El problema del vivir .-Las montañas permanecían en completa soledad; durante varios
días había llovido con cierta intermitencia y estaban verdes y luminosas; se
habían vuelto casi azules y en su plenitud hacían que los cielos se vieran
exuberantes y hermosos. Reinaba un gran silencio, que era casi como el sonido
de las olas rompientes cuando uno pasea por la playa sobre la arena húmeda.
Cerca del océano no hay silencio excepto en el propio corazón, pero entre las
montañas, en ese sendero sinuoso, el silencio estaba en todas partes; no se
escuchaba el ruido de la ciudad, el rugir del tráfico ni el rugir de las olas.
En el momento de actuar siempre nos sentimos confusos y la
acción se vuelve más y más desconcertante al ver la complejidad de la vida; hay
tantas cosas que hacer y algunas requieren acción inmediata. El mundo que nos
rodea está cambiando rápidamente ?sus valores, su moralidad, sus guerras y su
paz? y nos sentimos por completo perdidos frente a la necesidad de una acción
inmediata; sin embargo, uno siempre se pregunta qué debe hacer al enfrentarse
con el enorme problema del vivir. Hemos perdido la fe en muchas cosas ?en los
líderes, en los maestros, en las creencias? y con cierta frecuencia deseamos
que aparezca algún principio claro que ilumine el camino o una autoridad que
nos diga lo que debemos hacer; no obstante, en lo profundo del corazón sabemos
que eso sería algo muerto y perteneciente al pasado, por eso inevitablemente
debemos volver a preguntarnos qué sentido tiene todo eso y qué es lo que
debemos hacer.
Como podemos observar, siempre actuamos desde un centro, un
centro que se contrae y se expande. A veces es un círculo muy pequeño y otras
es amplio, exclusivo y totalmente satisfactorio, pero siempre es un centro de
aflicción y dolor, de alegrías fugaces y desdicha, de un pasado fascinante o
doloroso. La mayoría de nosotros conocemos, consciente o inconscientemente, ese
centro y actuamos desde ese centro en el cual tenemos nuestras raíces. Cuando
preguntamos qué debemos hacer, ya sea ahora o mañana, lo preguntamos desde este
centro y la respuesta siempre debe estar de acuerdo con ese centro. Una vez
tenemos la respuesta, sea propia o de otro, procedemos a actuar conforme a la
limitación del centro; es como un animal atado a una estaca, su acción depende
del largo de la cuerda, pero esta acción nunca será libre y, por tanto, siempre
existirá el dolor, la desdicha y la confusión.
Al darnos cuenta de eso, el centro se pregunta si es posible
estar libre, libre para vivir de una manera feliz, plena, sin limitaciones y actuar
sin dolor ni remordimientos. No obstante, sigue siendo el centro que formula
esta pregunta. El centro es el pasado, es el 'yo' con sus actividades
egocéntricas y sólo conoce la acción en términos de recompensa o castigo, de
logro o fracaso, con sus propios motivos, causas y efectos; está atrapado en
esa cadena y la cadena es el centro y la prisión.
Existe otra acción que llega cuando hay un espacio sin
centro, una dimensión sin causa ni efecto, en la cual el vivir es acción; y al
no tener un centro, cualquier cosa que haga es libre, llena de dicha, sin dolor
ni placer. Este espacio y esta libertad no son el resultado del esfuerzo y del
logro, sin embargo cuando el centro termina surge lo otro. De modo que nos
preguntamos cómo puede terminar el centro, qué debo hacer para eliminarlo, qué
disciplina, qué sacrificio, qué esfuerzo debo realizar. No es ninguna de esas
cosas, sólo darse cuenta sin elección de las actividades del centro, no como un
observador, como alguien que desde fuera mira lo interno, sino únicamente
observar sin el censor. Posiblemente dirá, "no puedo hacerlo, siempre
estoy mirando con los ojos del pasado". No importa, dese cuenta de que
mira con los ojos del pasado y permanezca con eso, no trate de hacer nada al
respecto; sea sencillo, porque si trata de hacer cualquier cosa, solamente
fortalecerá el centro y de esa acción surgirá el deseo mismo de evadirse. Por
tanto, no hay escape ni esfuerzo ni desesperación; entonces uno puede ver el
completo significado del centro y el inmenso peligro que representa; eso es
suficiente.
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