteriores de La Verdad Obrera, organizaciones que se reivindican revolucionarias como la LIT, Izquierda Socialista, el NPA francés o personalidades de izquierda como G. Achcar, terminan cediendo a esta impostura “democrática” que el imperialismo usa como cobertura.
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